Última actualización: 24 agosto 2020
El síndrome de la felicidad tardía es el resultado de una mala gestión del tiempo. Lleva a posponer continuamente planes y proyectos debido a la inexorable sucesión de obligaciones y deberes.
Las emociones negativas que resultan del perverso síndrome de la felicidad retrasada pueden afectar nuestro rendimiento, nuestras relaciones personales y laborales. Incluso pueden cambiar nuestra personalidad. Por ello, es importante saber administrar las obligaciones y los placeres de manera que las primeras no excluyan a los segundos.
Felicidad y otras emociones
La felicidad forma parte de lo que se definen como emociones positivas, es decir, aquellas que por lo general tienen efectos positivos en el cuerpo y en las relaciones. Podemos decir que sentimos felicidad cuando experimentamos plena satisfacción, imperturbable, generado por el cumplimiento de una meta o una experiencia placentera.
Puede parecer que la felicidad es siempre una emoción positiva. Esto, sin embargo, no siempre corresponde a la verdad. Primero, sus efectos son positivos, pero cuidado cuando nuestra mente decida engañarnos.
El ser humano experimenta un atisbo de felicidad (o al menos placer) cuando imagina, recuerda o anhela momentos felices. Pero esta ilusión de felicidad no dura mucho y, como resultado, puede convertirse en una fuente de frustración, odio y estrés.
Síntomas del síndrome de la felicidad pospuesta
Para saber si sufrimos este síndrome podemos prestar atención a los siguientes síntomas:
- Siempre estamos buscando algo mejor., nunca estamos satisfechos con nuestros objetivos y siempre encontramos oportunidades de mejora que, inevitablemente, restan valor e interés a lo que ya hemos conseguido.
- Estamos obsesionados con el dinero y ahorramos lo más posible con el objetivo de gastarlo cuando lo necesitemos; ese momento, sin embargo, nunca llega y nada es lo suficientemente bueno para gastar nuestro dinero.
- El miedo al fracaso nos persigue hasta el punto de que preferimos quedarnos en la situación actual que crecer a nivel personal, familiar o empresarial.
Estos tres síntomas, tomados en conjunto o individualmente, son el claro indicador de que necesitamos un cambio. Posponer la felicidad solo desencadena una gran cantidad de emociones negativas., impidiéndonos ser verdaderamente felices. Muchas veces, a fuerza de posponer la felicidad, nos aseguramos de que nunca llegue.
Retrasar la felicidad y las consecuencias.
Los efectos del síndrome de la felicidad retardada son evidentes: se entra en un estado contrario al deseado, se vuelve apático, melancólico e irritable. En realidad, la persona que padece este síndrome está postergando la felicidad proyectándola constantemente hacia el futuro, dificultando su llegada.
En consecuencia, acaba generando tanto el miedo al fracaso como al propio riesgo, por temor a poner en peligro un estilo de vida considerado razonable y estable. La realidad es que muchas veces, esta imagen de la vida no es real, sino que refleja la idea de que “no puedo aspirar a nada más”.
¿Cómo lidiar con el síndrome de la realidad pospuesta?
Puede que no seamos conscientes de nuestro problema, pero si sabemos lo que nos está pasando, es recomendable actuar lo antes posible.
Pon tus prioridades en orden
La solución está en el anteponer las cosas realmente importantes, que no siempre coinciden con las más urgentes. Esto significa priorizar o dedicar tiempo a lo que nos apasiona. Es simplemente una cuestión de entender que necesitamos el espacio para disfrutar de la vida, no solo para sufrir o sacrificarnos, por mucho que ese sacrificio nos haga sentir bien.
Como consecuencia, es posible que el deseo de ser feliz nos lleve a arriesgarnos, pero esto es necesario para seguir adelante. Al evitar riesgos sistemáticamente, acabamos empeorando nuestra calidad de vida… y todo gracias a unos límites autoimpuestos que nos dejan poco margen de maniobra.
Piensa en lo que ya te hace feliz
Nadie es completamente infeliz; todos tenemos algo en la vida que nos da satisfaccion, y este debe convertirse en nuestro punto de partida. En lugar de seguir proyectando felicidad, aunque lo hagamos para reorganizar nuestras prioridades, detenernos en el presente nos ayudará a lograr el cambio.
Si ya tenemos hábitos que nos hacen sentir bien, como leer o viajar, evita que esos placeres sean reemplazados por obligaciones y deberes. Básicamente, ante el síndrome de la felicidad postergada, el plano de la hipótesis es mucho menos tangible que la realidad.