Última actualización: 19 de abril de 2015
La ira es, entre las diversas emociones, la más explosiva, comparable al fuego, y puede causar daños y destrucción si las llamas no se apagan a tiempo.
Afortunadamente, no hay pocas cosas que podamos hacer para apagar el fuego antes de que sea demasiado tarde.
Crónica de un incendio
Como todas las demás emociones, la ira cumple una función de supervivencia y, por lo tanto, no es ni buena ni mala.; el punto está en cómo lo manejamos. La ira surge cuando nos enfrentamos a una situación que percibimos como amenazante, como un coche que va a toda velocidad por la calle de forma imprudente mientras está al volante, provocando un accidente. Este evento, que pone en peligro nuestra integridad, hace que nuestro organismo se prepare instintivamente para dos escenarios posibles: luchar o huir, según la magnitud de la amenaza. Hasta aquí estamos hablando de reacciones automáticas.
Retomando la comparación con el fuego, este hecho sería la chispa inicial que puede generar el fuego, dependiendo de la existencia o no de sustancias inflamables que lo alimente. En este caso, el combustible son los pensamientos, y es en ese momento crítico que tenemos el poder de alimentar o apagar el fuego.
Los bomberos de las emociones
Una vez que los instintos han jugado su papel inicial en la defensa de la especie, entra en escena lo que nos diferencia como humanos: nuestros pensamientos y valores. Volvamos ahora al ejemplo del accidente de tráfico para ilustrar el proceso y ver qué podemos hacer:
- Reconocer los signos: el primer paso es aprender a detectar las transformaciones físicas que acompañan a nuestro enfado, así como los acontecimientos que tienden a irritarnos, para poder frenarlos a tiempo. El conductor "víctima" del ejemplo anterior, por tanto, experimentará una aceleración de los latidos del corazón y de la respiración, tensión muscular, enrojecimiento de la cara y sensación de calor. Una vez identificadas estas transformaciones, el conductor irritado puede proceder a respirar profundamente para calmarse, ya que la respiración es la única función fisiológica que podemos controlar con nuestra voluntad. Una vez regulada la respiración se genera una bio-retroalimentación que tiene un efecto calmante sobre nuestras emociones.
- Conciencia de pensamientos: esto es fundamental. Si el conductor en cuestión concibe pensamientos negativos hacia el otro conductor tales como: "¡Qué animal!", "¡Es un idiota!", "¡Lo pagará!", Etc. no estaría haciendo más que echar más leña al fuego y dar lugar a un problema mayor.
- El resultado: en función de cómo el conductor decida usar su libre albedrío, los efectos serán distintos. Si optaba por la vía incendiaria, podría verse envuelto en una discusión con el otro conductor, sin calcular los nefastos efectos que la ira desenfrenada tiene sobre nuestro sistema cardiovascular, llegando incluso a provocar un infarto. Si, por el contrario, decide “ponerse el uniforme de bombero”, podría hacer que una nueva amistad le sea útil en el futuro. Pero, sobre todo, la sensación de haber superado el instinto destructivo y haber optado por la no violencia… ¡No tiene precio!
Imagen cortesía de Ben Raynal