Última actualización: 13 octubre, 2015
Nuestras células se dividieron y desarrollaron al ritmo de los latidos de su corazón: nuestra piel, nuestro cabello, nuestro corazón, nuestros pulmones y nuestros huesos fueron alimentados por su sangre, sangre llena de neuroquímicos que se formaron en respuesta a sus pensamientos, creencias y emociones. Si tenía miedo, si se sentía ansiosa, nerviosa o si estaba enferma por el embarazo, nuestro cuerpo lo sabía; si estaba feliz, confiada y satisfecha, incluso entonces, lo sabíamos.
Christiane Northrup
Cada hija trae a su propia madre con ella. Es un lazo eterno que nunca podremos romper. Porque, esto está claro, siempre llevaremos algo de nuestras madres con nosotros.
Para estar sanos y felices, cada uno de nosotros necesita saber cómo nuestra madre ha afectado nuestra historia y cómo continúa haciéndolo. Nuestra madre es la que nos hizo sentir cariño y apoyo antes de nacer. Y es gracias a ella que hemos entendido lo que significa ser mujer y cómo tratar o descuidar nuestro cuerpo.
Lo que heredamos de nuestras madres
Cualquier mujer, sea madre o no, lleva consigo las consecuencias de la relación que tuvo con su madre. Si su madre le ha dado mensajes positivos sobre el cuerpo femenino y cómo hacerlo funcionar y cuidarlo, sus enseñanzas siempre serán parte de una guía para su salud física y emocional.
Sin embargo, la influencia de una madre puede ser problemática cuando el papel que desempeña es tóxico, como resultado de su actitud celosa, basada en el control y el chantaje.
Cuando podamos comprender los efectos que ha tenido el crecimiento en nosotros, comenzaremos a estar dispuestos a comprendernos a nosotros mismos, a sanarnos, a poder asimilar lo que pensamos sobre nuestro cuerpo o a explorar lo que consideramos posible lograr en la vida.
La atención materna, un nutriente esencial para toda la vida
Cuando una cámara filma a una persona en la audiencia durante un evento deportivo o cualquier otro evento, ¿qué suele decir la gente? "¡Hola mamá!".
Casi todos sentimos la necesidad de ser vistos por nuestras madres, buscamos su aprobación. Inicialmente esta dependencia se debe a causas biológicas, pues necesitamos a nuestra madre para sobrevivir, por muchos años; sin embargo, la necesidad de cariño y aprobación se fragua desde el primer momento, desde que la vemos mirarnos para ver si estamos haciendo las cosas bien y darnos una caricia.
Exactamente como nos dice Northrup, el vínculo madre-hija está estratégicamente diseñado para ser una de las relaciones más positivas, comprensivas e íntimas que tenemos en la vida. Incluso si las cosas no siempre salen así...
Con el paso de los años esta necesidad de aprobación puede convertirse en patología, generando obligaciones emocionales que llevarán a nuestra madre a ostentar el poder de controlar nuestro bienestar durante toda o la mayor parte de nuestra vida.
¿Cómo empezar a crecer como mujeres y como hijas?
La decisión de crecer implica sanar heridas emocionales o cualquier asunto que haya quedado sin resolver en la primera mitad de nuestra vida. Este paso no es fácil, porque primero necesitamos entender cuáles son los aspectos de la relación madre-hija que necesitan ser resueltos y sanados.
Nuestros sentimientos de valor presente y futuro dependen de esto. Esto sucede porque siempre hay una parte de nosotros que piensa que necesitamos sobrededicarnos a nuestra familia o pareja para merecer su amor.
La maternidad e incluso el amor de una mujer son sinónimos culturales de sacrificio en la opinión colectiva. Esto supone que nuestras necesidades permanezcan siempre conectadas a la satisfacción de las de los demás. En consecuencia, no nos dedicamos a cultivar nuestra mente como mujeres, sino a moldear a nuestro antojo la sociedad en la que vivimos.
Las expectativas que el mundo tiene de nosotros pueden llegar a ser verdaderamente crueles. De hecho, constituyen un verdadero veneno que nos obliga a olvidarnos de nuestra individualidad.
Fuente consultada: Mothers and Daughters of Christiane Northrup