Última actualización: 29 de diciembre de 2016
En la película A Beautiful Mind, que narra la lucha contra la esquizofrenia del matemático John Nash, premio Nobel de economía, hay una escena que ejemplifica la inteligencia emocional. Un joven Josh Nash se encuentra en un bar cuando se acerca una chica que llama su atención. En lugar de utilizar las típicas frases de conquista, caracterizadas por un juego discreto, su propuesta es directa y sin rodeos: prefiere ahorrarse todo el ritual del cortejo y exige un “intercambio de fluidos”.
Romántico para morirse. La niña, que lo mira atónita, solo puede pensar que es un sabueso. Sin embargo, John Nash es considerado una eminencia, y ya durante estos primeros años de juventud se distingue, incluso entre sus propios profesores universitarios. Sin embargo, a nivel de inteligencia emocional, su coeficiente intelectual no tenía por qué ser muy alto.
La inteligencia emocional es la capacidad que nos permite controlar nuestras emociones y expresarlas de forma asertiva. Aunque la palabra "inteligencia" suele estar ligada a conceptos relacionados con la memoria y la capacidad cognitiva, la mente es mucho más amplia y desde el siglo pasado los estudiosos se han dedicado a analizar otras áreas del cerebro.
Desde los orígenes del ser humano, las emociones lideraron las danzas: el tronco encefálico, la parte más primitiva del cerebro, que controla las funciones básicas, dio origen a los centros emocionales y solo millones de años después se formó el neocórtex, que nos da la capacidad de razonar. Es precisamente en este orden que todavía actuamos hoy: primero intentamos algo y luego lo pensamos.; primero nos duele un dedo y luego nos damos cuenta de que está encerrado en la puerta.
La amígdala, por otro lado, es la parte del cerebro donde se controlan las emociones. Si se separa, perdemos la capacidad de analizar el significado emocional de los hechos y la memoria se daña, ya que es ella la que retiene todos los recuerdos relacionados con nuestras emociones, tanto felices como traumáticas. Además, sin la amígdala perdemos la capacidad de producir lágrimas. Una verdadera ceguera emocional.
También reside por qué nuestras experiencias infantiles juegan un papel tan importante en nuestra vida adulta. De niños almacenamos recuerdos directamente en la amígdala, sin un proceso verbal que los apoye. En esta etapa, los hechos se limitan a puras emociones y no necesitamos palabras para explicar qué pasó y por qué. A medida que crecemos, estos recuerdos emocionales ocurren varias veces, a menudo sin poder controlarlos, aunque nuestro yo adulto sepa que son irracionales.
Muchos niños y adolescentes problemáticos en la escuela son catalogados erróneamente como estúpidos, pero en realidad su problema no es un límite cognitivo, sino emocional: tienen dificultad para manejar sus emociones e impulsos. Todos nuestros pensamientos están orientados a garantizar el confort emocional. Si no nos sentimos cómodos, por mucho que las circunstancias nos convenzan de lo contrario, no estaremos en condiciones de encontrar un equilibrio.
En una sociedad donde el razonamiento parece dominar cada vez más las emociones, es importante considerar que la inteligencia emocional juega un papel más primitivo incluso que el cerebro racional. Sin embargo, rara vez se da prioridad a la educación emocional en los sistemas educativos. No estamos educados para observar cómo nos sentimos y, por tanto, no sabemos cómo reaccionar de forma eficaz ante nuestros sentimientos.
De esta manera, es posible ver cómo la inteligencia emocional juega un papel más importante que simplemente recoger en un bar. Gracias a ella somos capaces de motivarnos, de controlar nuestros impulsos, de regular los estados de ánimo y de empatizar con los demás.. Nos permite no solo vivir con quienes nos rodean, sino también sobrevivir. Es, por tanto, la esfera que controla la mayor parte de lo que somos.
Imagen cortesía de Brandon Warren.