Última actualización: 17 de febrero de 2017
El dolor es inherente a la vida. Es parte de ella, así como está hecha de diversión y felicidad. Tenemos tendencia a pensar que es una fatal casualidad, un capricho del destino, pero no es más que una extensión de nuestra existencia. Por ello, no podemos evitarlo y todo el esfuerzo invertido en ello será desconcertante e inútil.
El dolor, como la alegría, nos acerca a nuestra esencia más primordial. Ambos nos dan lecciones muy importantes y las necesitamos para guiar nuestros pasos en la vida.
Sin embargo, muchas veces convertimos el dolor en sufrimiento. En un sorbo amargo y eterno que incluso bebemos de forma agresiva y morbosa. Salimos muy mal de ella, como si de alguna manera estuviéramos buscando desesperadamente más sufrimiento del que ya existe.
El sufrimiento es un añadido al dolor, no el dolor en sí mismo.
No está mal sentir nostalgia o querer estar solo en nuestro dolor. Es más, a veces es incluso necesario. Tomar un café a solas, disfrutar de ese momento de reencuentro con nuestra intimidad más solitaria, ese reencuentro con nuestra humanidad.
El aspecto más perturbador, y que provoca aún más sufrimiento del que ya sentimos, es todo el peso que añadimos mientras escalamos esta montaña empinada que a veces elegimos. Este peso lo añadimos cuando, por ejemplo, nos decimos que esta tristeza durará para siempre, que es infinita, que estamos vendidos a su voluntad.
Hacer del dolor una experiencia de crecimiento
Sin embargo, hay buenas noticias: podemos aprovechar este sufrimiento extra y mejor aún, podemos convertirlo en una experiencia de crecimiento que aumente exponencialmente nuestra sabiduría existencial.
¿Cómo? Cuando participamos del proceso personal por el que han pasado tantas mentes inquietas, alcanzamos una sabiduría que nos permite comprobar varias veces que el dolor es humano e inseparable del acto de vivir, pero que el sufrimiento es un artificio que sumamos y al que que podemos privarnos.
1. El dolor debe ser reconocido
Nuestro sufrimiento debe ser identificado. Saber si es un dolor que me afecta a nivel psíquico, físico, social, existencial... Hay varios tipos y debemos ser capaces de reconocerlo, mirarlo y estar a solas con él por un momento en este encuentro especial del que hablábamos antes.
2. Mantén un diálogo honesto con el dolor
Para empezar a dialogar con el dolor, debemos tener muy claro que nos está advirtiendo de un problema. Algo está perturbando nuestra tranquilidad. Por esta razón, necesitamos entender de dónde viene este dolor y por qué aparece.
Al responder a estas preguntas, ya logramos un gran éxito. Sin embargo, hay que ser honesto y escuchar lo que el dolor nos quiere decir. No vale la pena salir corriendo horrorizado, ni escuchar estas preguntas a la mitad. Debemos escucharlos con todos nuestros sentidos y con la mayor sinceridad posible, mientras el dolor nos desnuda y nos descubre.
3. No lo conviertas en sufrimiento
“El dolor puede quemar una parte de nuestro cuerpo. El sufrimiento tiene el poder de dañar a toda la persona”. Una frase acertada, ya que el sufrimiento tiene el poder de bloquear completamente nuestra mente y, por tanto, de invalidarnos.
Transformamos nuestro dolor en sufrimiento en el momento en que lo proyectamos en el tiempo, lo dotamos de una permanencia infinita o lo magnificamos con mensajes catastróficos y desesperanzadores que nos enviamos a nosotros mismos.
4. Debemos ser responsables de ello
Esto no significa culpabilizarnos a nosotros mismos, esa culpa que, en lugar de dar la paz, la erradica por completo. Ser responsable de nuestro dolor implica reconocer lo que estamos haciendo para aumentarlo, para magnificarlo hasta el punto de que una lluvia ligera termine convirtiéndose en una inundación.
Entender cómo podemos ayudarnos entre todos o cómo podemos pedir ayuda para gestionarlo de la mejor manera posible. Transferir nuestra responsabilidad a los demás vuelve a ser un ejercicio inútil lo que eventualmente nos causará más dolor. Es uno de los engaños que menos sobrevive.
5. Liberarnos del dolor sin dejarlo de lado
Con los pasos anteriores ya habremos conseguido mucho. Nos permiten alcanzar esa paz que no podemos encontrar posponiendo constantemente la cita con dolor. Un encuentro cara a cara y a solas.
Tal vez podamos calmarlo con algo que nos ayude y nos ancle a la vida. Cada persona es única y sabe lo que le puede ayudar y lo que no. No hay soluciones igual de efectivas para todos, mucho menos varitas mágicas. Este es precisamente el proceso de vivir.
6. Madurar con ella (o a pesar de ella)
Tienes que entender eso somos más grandes que nuestro propio dolor. Esto significa aceptar que no somos única y exclusivamente nuestro dolor.
Somos más que eso. Significa reconocer que tenemos recursos muy poderosos que debemos descubrir y utilizar para ayudarnos y acompañarnos en esta transición difícil, pero humana, que es el paso del dolor al crecimiento.
Por eso, invitamos a todas las personas que lo están pasando mal a escucharse con la honestidad necesaria, a aceptar cuál es su responsabilidad, y no la de los demás, ya abrazarse. Al principio y al final, en este crecimiento de nuestra vida.