Escrito y verificado por el psicólogo. ObtenerCrecimientoPersonal.
Última actualización: 14 de diciembre de 2021
A nadie le gustan las mentiras, por pequeñas o lamentables que sean. No nos gusta que decidan por nosotros qué debemos saber y qué no, cómo debemos hacerlo ya través de quién debemos aprender algo.
Nada es más desgarrador que la mentira y la hipocresía, como ambos nos hacen sentir pequeños e invulnerables, además de perder la fe en el mundo, provocan que creemos una capa de hielo que nos rompe por dentro. Por eso, con pequeñas mentiras se pierden grandes personas, porque se cuestionan mil verdades y cientos de sentimientos que creíamos sinceros.
A través del engaño se nutre el mal hábito de manipular y fragmentar las experiencias y sentimientos de los demás, algo que nos transforma en víctimas y que resulta intolerable a la hora de garantizar el bienestar y la comodidad en una relación.
Me gusta que me digan la verdad, yo decidiré si duele o no
Cuando un sentimiento tan importante como la confianza se desmorona, algo dentro de nosotros falla. Es realmente triste que las buenas relaciones y amistades se destruyan por algo que podría haberse evitado.
De hecho, cuando revelamos un engaño, solemos pensar que, por dura que sea la realidad, podríamos haberla soportado mucho mejor en lugar de traicionar la confianza de una persona. Este suele ser el caso.
La mentira siempre causa más dolor que la verdad cuando se descubre. Tampoco debemos olvidar que es muy probable que la verdad salga a la luz porque, como sabemos, la mentira tiene patas cortas.En todo caso, hay que añadir que no podemos exigir sinceridad y luego ofendernos al oír la verdad, siempre que se diga con respeto. Esto es muy importante, porque muchas veces a las personas sinceras se les llama "malos", despreciando así las acciones realizadas de buena fe.
Todos creemos, explícita e implícitamente, que la calidad de una persona depende de su capacidad para ser sincero y mostrarlo claramente a todas las personas que la rodean.