Última actualización: 07 agosto 2018
Incluso si a menudo tienes que enfrentar "batallas", el amor no es una guerra. A pesar de los malentendidos, uno no debe ver al otro como un enemigo. El otro podemos ser nosotros mismos cuando nos culpamos de haber cometido un grave error, pero también puede ser la persona con la que compartimos la cama, que poco a poco nos quita todo el espacio obligándonos a dormir en un rincón y nos roba las mantas con las que tratamos de resguardarnos del frío.
Una riña gélida, pero que surge de la complicidad, generada por el compartir sueños y esperanzas. Pero también pesadillas, sufrimientos y errores. Porque sin compartir no puede haber complicidad. Una complicidad que admite batallas, pero no guerras.
'Mientras que las batallas a menudo tienen que librarse, el amor no es una guerra. A pesar de los malentendidos, uno no debe ver al otro como un enemigo.
El amor no es una guerra: el camino hacia la empatía
Solo se permiten unas pocas armas en las batallas amorosas. Las cosquillas y las caricias son una constante, sin embargo es mejor no "sacar" el rencor. Son batallas en las que se perdona y se olvida. Cancela para escribir nuevas historias. Y por si fuera poco, se saca a relucir la razón, a pesar de ser conscientes de que es un arma de doble filo, casi nunca la mejor. En el amor, la verdadera victoria es evitar lastimar al otro. Y así, habiendo llegado al movimiento final, la lógica retrocede en silencio.
Poder contar con la otra persona es importante, aunque muchas veces tengamos la impresión de que no nos comprende y nos sentimos víctimas de una especie de torre de babel. Esto sucede no solo con nuestra pareja, sino también con nuestros padres, amigos o hijos. Por mucho que intentemos ser empáticos, es imposible estar de acuerdo en todo.
Otros no pueden, pero nosotros tampoco. Aunque a veces nos esforzamos tanto que creemos que lo hemos conseguido. Hacer un gran esfuerzo no nos garantiza un buen resultado. Pensar que lo has logrado es un espejismo comparable a ver el agua brotar de las dunas del desierto.
Cuando no lo conseguimos, o mejor dicho, cuando no lo conseguimos al 100% (o nuestra pareja no lo consigue del todo) no hay por qué echarnos la culpa. El esfuerzo realizado incide en el resultado, nos permite ver con claridad todas las oportunidades, nos hace comprender el valor de la honestidad, pero pocas veces nos lleva al resultado deseado.
Pero, ¿cuántas batallas (que corren el riesgo de convertirse en verdaderas guerras) surgen de la creencia de que los demás no intentan comprendernos? Tendemos a olvidar todas las veces que nos han entendido a la perfección. Algunas veces es precisamente ese bolígrafo rojo, que usamos para marcar errores, para firmar nuestra sentencia. Y es así como ladrillo tras ladrillo se levanta ese obstáculo que se hará infranqueable. Y es entonces cuando la comunicación se interrumpe y el amor se pierde en la rutina como un terrón de azúcar en una taza de café. Lenta, pero irreversiblemente.
“Ser incomprendidos por los que amamos es el cáliz amargo, la cruz de nuestra vida. Por eso los hombres superiores tienen en los labios esa sonrisa dolorosa y triste que tanto nos asombra”.
-HF Amiel-
Las heridas de guerra son profundas, muy a menudo mortales.
Intentar recuperar el amor tras declararse la guerra es una misión difícil. El otro se convierte en nuestro enemigo, al que hay que dominar y vencer. A estas alturas, muchos creen que basta con deponer las armas para arreglar las cosas, pero no es así.
Probablemente no habrá nada más que hacer. El suelo era fértil antes, ahora estéril y vulnerable. Todo es inevitablemente diferente, porque nadie seguiría jugando con quienes les tendieron una trampa; nadie quiere a una persona a su lado que le recuerde la peor parte de sí mismo.
En definitiva, esta ruptura no es más que la consecuencia de un tiro a ciegas tras amenazar con un arma cargada de rencor. Por haber olvidado que hasta el más sólido de los lazos no deja de ser delicado, a veces hasta frágil. Fuerte, pero no indestructible.
Porque cuando una pareja se declara la guerra, el amor se rompe, se desgasta y se convierte en una bala incandescente y afilada, capaz de hacernos trizas. Es por eso que debemos tratar de no disparar primero y hacer que las declaraciones de guerra sean un desperdicio de papel. Entonces seremos libres de decidir si continuar constructivamente o terminar la relación sin destruirnos el uno al otro, porque de lo contrario nos encontraríamos ahogados en nuestro propio dolor.