Cómo fuimos amados cuando éramos niños a menudo explica cómo damos y buscamos amor. Aunque en la infancia nos criaran de forma fría y dolorosa, siempre estamos a tiempo de romper este patrón afectivo. Hablamos de ello en este artículo.
Escrito y verificado por el psicólogo. GetPersonalGrowth.
Última actualización: 15 2022 noviembre
Todos hemos escuchado la frase "obtén el amor que te mereces". La verdad es esa cómo fuimos amados de niños en muchos casos determina nuestras relaciones afectivas como adultos. Gran parte de nuestras relaciones y su calidad está mediada por el vínculo que se establece con los padres.
Hace más de cincuenta años que el psicólogo Albert Ellis señaló que en el momento en que el amor de los padres deja de ser incondicional, aparecen problemas en el desarrollo emocional del niño. Esos primeros modelos de validación, afecto o desafección construyen la primera percepción de las relaciones interpersonales.
Nos guste o no, es en la infancia y la adolescencia cuando se forma nuestra idea del amor. Enriquecer experiencias previas nos da seguridad y confianza. Una infancia hecha de carencias y miedos nos hará hambrientos (pero también temerosos) de cualquier forma de amor.
Las investigaciones nos dicen que tener padres amorosos nos permite desarrollar relaciones más fuertes y felices en la edad adulta.
Cómo afecta cómo fuimos amados cuando éramos niños
Darle amor sano a tu bebé es tan importante como alimentarlo, cuidarlo y darle un hogar. También es cierto que no existe un manual para ser padres perfectos, pero es fundamental que nuestros hijos se sientan amados y que ese amor sea incondicional, para que se sientan acompañados y seguros en toda circunstancia.
Cómo fuimos amados cuando niños nos determina, para bien o para mal. Un estudio realizado por la Universidad de Harvard demuestra que el afecto de los padres afecta el desarrollo psicológico de los niños.
Por otro lado, ser víctima de maltrato, abandono y falta de apego favorece la aparición de problemas de salud mental durante la edad adulta.
Todo lo que ocurre en la infancia repercute en la edad adulta. Por ejemplo, ser sobreprotector hace que los niños sean sensibles y ansiosos. Los niños que son abusados física y psicológicamente a menudo tienen dificultades para mostrar sus sentimientos.
Asimismo, los episodios de violencia experimentados en la propia piel o observados en el seno de la familia afectan a las relaciones futuras.
Impacto de los estilos de apego en la edad adulta
Una de las teorías más comunes sobre por qué la forma en que fuimos amados cuando éramos niños determina nuestra vida adulta es la de los psicólogos Cindy Hazan y Phillip Shaver.
A finales de la década de 80, expusieron su teoría del amor en un estudio basado en los diferentes tipos de apego definidos por el psiquiatra y psicoanalista John Bowlby. Estos son:
- Inseguro-ambivalente. Uno o ambos padres muestran una actitud impredecible hacia el niño. A veces son disponibles y cariñosos, otras pueden ser fríos, agresivos o desatentos con él. Esto hace que se vuelvan adultos celosos, aprensivos, temerosos de ser abandonados, inseguros y hasta contradictorios; o personas volubles, un día muy presentes, otro muy distantes.
- Inseguro-evitativo. Otro tipo de apego problemático es aquel en el que se descuidan las demandas y necesidades del niño. El niño es ridiculizado y considerado débil cuando expresa la necesidad de cercanía y afecto.
Sus emociones son invalidadas, su personalidad, dignidad y autoestima son violadas. Es evidente cómo este tipo de apego afecta al adulto: para él, el cariño se convierte en una amenaza, el amor hiere y traiciona, por lo que es mejor evitarlo. Rara vez logrará una intimidad auténtica con alguien.
- Desestructurado. Es el apego más dañino. En este caso, los padres son violentos y provocan un verdadero trauma en la mente del niño. El efecto que este apego puede tener a nivel relacional en el futuro es muy complejo e incluso contradictorio: aparece inestabilidad, falta de confianza, necesidad de apego excesivo.
- asegurar. Este apego se establece con padres capaces de ofrecer seguridad en todos los ámbitos y se caracteriza por el bienestar general. Quien crece sintiéndose amado tiene más posibilidades de convertirse en un adulto capaz de amar.
La forma en que hemos sido amados no siempre es lo que merecemos
La forma en que fuimos amados de niños nos afecta de alguna manera, es verdad. Algunos de nuestros padres aprovechan la oportunidad para enseñar el valor y la calidez de los abrazos. Otros educan con gritos y refuerzo emocional. Les dan a sus hijos alas para volar o cadenas, haciéndoles creer que no merecen luchar por sus sueños.
Sus palabras se deslizan en nuestras mentes, a veces incluso durante la edad adulta. Toda esta herencia psicológica repercute en cómo amamos a nuestra pareja.
Entonces, ¿somos prisioneros de la educación y el trato recibido en la infancia? No debería ser así. Siempre estamos a tiempo de romper ese modelo y esos patrones.
Todo el mundo merece un amor pleno, positivo y saludable. Sin embargo, no podremos recibirlo si no nos consideramos dignos de él. Y para lograr esto, tenemos que empezar siendo nuestros mejores amigos. La autoestima y el amor propio podrán curar muchas heridas de la infancia.
Solo amándonos verdaderamente a nosotros mismos podremos amar a los demás de manera madura y construir relaciones felices y estables.