Última actualización: 22 septiembre, 2018
En cierto sentido, el cambio se percibe como un hecho negativo, como una debilidad: “has cambiado, ya no eres lo que eras”. Algunas veces cambiare es vital, pero ¿es posible hacerlo permaneciendo uno mismo?
Si el cambio es normal y necesario para nuestra supervivencia, sin embargo, existe cierta resistencia al cambio por nuestra parte o nuestro entorno. Una forma de fricción que se da en cada fase: cuando el cambio se anuncia, comienza, está en marcha o incluso ya se ha consolidado.
¿Podemos cambiar nuestro comportamiento y al mismo tiempo mantener nuestra esencia, ser consecuentes con lo que fuimos, somos o seremos?
¿Por qué nos resistimos al cambio o lo vemos como una debilidad?
La resistencia al cambio es una reacción común: todos los sistemas tienen fuerzas internas que buscan la estabilidad y la permanencia. Mantener una dinámica diaria de funcionamiento, aunque a veces sea problemática, es más fácil que crear una dinámica alternativa, diferente o nueva..
Hay automatismos y hábitos sobre los que nos regulamos y modelamos. El hábito hace que casi todo sea predecible y evita el esfuerzo de adaptarse a las nuevas condiciones.
La estabilidad, a corto plazo, suele ser más cómoda que el cambio.
Por otro lado, nos resistimos al cambio porque con el tiempo nos acostumbramos a una determinada forma de afrontar la vida.. Dedicamos mucho tiempo a desarrollar las herramientas psicológicas necesarias para afrontar los momentos difíciles. Cierto, estas herramientas no siempre son efectivas, pero son personales, son nuestras estrategias.
Es por eso que el cambio a veces se ve como una debilidad. Si nos hemos comportado de cierta manera durante mucho tiempo y aparentemente las cosas funcionaron, ¿por qué cambiar? Las personas que nos rodean, como hemos dicho, se sienten más tranquilas si pueden prever nuestras respuestas y comportamientos.
Si cambiamos, sin embargo, la capacidad de previsión se cancela durante un tiempo determinado o se debilita. Otros también, sin saberlo, buscan la permanencia y la estabilidad y pueden llegar a dificultar nuestra decisión de cambio.
"La inteligencia es la capacidad de adaptarse al cambio".
-Stephen Hawking-
El cambio puede interpretarse como una debilidad. Cambiar nuestra opinión nos hace parecer inseguros, volubles e impredecibles. Cambiar de opinión, sin embargo, cuando estamos convencidos de que nos hemos equivocado, es una decisión inteligente y ganadora.. De lo contrario, el riesgo es quedar prisioneros de nuestra contradicción: pensar de una manera y defender la contraria.
Repensar es el resultado de un proceso reflexivo, en el curso del cual recibimos nueva información y percibimos la realidad de manera diferente; nos damos cuenta de que lo que pensábamos antes ya no nos sirve, ya no vale. ¡Un proceso fantástico! Lo que nos define, por tanto, no es la opinión, sino una manera inteligente de proceder.
El proceso de cambio implica una metamorfosis personal en la que entran en juego muchas de nuestras ideas y características. Sin embargo, al hacerlo es posible sentir que estamos renunciando a una parte de nuestro ego. Más aún cuando tememos una reacción negativa de nuestro entorno.
Cambiar y seguir siendo uno mismo: un reto posible
A menudo, en el proceso de cambio personal, el objetivo es sacar lo mejor de nosotros.. En realidad, lo que llamamos cambio es el acto de liberarnos de cadenas, límites y miedos. No estamos cambiando, sino derribando barreras manteniéndonos fieles a nuestra esencia, permitiéndole expresarse y desplegar sus alas.
¿Cómo es posible cambiar permaneciendo uno mismo? Podemos hacer esto tratando de mantener nuestro eje, mirando la realidad desde múltiples puntos de vista, apreciando la totalidad y singularidad de cada situación. Y, a partir de ahí, elegir cómo actuar, cómo pensar y hablar según el momento y nuestras emociones. Podemos evolucionar, ignorando aquellas reglas preestablecidas o rígidas que nos obligan a actuar siempre de la misma manera.
Para cambiar sin dejar de ser uno mismo, uno debe dejar de lado cualquier tipo de ortodoxia o regla, eligiendo conscientemente cómo mostrarse al mundo en ese momento particular.. Esto te permite permanecer fiel a tu esencia: cambiar y de alguna manera mantenerte. Elegir un puesto en base a lo que sientes y no en base a lo que “debes hacer” es la forma más segura de no traicionarte.
Filosofía oriental y el arte de cambiar sin dejar de ser uno mismo
La filosofía oriental explica que el estancamiento no es una virtud, sino la toma de conciencia de las propias fijaciones, de los propios límites, para luego superarlos. Así es como podemos mejorar sin dejar de ser nosotros mismos. De esta manera, abrimos un espacio y permitimos que nuestro verdadero yo emerja, se manifieste y crezca.
Los maestros orientales argumentan que cambiar y mantenerse fiel a uno mismo no es una habilidad que se aprenda con facilidad o rapidez. Requiere un esfuerzo constante, porque nuestro equilibrio psicológico trata de mantenerse estable y mantener firmes los pilares.
"Disculpe si no la reconocí, es que he cambiado mucho desde la última vez que la vi".
-Oscar Wilde-
Robert Spencer, en su libro The Craft of the Warrior, explica que para mantener la flexibilidad, debemos acostumbrarnos a manejar diferentes puntos de vista, evitando el peligro de anclarnos en una sola perspectiva.
Sólo entrenándonos en este tipo de gimnasia mental podemos ser espontáneos. Si se interrumpe el ejercicio, en poco tiempo nuestra mente tenderá a protegerse, quedando atrapada en las cadenas de sus propios pensamientos.
Finalmente, una metáfora que explica cómo es posible cambiar permaneciendo uno mismo:
“El agua lo gana todo porque se adapta a todo. Puede ser fluido, sólido o gaseoso. Puede ser blanda o dura, rígida o elástica. Estable o impetuosa, tranquila o tempestuosa. Puede fluir lentamente o girar, esquivar un obstáculo o chocar violentamente contra él. Precipitar o gotear. El agua es la metáfora natural del cambio como la capacidad de adaptarse estratégicamente a diferentes circunstancias. "
Y si fueras como el agua… ¿qué pasaría?