Última actualización: 18 de abril de 2017
Cuando la desconfianza se convierte en parte de una relación, es muy difícil recuperar los sentimientos perdidos. La sospecha puede convertirse fácilmente en obsesión. Si se da entre amigos, el distanciamiento es relativamente fácil. Pero, ¿y si esta situación se presenta en una pareja? Si tenemos dudas con nuestra pareja, es probable que se sienta destituida. Puede sentir miedo u ofenderse. Entonces, ¿cómo debemos reaccionar?
La fórmula de la confianza tiene muchas variables que aún no hemos calibrado con precisión. A veces depositamos una sensación de calma total en una persona que acabamos de conocer. Otras veces, sin embargo, nuestro compañero con el que ya compartimos seis años en el despacho, sigue transmitiéndonos una sensación de incertidumbre. La desconfianza, a primera vista, parece ser el camino más sencillo a seguir, o al menos el más seguro.
Si escogiéramos personas al azar y les preguntáramos qué es la confianza y la desconfianza, seguramente encontraríamos más puntos en común en el primer término que en el segundo. Desconfiar de lo desconocido sería lo correcto si siguiéramos nuestro instinto de supervivencia. La confianza es difícil. Los ingredientes que intervienen para gestionar son muchos y varían según las emociones, la intensidad, la situación y las personas que nos rodean.
El tiempo de la desconfianza
Elegir voluntariamente confiar en alguien requiere esfuerzo, es un acto consciente. Es una apuesta que hacemos con nosotros mismos mientras dejamos de lado la sensación de control. Ponemos nuestras emociones y nuestro comportamiento en manos de otra persona. Por eso, es fácil romper este equilibrio y también es muy complejo recuperarlo, porque los ingredientes tienen muchas posibilidades de “volverse locos”, como en la mayonesa.
"El odio y la desconfianza son hijos de la ceguera".
(Guillermo Watson)
Teniendo en cuenta todos los problemas de la relación, el más complejo es probablemente la desconfianza de la pareja. Si un amigo o familiar traiciona nuestra confianza, nos sentimos mal y surge en nosotros el deseo de distanciarnos; empezamos a evitar la intimidad hasta llegar a una distancia emocional con esa persona. Una vez que comienza la espiral de pensamientos y sentimientos de desconfianza es difícil salir de ella.
Es inevitable pensar que la gente siempre hace las cosas por una determinada razón. En ocasiones nuestra forma de pensar está condicionada por las llamadas “distorsiones cognitivas”, entre las que encontramos la conjetura del pensamiento, la conjetura del futuro y la generalización.
En otras palabras, cuando creemos que alguien ha traicionado nuestra confianza, le atribuimos un motivo a esa persona (motivo que tiende a ser negativo). Además, hacemos una predicción futura de que esta persona repetirá lo sucedido. Si lo hizo una vez, ¿por qué no debería volver a suceder?
Según la gravedad del acto deshonesto sufrido, reaccionamos de forma más o menos extrema y, eventualmente, la rueda de la desconfianza comienza a girar. Empecemos a evitar a esa persona, alejarnos de ella y distanciarnos de ella. Entramos en una dinámica que nos arrastra al final de la relación, a menos que intentemos frenarla conscientemente, tarea que no es nada fácil.
El virus en la pareja
A diferencia de otras relaciones (familiares o de amistad), en pareja no podemos optar por esta opción. Hay una convivencia afectiva en la que los sentimientos no siguen modelos ni reglas. Es más, hay fuerzas opuestas que nos empujan en direcciones opuestas: el amor y la desconfianza.
Una vez que comenzamos a desconfiar de nuestra pareja, comienza una especie de guerra fría. Hacemos las cosas a escondidas y surgen sospechas. Seguro que ahora estás pensando que hablar de desconfianza en la pareja lleva directamente al tema de la infidelidad, pues nada más falso. La desconfianza puede ser parte de nuestra rutina. Podemos confiar en la pareja de muchas maneras: en el sentido familiar, en el sentido laboral, etc. Y puede salir mal.
"¿Qué soledad es más solitaria que la desconfianza?"
(George Elliot)
La sospecha tiende a convertirse en obsesión. El espacio compartido es invadido por minas ocultas por la otra persona, que niega estar saboteando la relación. Eventualmente, la espiral se convierte en un camino de regaños donde pasamos de 0 a 100 en menos de un minuto.
¿Antídoto o vacuna?
La comunicación es la clave de todo. La desconfianza es un virus críptico que penetra en la relación entre dos personas. Puede permanecer inmóvil y en silencio y manifestarse repentinamente haciendo que todo explote. Reconstruir estas relaciones es muy complejo. Una vez tomado, el antídoto es difícil de integrar con nuestras emociones y sentimientos. Hay componentes como la sobrecarga de responsabilidad, la búsqueda del perfeccionismo, la culpa y las dudas sobre cómo resolver la situación. No es una misión imposible, pero sin duda es un viaje muy difícil.
"Tu desconfianza me inquieta y tu silencio me ofende".
(Miguel de Unamuno)
Todo parece indicar que la vacuna funciona mejor que el antídoto. En otras palabras, lo ideal es colaborar con tu pareja sin descuidar las pequeñas cosas que al final nos afectan. Las parejas que comparten un espacio de quejas son las que tienen mayores posibilidades de llevar una relación sana. Aunque parezca increíble, existe evidencia científica que avala esta tesis.
La matemática Hanna Fry mostró en una conferencia una fórmula, en forma de ecuación, que puede ayudarnos a entender por qué es bueno no pasar por alto las sospechas. El punto más importante de la ecuación es que los dos miembros de la pareja se influyen mutuamente. Para que esta influencia se haga evidente, la comunicación debe ser continua.. Las parejas que anticipan un futuro más brillante no ignoran las tonterías, sino que continuamente reequilibran la relación, a menudo incluso de forma automática o inconsciente.
Sorprendentemente, la comprensión y el compromiso no son los pilares de una pareja. Cierto, son fundamentales, pero al final, si no nos comunicamos en situaciones de desconfianza, estos dos elementos no serán suficientes para mantener nuestra relación. Lo más importante es cuidar los espacios comunes de diálogo, atendiendo a los pequeños problemas cotidianos, y de influencia mutua.