Última actualización: 15 octubre, 2016
Cuando era pequeño, había una frase que me repetía a menudo y que formaba parte de mí como si estuviera grabada en mi corazón: “quien trabaja duro siempre obtiene lo que se merece”. Sin embargo, este mundo me ha enseñado que quien se esfuerza también puede chocar contra una pared y así romperse los huesos.
De niños siempre soñamos con crecer, con crecer para tener voz y hacer las cosas que hacen los adultos. Porque pensamos que haríamos la diferencia. Y no fue una actitud narcisista, sino producto de una inocencia que solo la niñez puede comprender.
Es fácil ser feliz cuando las cosas van bien, cuando a nuestro alrededor se respira la tranquilidad propia de los ojos de un niño ingenuo en un mundo de personas que fingen vivir una vida de película. Una vida en la que está mal visto quejarse y ser humano. En el que la dictadura de la felicidad nos ha invadido.
Y luego crecemos...
Y luego crecemos y nada es como antes. Nuestros viejos pensamientos se convierten en creencias absurdas, la idea de un “mundo justo” se convierte en una idea irracional que dominaba nuestra vida y que ahora es una cuerda que nos aprieta el pecho, no nos deja respirar.
Crecemos y ya no sabemos quiénes somos, ni por qué lo que parecía posible se ha vuelto imposible. Lo que soñábamos de niños ahora tiene un sabor lejano, ya no está a nuestro alcance. Crecemos y vemos que el esfuerzo implica un sufrimiento que muchas veces no es recompensado.
Crecemos y nos hacemos daño reprochándonos cosas que ni siquiera entendemos, pero que nos hieren hasta lo más profundo de nuestra alma. Porque a veces las palabras que nos decimos a nosotros mismos son gritos sordos que nos encadenan al sentimiento de culpa que permanece en nuestra alma después de perder la inocencia.
Crecemos y descubrimos que la magia no existe, que la razón quiere dominar en un mundo donde la insensatez alimenta el ego de quienes tienen el don envenenado de tener una vida fácil, sin siquiera intentarlo.
Y luego sentimos que nos hemos decepcionado a nosotros mismos y a nuestros seres queridos. Sentimos que hemos sido ingenuos en el pasado y nos hemos rendido al presente., sentimos que nos dejamos llevar por esa cuerda atada al mundo, un mundo que habíamos construido de niños y que nos parecía perfecto.
… Pero decidimos no dejar de soñar
Pero decidimos no dejar de soñar, indagar responsablemente en el pasado para aceptar las responsabilidades del futuro. Decidimos que si nos ha cegado el sol de la injusticia, probablemente no encontraremos el camino a la sombra que nos dará cobijo en nuestra búsqueda de un lugar en el mundo.
Decidimos que nos levantaremos como un ave fénix, resurgiremos de las cenizas y volaremos sobre el mar de la indecisión con la frente en alto en el que nos habíamos sumergido cuando habíamos perdido la inocencia, cuando habíamos dejado de ser niños lectores de cuentos para convertirnos en los protagonistas de nuestra historia.
Decidimos llevar el timón de nuestro barco en la mano, aunque vaya contra la corriente. Aunque las olas extranjeras nos salpiquen con los reproches que reflejan sus frustraciones. Porque hemos aprendido que somos invencibles si luchamos por lo que realmente queremos.
Y, aunque el reloj del tiempo juega en nuestra contra porque aún no hemos encontrado nuestro lugar en el mundo, sabemos que las cosas que realmente valen la pena son difíciles de encontrar y aún más difíciles de obtener.
Ahora también podemos responder a la pregunta "¿la vida apesta?". Pero ahora que somos conscientes de ello, juguemos con ventaja. La ventaja de quien lucha, sueña, insiste, no se rinde, vive con pasión cada paso incierto, continúa a pesar del miedo. Porque la vida es solo eso.