La gordofobia es una de las consecuencias sociales más perversas. Por ello, podemos llegar a temer al elemento más profundamente ligado a nuestra persona: nuestro cuerpo.
Última actualización: 24 octubre, 2020
Algunas personas no encarnan las características consideradas normales por la sociedad. Y la misma sociedad, que debería alimentarnos, es para algunos sólo una fuente de agua envenenada. Producto de una red que, contrariamente a lo que debería, provoca frustración y dolor, además de tergiversar la identidad. La gordofobia es uno de los fenómenos nacidos en los últimos años.
Gordo, fofo, se asocian con conceptos que son todo menos positivos. Y hay quienes han alimentado esta idea de enriquecerse. Empresas que buscan lo "diferente" para llenarse los bolsillos a costa de personas con un índice de masa corporal (IMC) que no sea bajo.
Prejuicios y origen de la fatofobia
A raíz de la educación recibida, a muchos de nosotros nos suele pasar ver a una persona con un IMC superior al recomendado y pensar que está insatisfecha. Es una suposición que se hace sin conocer a la persona que tenemos delante, pero damos por sentado que así es. Al mismo tiempo, con la misma facilidad cometemos el error de creer que careces por completo de la fuerza de voluntad necesaria para ir al gimnasio o seguir una dieta.
Nuestro juicio egocéntrico se ve reforzado por un efecto de espejo: nuestra imagen reflejada es positiva. Somos personas con voluntad, que se cuidan, por eso tenemos un IMC más bajo.
Suponemos que a las personas con sobrepeso no les gusta su cuerpo y que si no hacen nada por cambiarlo es porque su equilibrio es demasiado frágil y su estado de ánimo demasiado débil ante las tentaciones de la comida.
Es mucho más fácil asumir esta línea de pensamiento que pensar que un individuo lo es por elección. En ese caso deberíamos empezar a preguntarnos si los sacrificios que hacemos están motivados por un objetivo sincero o simplemente "inducidos". Es más fácil pensar que no cambian porque no son lo suficientemente fuertes; este pensamiento alimenta la idea de que nosotros, en cambio, tenemos control sobre nuestro cuerpo, que haciendo "las cosas bien" nunca engordaremos. De hecho, ese no es el caso.
La visión de una persona obesa suele desencadenar una reacción de compasión y dolor, similar a la que sentimos cuando nos encontramos ante alguien que nos dice que está enfermo. En lugar de decir "encantado de conocerte", sería más natural para nosotros decir "lo siento", "vamos", "tú puedes".
Cuando la obsesión por la delgadez se vuelve dañina
De todas las fobias, la gordofobia es particularmente limitante. Presupone el rechazo o la batalla hacia una parte de uno mismo con la que viviremos para siempre; intentarlo nos causaría dolor, hacerlo significaría dejar de vivir. Sin embargo, muchos toman este camino: disocian o ignoran sus cuerpos, como quien trata de no prestar atención a un charlatán que, por más que hable, no logra despertar nuestro interés.
Durante este viaje, el precio a pagar se vuelve muy alto. No prestamos atención a las señales que nos envía nuestro cuerpo, el dolor nos narcotiza haciéndolos inconscientes del peligro, muchas veces con graves consecuencias físicas. Cualquier aspecto desagradable de nuestro cuerpo está asociado a la obesidad.
Por otro lado, muchas personas obesas con fobia a las grasas dejan de disfrutar de actividades placenteras como el deporte, un día en la piscina o una ducha prolongada. Que nunca se dejen ver, que se vean en el espejo, que revelen un cuerpo que odian...
Dejan de vivir en compañía de su cuerpo, en simbiosis con él. Convierten su vida en un escenario de batalla perenne. Una lucha nacida muchas veces de un deseo generalizado o de una censura impuesta por la sociedad, que señala con ese dedo crítico totalmente ajeno a los conceptos de compasión, comprensión o afecto.