Última actualización: 21 de enero de 2015
Nunca podremos comprender cuánto daño puede hacernos la combinación de dolor físico y anímico. La única opción es tener serenidad para llevar este gran peso sobre nuestros hombros: es el único remedio que puede dar un poco de paz a nuestras vidas, que muchas veces se sienten frustradas y sin esperanza.
Cuando nuestro cuerpo está estresado o agitado, automáticamente se activa la adrenalina, una hormona que nos prepara para defendernos y que nos predispone especialmente al ataque. Esto nos provoca mayor ansiedad, angustia, miedo, etc., además de disminuir nuestro control, dificultando que mantengamos la calma y la calma, tanto mental como físicamente. Como si de una fórmula matemática se tratara, todo ello aumentará la tentación de precipitarnos en la toma de decisiones, tirarnos al mar y reventar cuando lleguemos al límite de nuestra capacidad de aguante.
La tranquilidad, la serenidad y la calma nos ayudarán a obtener el benéfico lujo de paz. Y esta paz también nos ayudará a darnos y darnos la atención que necesitamos, a reflexionar y meditar de forma introspectiva (observando en nuestro interior, evaluando nuestro comportamiento) o contemplativa (apreciando y valorando el mundo exterior que nos rodea y lo que sucede para nosotros).
De todos modos, la paz y la serenidad nos obligarán a ponernos en contacto con nosotros mismos, a meditar para conocernos mejor, a prestar atención a la cantidad y peso de miedos, ofensas y sentimientos de culpa que acumulamos y que, sin saberlo, nos hacen tanto daño en el transcurso de la vida.
La meditación y la reflexión nos obligarán inevitablemente a absorber toda la serenidad necesaria para apreciar la vida por igual, evaluar nuestras relaciones de manera lúcida y mantener nuestra actitud y nuestros pensamientos libres de elementos nocivos. Gradualmente nuestro comportamiento y nuestras intenciones se alejarán de conflictos inútiles. Y, lo más importante, cuando seamos capaces de asociar el “dominio de la serenidad” a la capacidad de soportar nuestra soledad como única compañera, sin dramatizarla y sin huir de nosotros mismos, sin hacer ruido con nuestros miedos. .. Sólo entonces, realmente habremos ganado terreno.
¿Por qué que es capaz de apreciar y vivir con su soledad, no dependerá del reflejo de nadie más y no necesitará perder su autoestima para que su valía sea reconocida. Simplemente, habrá aprendido un respetar a los demás y a sí mismo.
Deténgase y medite un minuto al día, practique la calma, la serenidad, la quietud. Para que tu vida y la de todos los que te rodean se contagie de los beneficios de vivir en paz y armonía.
“El mundo es un espejo que devuelve a cada uno su imagen” (William Thackerry).