La ira: una emoción que seduce nuestro monólogo interior

La ira: una emoción que seduce nuestro monólogo interior

La ira: una emoción que seduce nuestro monólogo interior

Última actualización: 07 de diciembre de 2016

La ira es una emoción que seduce a nuestro monólogo interior, que secuestra nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestras acciones.. Un arma de defensa que, si se usa de forma incorrecta, puede resultar contraproducente y causar graves daños si la dejamos crecer.

Es una emoción que no nos gusta, sin embargo, en más de una ocasión nos hemos dado cuenta de que no podemos evitarla. Esto se debe sin duda a que es una herramienta natural de nuestra evolución que nos ayuda a enfrentar las injusticias que sufrimos.



Que un niño afirme con fuerza e insistencia que su hermano le ha quitado su juguete es, en definitiva, una forma de hacer valer sus intereses y evitar que su integridad se vea socavada. El problema de esta emoción viene en el caso de que el niño decida no abandonar su protesta y no sepa cómo gestionar la situación.

Esto quiere decir que si seguimos anclados al “me quitaron el juguete”, en poco tiempo nuestro sistema fisiológico y cognitivo se verá atrapado en una espiral de sentimientos y pensamientos negativos que no nos permitirán avanzar.

La idea de vulnerabilidad detrás de la ira

No nos gusta mostrar nuestro enojo en público, porque lo consideramos una condena de nuestras cualidades personales y emocionales.. Tenemos miedo a expresarlo y, por ello, tendemos a mostrarlo solo dentro de casa, rodeados de personas que nos conocen y que, por tanto, esperamos no nos juzguen por este comportamiento.

Esta emoción, que es tratada injustamente, está mal vista por nuestra sociedad. A pesar de ello, como hemos repetido varias veces en nuestro espacio, manifestarlo nos ayuda a recopilar información sobre aquello que no nos hace sentir cómodos, dándonos así la oportunidad de examinarlo y buscar un equilibrio.



Hay una razón principal que nos lleva a condenar la manifestación de la ira, que es confundirla con la ira. o con la expresión desmedida e incontrolada del fastidio que sentimos. Esto significa que consideramos como equivalentes estallar, gritar y fruncir el ceño cuando algo nos molesta.

Sin embargo, en realidad, podemos decir que la ira y el enfado no son lo mismo, porque la ira se manifiesta cuando no sabemos gestionar aquello que nos enfada y nos atormenta. Si no nos deshacemos de él a tiempo, acabaremos teniendo una tormenta en un vaso de agua y ahí es cuando empiezan los problemas graves.

Cuando no somos conscientes y no expresamos esa preocupación, “lo que nos ha molestado” se convierte en una peligrosa encrucijada de emociones que se apoderan de nuestra mente, nuestro cerebro y nuestro cuerpo.

¿Por qué razón? Porque acabamos centrando toda nuestra atención en incidentes aislados que nos impiden derretir una bola de nieve emocional que rueda y rueda cada vez más.

Los primeros pasos para dejar ir la ira son la comprensión y la expresión.

Una vez que nos damos cuenta de nuestros sentimientos y emociones, entonces podemos dar un paso adelante para manejarlos y transformarlos en sentimientos útiles y no dañinos. Podemos decir que, cuando expresamos nuestras emociones, es como si pisáramos el freno, porque liberamos gran parte de la carga afectiva que facilita la llegada de estados de ánimo negativos y que podrían constituir una amenaza para nuestro equilibrio.

Volviendo al ejemplo del niño enojado porque le robaron su juguete, es fácil ver que la promoción de la igualdad a través de la protesta y la reivindicación de la libertad violada es un comportamiento bastante normal.



Sin embargo, como ya hemos explicado, cuando surge la ira en respuesta a una amenaza física o psíquica, es importante manejar los sentimientos y las emociones nacido en nosotros. De lo contrario, nos encontraremos dominados por pensamientos y acciones que no hacen más que promover el malestar, sin hacer nada por resolverlo.

La anatomía de nuestro cerebro emocional cuando está enojado

Cuando, a través de nuestros sentidos, percibimos que alguien ha cometido una injusticia o un mal hacia nosotros o que ha vulnerado nuestros intereses personales, nuestro sistema límbico (la amígdala y estructuras adyacentes) recibe una descarga que pone en marcha el motor. .

En otras palabras, nuestro sistema nervioso se activa y, al mismo tiempo, nuestro cuerpo y nuestra mente se “encienden” para dar paso a la acción. Además, el neocórtex se encarga de calcular y desencadenar una reacción más o menos acorde con la situación.

De esta forma, a la descarga límbica le sigue una liberación de catecolaminas, lo que nos ayuda a reaccionar con decisión y rapidez. En esos momentos y si la reacción es muy intensa, es como si nos ardiéramos: las mejillas nos calientan, los nudillos se nos blanquean y la mente empieza a viajar a miles de kilómetros por hora.

Por otro lado, la activación de las hormonas adrenocorticales implica una reacción prolongada que nos predispone a la acción por más tiempo. Esta hipersensibilidad logra dominar nuestra mente, que tiende a alimentarse de la espiral de sentimientos negativos.


En estos casos, cada pequeño imprevisto nos hace estallar, acumulando ira sobre ira y empeorando nuestra incapacidad cognitiva. De hecho, no seremos capaces de pensar correctamente, lo que nos lleva a subestimar los pensamientos que podrían frenar esta escalada.

La distancia emocional es necesaria para desahogarse

Como podemos ver, la clave para manejar la ira de la manera correcta es calmar la agitación. Esto es posible de dos maneras:


  • Tomando las distancias físicas y emocionales adecuadas de la situación para evitar que el subidón de adrenalina nos domine y alimente la irritabilidad reinante.
  • Reprimiendo nuestro monólogo interior, es decir distrayéndonos y no dando crédito a los pensamientos que dominan nuestra mente.

Esto es precisamente lo que nos impulsa a decir que la ira es una emoción que seduce nuestro diálogo interior, favoreciendo argumentos “más que convincentes” que sostienen que lo que nos enfadó es el origen de todos los males.

Un pensamiento hostil tras otro termina construyendo la cadena de la ira, hasta que la empeora y la convierte en ira.. Por eso, basta cuestionar algunos de estos vínculos que vienen en forma de razonamiento categórico para poder calmar las aguas de nuestra mente, que favorecen el malestar descontrolado.

Así, poco a poco, el fuego se irá apagando porque dejaremos de echarle leña para alimentarlo, y podremos mirar de lejos la situación de las cadenas que antes nos tenían presos. Este es el primer paso hacia el bienestar emocional.

Lectura interesante:

Goleman, D. (1996). Inteligencia emocional. BUR Rizzoli.

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