Última actualización: 22 agosto 2015
"No cambiaré por ti, pero creceré contigo"
Esta frase puede sorprenderte. Hay muchos que creen que construir y mantener una relación requiere renunciar a ciertos aspectos de la vida de uno por el otro. No solo eso, muchos creen que, para adaptarse al carácter de su pareja, es necesario cambiar algunas partes del propio.
No queremos negar que una relación estable y larga a veces implica renunciar a ciertas cosas. Sin embargo, todo tiene un límite. Si nos vemos obligados a cambiar, estamos perdiendo una parte de nosotros mismos y se está abriendo un vacío en nosotros.
Si cambiamos nuestros valores, nuestras pasiones o nuestro carácter por otra persona, dejamos de ser nosotros mismos y nos convertimos en un falso, informe y sin alma reflejo del otro.
Hay un principio claro e indiscutible a la hora de establecer una relación de pareja: nunca debemos permitir que nuestros derechos y nuestros valores se vean amenazados, porque son los que nos definen. Nunca debemos esperar que la persona que amamos cambie por nosotros o se adapte a nuestras necesidades. Sería una especie de chantaje, totalmente injustificado. Profundicemos ahora en el asunto.
Crecimiento individual y crecimiento de pareja.
Empecemos aclarando un concepto básico: las relaciones de pareja no son entidades fijas e inmutables; nadie puede permanecer ajeno a todo lo que le rodea, a las relaciones sociales paralelas, al contexto laboral, a la familia, a las necesidades personales, etc.
La pareja se inserta en un proceso de cambio continuo, en el que el vínculo debe adaptarse a las nuevas situaciones creadas por el paso de los años. Hay una confrontación real entre el "nosotros" y el "yo".
Uno de los problemas más comunes es el necesidad de armonizar el crecimiento personal con el crecimiento de la pareja. En una relación positiva y feliz estas dos esferas están unidas y conectadas. ¿Cómo? Ambas personas respetan, comprenden y facilitan a su ser querido la libertad de organizar espacios personales para cultivar su personalidad, crecer y ser ellos mismos.
Podría decirse que este proceso, en realidad, representa una curiosa paradoja: en efecto, mientras trabajamos todos los días para ser una unión armoniosa, estable e íntima, al mismo tiempo, debemos ser dos entidades independientes, capaz de enriquecernos en nuestra individualidad. Solo así aportaremos sabiduría y felicidad a nuestra relación de pareja.
Hay que trabajar en el crecimiento individual de cada miembro de la pareja, ya que, al hacerlo, favoreceremos un equilibrio interno y la presencia de autoestima y satisfacción. De esta forma, la pareja construirá un verdadero nido protector.
Es inútil obligar a nuestro amado a cambiar. Si le pedimos, por ejemplo, que sea menos extrovertido y que participe menos en eventos sociales, esperando que así pase más tiempo en casa, no haremos más que crear frustración en él y violar sus verdaderos intereses.
¿De qué sirve provocar la infelicidad de nuestra pareja con nuestro egoísmo? No podemos obligar a nada ni a nadie a cambiar por nosotros. La pareja está hecha para construir, crecer y avanzar, pero nunca para prohibir.
Creciendo juntos nos encontramos
El amor maduro es la base de las relaciones estables. Es un amor consciente capaz de respetar y amar al otro por lo que es, sin querer cambiarlo en ningún momento. La madurez nos enseña que, en las relaciones, los miedos e inseguridades personales se transforman rápidamente en la necesidad de controlar al otro.
“Quiero que mi pareja cambie ese aspecto de su carácter, porque así no me dejará y seguirá llevándose bien conmigo”. Pero la gente no está hecha de plastilina., no se pueden modelar al gusto de los demás.
Debemos entender desde el principio que todos somos criaturas imperfectas, buscando otros seres imperfectos para ir de la mano y crecer juntos, día tras día. Este maravilloso proceso durará toda la vida, mientras tanto, también creceremos individualmente. Si somos más sabios, nuestra relación de pareja también crecerá.
El amor es una preocupación constante por la vida, una búsqueda continua durante la cual debemos cultivar nuestra personalidad y, al mismo tiempo, preocuparnos por el crecimiento de aquellos a quienes amamos.