Querer no es poder, pero el deseo nos hace vivir

Querer no es poder, pero el deseo nos hace vivir

Querer no es poder. Hay a veces una distancia infranqueable entre un deseo y su realización. Al mismo tiempo, el deseo, que a veces nos tortura, es también lo que nos hace existir.

Querer no es poder, pero el deseo nos hace vivir

Última actualización: 24 2020 noviembre

Querer no es poder. Hay una distancia, a veces infinita, entre el deseo y su realización. Para bien o para mal, nuestra mente no gobierna la realidad. Nuestro poder es limitado, nuestras expectativas frágiles, el error común, cotidiano, costoso y es un verdadero golpe de suerte cuando nos hace crecer. Cuando se trata de una base de apoyo, no de un suelo resbaladizo. Pues no, querer no es poder.



Tomemos como ejemplo las canciones de amor: algunas son sobre corazones emocionados, otras sobre corazones rotos. Muchas veces no somos quienes nos gustaría porque nuestros intentos son fugaces. Por otro lado, hay relaciones que terminan, mientras el amor sigue vivo, que sobrevive al tiempo y nunca se apaga.

Deseo y control, querer no es poder

El descontrol no es patológico, pero sí la obsesión o ciertas estrategias que pretenden ser una adaptación. La repetición nos da seguridad, la compulsión es el mejor alimento para la ansiedad.

Los manuales de diagnóstico en manos de un neófito llevan a la exageración. Todos entramos en un marco, al igual que nuestro futuro incierto puede ser descrito por el horóscopo. Incluso un reloj parado suena dos veces al día.

La diferencia entre un corazón roto y un corazón completo es la esperanza. Los que la alimentan viven, los que no mueren. Por eso es lo último que perdemos, nuestra última piel antes de convertirnos en fantasmas. Sin ella, solo somos vulnerables. Cuando tenemos el corazón roto o se lo confiamos a otra persona, somos capaces de entrar en la intimidad.



Todos somos adictos o capaces de darlo todo si tocan las cuerdas adecuadas de nuestro corazón. También somos capaces de volvernos egoístas cuando nos sentimos amenazados o sentimos que nos han dejado solos para proteger nuestros intereses.

Nos separamos de la víctima o del victimario, tratando de encontrar elementos que nos distingan. Sin embargo, la psicología social nos dice que en determinadas condiciones todos, o casi todos, somos capaces de cometer actos que en otro momento habríamos censurado. El miedo es una emoción tan poderosa que puede hacernos negar nuestra esencia hasta más de tres veces. Hay precipicios que preferimos no reconocer que existen. Por lo tanto, querer no es poder.

Cuando hablamos de adolescencia solemos hablar de la importancia de la igualdad, del valor que le damos a sentirnos parte de un grupo. Sin embargo, en muchas ocasiones olvidamos que esta motivación siempre está presente a lo largo de nuestra vida.

Nos referimos a una motivación que también se mueve en sentido contrario: podemos llegar a criticar una idea, independientemente de su contenido, solo porque está respaldada por un grupo al que no estamos vinculados. Un fenómeno que ocurre a menudo en la política.

La culpa, el miedo, las heridas abiertas, las palabras que nos guardamos... Cuando nuestra vida no va como nos gustaría, solo tenemos que imaginar un paralelo. Juzgarnos sabiendo las consecuencias es una trampa. Nadie quiere sufrir, la mayoría sufre cuando siente que ha hecho daño a otra persona.

El olvido no es prueba irrefutable de falta de interés. Nuestra memoria es caprichosa y a veces deja palabras en la punta de la lengua. Nuestra atención se agota rápidamente.


Los valores que realmente importan

La honestidad es quizás el valor más escaso. Todo el mundo ha sido objeto de burla al menos una vez en su vida; hemos vivido traiciones que nos han hecho daño o nos hemos creído locos por querer ser buenos.



Hay varias variables que escapan a nuestro control y estrechamente relacionado con el destino. En parte, pues, querer no es poder, no hay determinismo en el resultado final.

El deseo es deseo o deseo, pero los otros elementos de la ecuación también son importantes. ¿Qué recursos tenemos a nuestra disposición? ¿Qué margen tenemos? El realismo se separa del pesimismo cuando nos ofrece opciones.

Más allá de la voluntad no hay poder

Querer no es poder, al menos no necesariamente. Queda el hecho de que, a veces, con nuestro deseo, somos capaces de obtener un efecto Pigmalión o una profecía autocumplida. Si pensamos que sanaremos, seremos más fieles al tratamiento que nos han prescrito. De esta forma podemos enfrentarnos a la competencia o intentar buscar soluciones a los problemas que se presenten.


Entonces es realmente cierto que la imposibilidad merece la posibilidad. Necesitamos valorar la inteligencia en la toma de decisiones, nuestro lado humano para vencer la desconfianza y apostar por la honestidad o la generosidad frente al egoísmo, una respuesta fácil cuando surge el miedo.

Querer no es poder; en cambio, amar es un signo de vida. Si la esperanza es nuestra última piel, el deseo es lo que nos permite existir.

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