El principito que olvidó mirar al cielo

El principito que olvidó mirar al cielo

El principito que olvidó mirar al cielo

Última actualización: 30 2016 noviembre

No se por que, pero hay personas que entran en ti, aun sin haber oído una sola palabra salir de su boca o haber recibido una mirada de ellos. Aún hoy no entiendo por qué solo él y nadie más me dio ese sentimiento especial.

Si no lo vi, el día pasó para mí sin tener ningún sentido real. Debía de tener unos seis años y estaba más que acostumbrada a verlo subir y bajar por la calle. era rubio y me recordó al principito. Todas las tardes me asomaba al balcón, con la cara entre las rejas y las piernas colgando como plantas cayendo en cascada de ramas verdes hacia el asfalto. Mientras tomaba un refrigerio, también comí los pistilos dulces y blancos de los geranios rojos que recogía mi madre.



Me recordó al principito

"Sabía que ese chico era especial, tan especial que no parecía pertenecer a este mundo".

Antes del anochecer, como todos los días, cruzaba la calle, miraba hacia abajo y tenía los brazos llenos de libros. El suyo era el aspecto más triste imaginable. Siempre he soñado con verlo mirando hacia arriba, aunque sea una sola vez. Quería gritarle todo lo que el mundo podría ofrecerle si dejaba de mirar hacia abajo y miraba al frente o al cielo, pero nunca lo hizo.

Lo que sé de él lo descubrí a través de chismes. Como mariposas blancas que dormitaban en las paredes y en las horas más frescas del día revoloteaba en las sillas frente a las casas. Sin embargo, tal vez una vez más fue todo producto de mi imaginación. Esta es la historia.



El diagnóstico del principito

- Su problema es que lee demasiado.

Este fue el diagnóstico que le dieron al joven. Desde el homeópata al psicólogo, pasando por el acupunturista, el cura, el panadero, el quiosco, la familia y obviamente el libro. Todos estuvieron de acuerdo o tal vez se influyeron mutuamente.

Cuando regresaba a casa agotado de su habitual paseo por el círculo de su mente, a cada paso que daba escuchaba una y otra vez esta frase, como un eco inextinguible. En ese momento, todo lo que tenía que hacer era rendirse y aceptar que los libros eran la causa y la solución de sus problemas.

Como siempre, antes de regresar al pueblo, fue al centro comercial y Fui a la sección de libros a despedirme. Luego pasó por la sección de moda juvenil, eligió allí algunas prendas de moda y se coló en uno de los probadores.

“Completamente desnudo miró su imagen como si fuera la primera vez”.

Las luces del vestidor, diseñadas para realzar la imagen, apenas lograron darle un poco de vida a su triste figura. Donde antes había una espesa masa de cabello alborotado, ahora la piel brillante envolvía su cráneo. Era como una máscara de belleza para un cerebro que por un tiempo habló en silencio, perdido.

La pronunciada curvatura de lo que fueron sus pestañas coronó el recuerdo de una mirada profunda. Ahora desprovisto de cualquiera de sus cejas. El rostro, reducido a mejillas tersas, lamentaba la ausencia de color y el trazo con que se dibuja un mapa de besos.



“Lamentó la ausencia de color y el trazo con el que se dibuja un mapa de besos”.

La piel del pubis, antaño cubierta de puntiagudos pelos negros de los que brotaba su tensión, recordaba ahora a la de las esculturas prematuras, que ignoraban los placeres carnales, marmóreos y frágiles.


Levantó sus brazos huesudos y los ató detrás de su cuello. En vano buscó un rastro de pelo en sus axilas. Todo su ser, una vez suave y suave, ahora era solo piel transparente y frágil. Hasta el punto en que se rompe, sin sombra de caricias.

La imagen se desdibujó y reapareció entre lágrimas. Luego bajó la mirada y una mueca se asemejaba a una sonrisa. Allí donde solo las letras pueden arraigarse con fuerza, donde solo ellas pueden llegar, se abrió un hueco en el pecho. Del agujero salía una especie de torrente de plumón, color oro.


Pasó el tiempo y un día dejé de comer los pistilos en ese balcón. Sin embargo, me detuve a mirar la calle ahora desprovista de su presencia. Pensé que, a pesar de lo que pensaba el mundo, los libros eran la causa de nada. Más bien eran un refugio del mundo para ese principito demasiado solitario.

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