Última actualización: 17 de mayo de 2016
Hay emociones desagradables, como la ira y la rabia, que esconden mensajes reveladores. Estas emociones revelan una parte profunda de nuestra alma: miedos que somos incapaces de reconocer y aceptar.
¿Por qué no queremos reconocer nuestros miedos? Las trampas de nuestros pensamientos nos empujan a caer, repetidamente, en la ira, la ira y el malestar. Así quedamos a merced de nuestros pensamientos, ya que realizamos un análisis consciente pero superficial de nuestros miedos.
Vivimos bajo presión social donde los miedos son sinónimo de vulnerabilidad y debilidad. Tenemos esta creencia que nos lleva a enterrar nuestros miedos en nuestro subconsciente. Los enmascaramos con ataques de ira ante situaciones fuera de nuestro control, que forman parte de nuestros mayores miedos.
Es más fácil enfadarse que reconocer tus miedos
Estamos más acostumbrados a ver a la gente enfadarse y enfadarse que a reconocer sus miedos.. Persistimos en la ira, manifestándola hacia nosotros mismos (produciendo respuestas psicosomáticas) o exteriorizándola. En el segundo caso, la proyectamos hacia los demás basándonos en la creencia de que fue otra persona o situación la que nos hizo sentir tanta ira que se convirtió en ira.
Sin embargo, lidiar con la ira no es fácil, incluso si estamos más familiarizados con ella que con el miedo. Está en un nivel más superficial y por eso en él se esconden otros problemas, aquellos que no hemos tratado o que no estamos preparados para afrontar.
Seguramente has conocido personas que siempre estaban enojadas, como si esa ira fuera parte de su carácter; sin embargo, hay muchas razones detrás de esta actitud que la alimentan. La ira es solo la punta del iceberg, la visible.
Cuando la ira aparece en nuestras vidas y no entendemos la causa, empezamos a pensar en ella todo el tiempo. intelectualizamos la emoción y terminamos prohibiéndonos sentir ira y dolor.