Crecer es aprender a decir adiós

    Crecer es aprender a decir adiós

    Crecer es aprender a decir adiós

    Última actualización: 09 de junio de 2015

    Se dice que crecer significa aprende a decir adios.

    No un adiós, un quién sabe, un quizás. Es un saludo sin retorno, sin poder volver sobre sus pasos. Es un adiós sonoro y un punto al final. Y es difícil poner este punto al final, dado lo fácil que es poner puntos suspensivos...

    Deja las cosas en espera, por si acaso, en lugar de decir adios. Llegar al punto de no retorno nos angustia, nos pone frente a un horizonte de posibilidades en el que aquello de lo que nos estamos despidiendo ya no existirá. Una despedida de esas que resuenan en el alma. Ellos son los que duelen.



    Hay quienes nunca tuvieron el coraje de decir adiós, y no es dejar una ventana abierta al dolor, a la desilusión y la decepción. La esperanza es la última en morir, pero si la causa se pierde lo mejor es dejarla ir, respirar hondo y deshacerse de ella.

    Di adiós a los que nos han roto el corazón, a los que nos han desgarrado el alma, a los que dicen adiós porque es mejor sentir dolor que no sentir nada. ES ese escalofrío en el pecho que nos aterroriza. Nos desnuda. Nos tira al suelo.

    Y eliges la incandescencia del dolor, la ira y la rabia.

    Porque ni siquiera tenemos el problema de despedirnos. Creemos que los sentimientos solo pueden ser una variación de estos estados. O fuego o hielo. Porque no sabemos nada más. Porque no nos han enseñado a sentirnos diferente. Porque no nos arriesgamos a decir adiós.

    Creemos que nuestros corazones se congelarán y que nunca volveremos a sentir el fuego. Cierto, lo mejor que puede pasar es que ya no sintamos ese ardor que nos consume. Hay otro estado, ni tan frío ni tan cargado.



    Un punto medio suave y acogedor de calidez. Eso no nos quema. Eso no nos congela. Que llena el pecho y se extiende hasta la punta de los dedos de los pies.

    Es cuando te despides que alguien que aparece nos abraza tan fuerte que se nos vuelve a derretir el corazón. Puede que no sea la próxima semana o el próximo año, pero llegará. Cuando aprendamos a decir adiós de verdad, con todas sus consecuencias, entonces nuestra alma será libre. dar la bienvenida a alguien que realmente lo merece.

    Poco a poco aprenderemos a despedirnos de quienes se han aprovechado de nosotros, de nuestra amistad y de nuestra confianza. Nos despediremos de las personas que hoy están aquí. y mañana con quien tenga más éxito. A aquellas personas que viven a la sombra de los demás por no poder irradiar su propia luz.

    Esa gente interesada, egoísta y triste. Los que merecen nuestra despedida, pero el que tiene entonación y punto al final.

    Rodéate de personas que hayan aprendido a despedirse como tú porque con ellas tendrás la certeza de una amistad. Sufrieron, lloraron y se soltaron. Saben lo que quieren y lo mejor es que te quieren a su lado. Con tus manías y tus manías, pero a su lado.

    Cuando aprendas a decir adiós, construirás relaciones verdaderas y enriquecedoras. Tu círculo se achicará, pero ninguna de las personas que forman parte de él cambiará por todo el oro del mundo.


    Dicen que los amigos son la familia que elegimos. Di adiós a aquellos a los que no puedes llamar hermano o hermana.

    El miedo a la soledad a veces nos lleva a poner puntos suspensivos, a despedirnos en lugar de no querer volver a verte, pero esta soledad es necesaria para saber a quién necesitas a tu alrededor.


    Quizás por eso a lo largo de nuestra vida mantenemos relaciones que no nos aportan nada, no nos hacen crecer ni nos completan. Lo peor que te puede pasar es vivir rodeado de gente y sentirte solo.


    Con todo este ruido, las sensaciones se sienten con interferencia, como si fuera una radio vieja mal sintonizada.

    Escuchaos a vosotros mismos. Aléjate del ruido. Tu tiempo es precioso. No lo desperdicies en personas que no lo merecen. Aprende a decir adiós. Libérate de las cadenas y haz espacio para una nueva bienvenida.

    Porque como dice la poeta española Sabina, “para despedirse hay motivos de sobra”.

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