Escrito y verificado por el psicólogo. ObtenerCrecimientoPersonal.
Última actualización: 15 2021 noviembre
Uno que se cierra como un erizo y no escucha, el otro que grita. Dos personas que se acusan mutuamente sin argumentar... La causa raíz de las discusiones y peleas es casi siempre la misma, y más aún si resulta en resentimiento y conflictos sin sentido, llenos de desprecio y orgullo. Estamos hablando de la falta de empatía.
Detengámonos un momento a pensar en la última vez que nos enfrentamos a una discusión más o menos acalorada. Cuando iniciamos estas dinámicas desde una diferencia, un ataque o una crítica, tratamos (en general) de resaltar nuestra verdad. (en mayúscula). Queremos señalar a la otra persona nuestro punto de vista y, sobre todo, su error, su visión errónea o, posiblemente, injusta. Esta es precisamente la principal causa de las discusiones.
Del mismo modo, suele ocurrir otra dinámica: la adopción de comportamientos defensivos. Llevamos armadura y buscamos, ante todo, protección y ataque. Esta dinámica se ve a menudo en las relaciones de pareja, en esas discusiones en las que uno o ambos comienzan a lanzar dolorosas acusaciones y golpes bajos… mientras se escuda la posición de víctima del otro.
"Tu estado de ánimo es tu destino"
-Herodoto-
Muchos de estos argumentos se resolverían mucho antes si ejercitáramos con más destreza una palabra mágica fundamental: empatía. El simple intento de considerar la realidad de los demás y comprenderla haría que los conflictos fueran mucho más humanos y útiles. Sin embargo, nuestro error es casi siempre el mismo: nos dejamos llevar por las emociones y estas nublan la razón, apagan los sentidos y establecen distancias insalvables.
La causa raíz de discusiones y argumentos es casi siempre la misma: la falta de empatía.
La principal causa de las discusiones: falta de empatía y comprensión.
Si compartimos un deseo, es el de sentirnos comprendidos. Dijo esto, en el momento en que alguien nos cuestiona, nos critica o cuestiona nuestras “verdades”, no solo percibimos una clara amenaza. Inmediatamente después viene la ira, la ira. Es un claro desequilibrio de nuestra homeostasis emocional y por eso no tardaremos en argumentar.
Si echamos un vistazo a la literatura menos científica y más popular sobre el conflicto, lo primero que encontraremos es el clásico artículo de Cómo ganar una discusión en seis pasos. Vemos nuestros desacuerdos y discusiones como un campo de batalla, como si siempre debiera haber un ganador y un perdedor. Por lo tanto, ha llegado el momento de corregir este enfoque.
La principal causa de discusiones y riñas no radica en absoluto en vivir en un mundo lleno de narcisistas, de gente con la que no se puede razonar, de perfiles ávidos de iniciar disputas contra nosotros. Estos perfiles existen, pero no definen al 100% de la población. La razón principal de nuestros desacuerdos es nuestra falta de comprensión y la ausencia de una empatía real, práctica y útil.
Cuando entendemos a la otra persona y descubrimos su realidad, estamos más dispuestos a ceder, más entregados a esa reciprocidad con la que llegar a acuerdos que nos enriquecen.
Seguramente más de alguien pensará que todo esto se detendrá en las buenas intenciones, pues en la vida real no faltan las discusiones que estallan por una detonación injusta, por una falta real o por una ofensa que hay que defender con la espada. Incluso en estas situaciones es bueno comprender y ponerse en el lugar del otro para descubrir que, quizás, no vale la pena disuadir. Tal vez significaría perder el tiempo.
¿Cómo llegar a un acuerdo?
Ya sabemos que la raíz de las discusiones y riñas es el mal uso de la empatía. ¿Cómo podemos entrenarla mejor para llegar a un acuerdo? Memorizamos las siguientes estrategias:
- Preguntémonos por qué nos sentimos así. Profundizamos el malestar, el ardor que nos provoca esa palabra o ese comentario (¿es un ataque injusto o tal vez hay algo de cierto en esa crítica que no queremos aceptar?).
- Una vez que hemos definido nuestra realidad emocional y el motivo de ese malestar, es el momento de hacer lo mismo con la otra persona. Intentamos ponernos en su piel e intuir, comprender, descubrir (¿Es insegura y por qué me ataca? ¿Está molesta por algo que hice en el pasado y todavía me guarda rencor? ¿Lo que dijo/hizo es por miedo a perderme o porque quiere que yo reaccione?).
- El tercer paso es el compromiso. En lugar de dejarnos atrapar por las emociones, optaremos por controlarlas y dejar que fluyan hacia una solución. Nuestro compromiso estará orientado a comprender, no a encontrar culpables, no resucitaremos viejos esqueletos del pasado ni gestos o palabras que acentúen aún más las diferencias.
La causa principal de las discusiones es un mal uso de la empatía. Por ello, es importante esforzarse por ponerse en el lugar del otro para poner fin al incidente de forma productiva.
Debemos ser capaces de extinguir la furia o el picor de la ira, ser capaces de mostrar al otro esa apertura donde se palpa la empatía, donde percibimos un intento de comprensión y de acuerdo. Hay que decir que este arte no es fácil, lleva tiempo y requiere trabajo interior. Sin embargo, el esfuerzo puede ayudarnos a disfrutar mucho más de nuestras relaciones.