Última actualización: 29 de marzo de 2016
Después de la muerte de los padres, la vida cambia mucho, de hecho mucho. Lidiar con un orfanato, incluso para un adulto, es una experiencia aterradora. En lo más profundo de todos nosotros sigue viviendo ese niño que siempre puede contar con su madre o su padre para sentirse protegido. Sin embargo, cuando se van, esta opción desaparece para siempre.
Ya no podemos verlos, no solo por una semana, no por un mes, sino por el resto de nuestras vidas. Los padres son las personas que nos traen al mundo y con quienes compartimos los aspectos más íntimos y frágiles de nuestra vida.. En un determinado momento ya no existen aquellos individuos que, de cierta manera, nos han hecho ser quienes somos.
"Cuando un recién nacido aprieta por primera vez el dedo de su padre en su pequeño puño, lo ha capturado para siempre".
-Gabriel García Márquez-
Muerte: hay un gran abismo entre hablar de ella y vivirla...
Nunca estamos del todo preparados para enfrentar la muerte, especialmente si se trata de la muerte de uno de nuestros padres. Es una gran adversidad que difícilmente somos capaces de superar por completo. Por lo general, lo mejor que podemos conseguir es aceptarlo y vivir con ello. Para superarlo, al menos en teoría, deberíamos ser capaces de entenderlo, pero la muerte es, en rigor, completamente incomprensible.. Es uno de los grandes misterios de nuestra existencia, quizás el mayor de todos.
Obviamente la forma de aceptar una pérdida está íntimamente relacionada con cómo sucedió. Una muerte por las llamadas "causas naturales" es dolorosa, pero es aún más dolorosa por un accidente o un asesinato. Si la muerte es precedida por una larga enfermedad, la situación es muy diferente a la de una muerte súbita.
También tiene su peso el tiempo transcurrido entre la muerte de uno de los progenitores y la del otro progenitor: si ha transcurrido poco tiempo, el dolor es más difícil de sobrellevar. Si, por el contrario, el plazo es más largo, quizás estés un poco más preparado para aceptarlo.
En realidad, no solo desaparece un cuerpo, sino todo un universo. Un mundo hecho de palabras, caricias, gestos. Incluso esos consejos repetidos cien veces que de vez en cuando cansan y esas “manías” que nos hacían sonreír o sacudir la cabeza porque así las reconocemos. Es ahora cuando comenzamos a extrañarlos de una manera poco probable.
La muerte no avisa. Se puede adivinar, pero nunca dice exactamente cuándo llegará.. Todo se resume en un momento y ese momento es categórico y decisivo. Irreversible. De repente todas las experiencias vividas en su compañía, tanto las buenas como las malas, desaparecen y quedan atrapadas en un recuerdo. El ciclo ha terminado y es hora de decir adiós.
¿Qué hay sin estar realmente allí...
En general, pensamos que ese día nunca llegará, al menos hasta que realmente llegue y se vuelva real.. Estamos impactados y no vemos más que una caja, con un cuerpo rígido e inmóvil, que no habla y no se mueve. Que está ahí, pero sin estar realmente ahí...
Porque es con la muerte que empezamos a comprender muchos aspectos de la vida de los que ya no están. Abrazamos una comprensión más profunda. Tal vez el hecho de el no tener a nuestro lado a nuestros seres queridos nos empuja a entender el porqué de muchas de sus acciones que hasta ese momento eran incomprensibles, contradictorios y hasta repugnantes.
Es por esta razón que la muerte puede traer consigo un sentimiento de culpa hacia los que han fallecido. Debemos luchar contra ese sentimiento, ya que de nada sirve, si no es para hacernos ahogar cada vez más en la tristeza, sin poder remediar nada. ¿Por qué culparnos a nosotros mismos si cometimos errores? Somos seres humanos y esa despedida debe ir acompañada de un perdón: un perdón del que se va hacia el que se queda, y del que se queda hacia el que se va.
Disfrútalos mientras estén ahí, porque no estarán ahí para siempre...
Independientemente de la edad, cuando mueren los padres, es normal sentir una sensación de abandono.. Es una muerte diferente a todas las demás. A veces, algunas personas se niegan a dar a estas muertes la importancia que se merecen, como mecanismo de defensa y como negación encubierta. Sin embargo, esos dolores no resueltos regresan en forma de enfermedad, fatiga, irritabilidad o síntomas depresivos.
Los padres son nuestro primer amor. No importa cuántos conflictos o cuántas diferencias hayamos tenido con ellos: son seres únicos e insustituibles dentro de nuestro mundo emocional. Aunque ahora seamos autónomos e independientes, aunque nuestra relación con ellos haya sido difícil, cuando ya no están, los extrañamos como un “nunca más” de esa protección y apoyo que, de una forma u otra, siempre han hecho presente en nuestra vida.
Aquellos que no han conocido a sus padres o que se han alejado de ellos a una edad temprana, pasan toda su vida cargando con esa ausencia como una carga sobre sus hombros. Una ausencia que es presencia, porque en nuestro corazón siempre hay un espacio vacío que las demanda.
Sea como fuere, una de las grandes pérdidas en la vida es la de los padres y puede ser difícil de superar si ha habido injusticia o descuido en el cuidado que les hemos reservado. Por esta razón, mientras estén vivos, es importante tener en cuenta que los padres no estarán allí para siempre, que son, genética y psicológicamente, la realidad de la que nacimos; que son únicos y que nuestras vidas cambiarán para siempre después de que desaparezcan.