Última actualización: 02 septiembre, 2016
Madre, no puedo perderte. No quiero. Me niego. Necesito que te cuides, necesito que no te rindas, que no dejes de luchar, que no pierdas la sonrisa, que me hables dulcemente todos los días, que mantengas tu fulgor , que protejas tu esencia.
Por eso te pido que no te rindas, madre. Aunque tendrás que enfrentarte a miles de batallas. Tienes mi espada a tu disposición, una espada forjada en el amor más puro, profundo e imperecedero que te podré dar para toda la vida.
Juntos saldremos adelante y superaremos cualquier obstáculo que quiera interponerse entre nosotros y nuestra vida. Por eso, mamá, te pido que no me dejes, que seas fuerte. Te prometo que estaré a tu lado para cuidarte hasta el final de nuestro camino en esta vida.
Consciente de que por ley de vida es posible que tenga que vivir sin tu presencia; sin embargo, puedo asegurarte que siempre (SIEMPRE) permanecerás en mí, porque mi ser no podría ni podría existir si no fuera gracias a ti. Por eso, este gran miedo mío...
“El peor defecto de las madres es que mueren antes de que se les pueda devolver parte de lo que han hecho.
Nos dejan mutilados, culpables y terriblemente huérfanos. Afortunadamente solo hay uno. Porque nadie soportaría el dolor de perderla dos veces".
-Isabel Allende-
Vivir con el dolor de una madre: un proceso duro para los niños
Porque en realidad estoy plenamente convencida de que nuestro niño interior no le teme a los monstruos ni a la oscuridad y mucho menos a lo desconocido o al caos. Tiene miedo de perder nuestras figuras de apego, nuestras personas de referencia. Tememos que nuestra memoria ya no recuerde su olor, que nuestros ojos ya no puedan ver su cabello y que nuestro corazón ya no pueda sentir su calor.
Por eso, es fundamental aprovechar cada segundo a su lado y ayudarlas a sanar como mujeres y desarrollarse plenamente como personas. A lo largo de su vida, una mujer asume una gran cantidad de roles: madre, hija, novia, pareja, esposa, etc. Llega un momento en que nos encontramos con una infinidad de propiedades anudadas con las que tenemos que reensamblar pedazos de vida.
Si combinamos la imposición social del rol de sufrimiento con la mujer que, además, es madre con sus propias dificultades vitales que surgen, obtenemos un cóctel explosivo extremo que puede hacer sufrir intensamente a la figura que nos dio la vida.
Este dolor al que vemos sometidas a nuestras madres es tremendamente doloroso para nosotros, como hijos que ven a sus madres disfrazadas de luchadoras cuya fuerza es cada vez menor. Sin embargo, y dado que es un proceso duro, es inevitable que los niños a veces inviertan los roles y se conviertan en "madres/padres de sus madres". Al asumir este rol, intentas protegerlos y no hacerlos sufrir.
Nos convertimos en "nuevos padres" que temen que su bebé se caiga del columpio. Siendo niños, tenemos miedo de convertirnos en protectores. Funcionamos como la maquinaria que devuelve la inercia vital de un herido. Somos, pues, conscientes del inmenso poder que existe en el mundo femenino y, en concreto, en el materno.
Cualquiera que haya vivido una situación similar sabe que mediar con esto no es fácil, pero que sin duda nos permite avanzar en la escalera del crecimiento personal. La obligación emocional de proteger a nuestra madre cuando la vemos vulnerable nos dota de una conciencia que en sí misma es muy poderosa. Al mismo tiempo, consume, hiere y trastorna nuestro equilibrio interior, al menos por el momento.
Uno nunca está preparado para la pérdida de la madre y, por eso, descubre en sí mismo tal fuerza que le permite dar un paso más y convertirse en ese ángel que cura las heridas de una madre herida. Un evento maravilloso ocurre en nuestro mundo interior, la cálida mirada de nuestro niño interior aprende a vivir con la conciencia de un adulto, lo que, sin duda, es un paso más hacia la madurez.