Última actualización: 10 de febrero de 2015
Los siguientes son ejemplos muy habituales, ya que a todos os habréis dado cuenta de que en algunos momentos es más fácil decir “el taxi iba demasiado lento” (en vez de “me levanté una hora tarde”) o “el horno no funciona bien” (en lugar de “Estaba viendo la televisión y me olvidé de la cena en el horno”). Nuestra mente siempre trata de deshacerse de los problemas y, sobre todo, de las faltas, como para protegernos de los ataques de los demás, que a veces no son más que el resultado de nuestros miedos y nuestra imaginación.
El ser humano comete un error típico: siempre busca al culpable fuera de sí mismo, de cualquier problema. Si hacemos algo bien es nuestro mérito, pero si las cosas salen mal, seguramente será culpa de alguien más. Antes de decir “me equivoqué”, es probable que digamos que sucedió por mala suerte, el clima, el jefe, el transporte, el horóscopo o la alineación de los planetas. Inventamos cualquier cosa antes que enfrentar la realidad y asumir la responsabilidad.
El primer paso: aceptar los errores
Esto no es nada fácil de hacer, pero tampoco imposible. El primer paso es dejar de culpar a los demás, abandonar la comodidad del cuerpo y empezar a aceptar cuando fallamos. Permitir que los demás nos corrijan, dejar de lado el orgullo y sobre todo ser honestos con nosotros mismos primero, para ser honestos con los demás después.
Afortunadamente, la solución está dentro de nosotros y nadie fuera de nosotros puede cambiar la situación. Puedes empezar a poner esto en práctica la próxima vez que cometas un error, un error que has estado repitiendo durante algún tiempo. Aceptar que es difícil levantarse cuando suena el despertador, concentrarse en entregar el trabajo a tiempo, estudiar para un examen o prestar atención a la cena nos hará sentir mejor, tanto por dentro como, en consecuencia, también por fuera. Quizás tengas la suerte de contagiar la idea y todas las personas de tu alrededor aprendan a decir “me equivoqué”, algo tan difícil de escuchar en nuestros tiempos.
Imagen cortesía de Sharon Mollerus.