Una mirada diferente sobre el arte de ayudar

Una mirada diferente sobre el arte de ayudar

Una mirada diferente sobre el arte de ayudar

Última actualización: 27 de abril de 2015

“Dar una mano” y “luchar codo con codo” son expresiones que resumen la capacidad del ser humano de salir de su pequeño para ayudar a los demás. Esta conducta, que conmueve por el esfuerzo moral que implica, se llama altruismo y se ha convertido en un don escaso en estos tiempos en los que reinan el materialismo y el egoísmo.


Sin embargo, ¿quién puede decir que nunca ha experimentado esa energía reconfortante que se siente cuando nuestro apoyo alivia los problemas de otra persona? Recientemente, la ciencia ha descubierto la base neurológica de esta agradable experiencia: cuando ayudamos a alguien de forma desinteresada, se activa una parte del cerebro relacionada con la sensación de placer. Ahora, la palabra "desinteresado" es la clave de esta frase, veamos juntos por qué.


Todo lo que brilla no es oro

El altruismo es deseable desde todos los puntos de vista. Tanto desde una perspectiva biológica, porque la colaboración entre los individuos garantiza la preservación de la especie, como desde una perspectiva psicológica, ya que dar y recibir apoyo reduce el estrés, fortalece la autoestima y los vínculos afectivos y favorece la realización personal, tanto desde el punto de vista ético y espiritual, porque el altruismo nos edifica y nos pone en contacto con la trascendencia.

Por supuesto, todo esto es cierto, pero… ¿ayudar siempre es positivo? A simple vista parecería que sí, pero, dada la complejidad que caracteriza al ser humano, la respuesta no es tan sencilla.

Lo que marca la diferencia son las motivaciones detrás del comportamiento desinteresado. Hay muchos, algunos más encomiables que otros. En primer lugar, está la compasión genuina, que surge cuando vemos a alguien sobrecargado de trabajo y decidimos ofrecerle nuestra ayuda desinteresada, sin esperar nada a cambio, solo deseando el bien del otro. En este caso no hay un "motivo oculto", pero no siempre funciona así.



A veces, sorprendentemente, las personas ofrecen su ayuda para alimentar su ego, deseosas de recibir reconocimiento social y admiración.. Otras personas lo hacen para obtener algo a cambio de su ayuda, como un ascenso laboral; otros más para reforzar el sentimiento de superioridad del que dependen o porque no confían en la capacidad de los demás para resolver los problemas por sí mismos. Ayudar también puede ser una forma de controlar a quienes nos rodean., conscientemente o no, haciéndolos dependientes del apoyo que reciben. El falso altruismo puede ser fríamente calculado para engañar y manipular a otros, en forma de trampa o emboscada.

No ayudes tanto, porque podrías molestar.

Curiosamente, en ocasiones la ayuda prestada con buenas intenciones provoca exactamente el efecto contrario y, en lugar de facilitarle la vida al otro, sólo consigue interferir en su camino natural. Así es como la ayuda a veces puede privarte de la iniciativa, como sucede con los padres sobreprotectores que, para evitar problemas y sufrimientos a sus hijos, hacen por ellos lo que fácilmente podrían hacer por sí mismos. Sin embargo, es inevitable que tarde o temprano tengan que enfrentarse solos a los retos de la vida, para los que no estarán preparados ya que, irónicamente, habrán recibido demasiada ayuda.


Cuando sentimos el deseo de ayudar es bueno que sigamos nuestro presentimiento, pero no debemos dejar de reflexionar sobre las verdaderas motivaciones para ello: “¿Qué busco haciendo esto? ¿Admiración, control, sentirme importante?”, “¿Doy el pez o la caña de pescar?”, “¿Obtengo algún beneficio ayudando o solo me interesa hacer feliz al otro?”.

El altruismo es un gesto maravilloso que, en estado puro, sin duda puede hacer del mundo un lugar excepcional; sin embargo, no olvidemos que un mal momento para ponerlo en práctica o una mala motivación pueden hacer que el gesto sea inapropiado e incluso perjudique a los demás. Dicho esto, cuando surge la duda entre ayudar o no ayudar, vale la pena poner a prueba nuestro corazón, sin permitir que las intenciones oportunistas oscurezcan la belleza original del altruismo.


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