Última actualización: 24 de mayo de 2017
La soledad elegida libremente en un momento preciso de nuestra vida no actúa sólo como un bálsamo, como una terapia eficaz para recuperar la conexión con nosotros mismos. Algunas veces, es también una forma de interponer una sana distancia entre nosotros y lo que no nos conviene, lo que perturba, altera o enturbia nuestra paz interior.
Hablemos de lo que en psicología suele llamarse “soledad funcional”, expresión que describe un sentimiento que seguro le resultará familiar a más de uno de nuestros lectores: la necesidad de alejarse de un entorno nocivo o asfixiante, para reencontrarse con uno mismo y recuperar nuestro bienestar psíquico.
"No hay peor soledad que la de alguien que no está a gusto consigo mismo".
-Mark Twain-
En este caso, por tanto, no estamos hablando de una soledad impuesta, ese aislamiento que a veces provocan las inadecuadas relaciones sociales o esa tristeza ligada a la falta de relaciones significativas. En este caso, hay un componente terapéutico esencial en la soledad, que tiene el poder de recomponer dimensiones fundamentales como la autoestima o la identificación de nuestras prioridades. Es una soledad que nos devuelve ese espacio personal, íntimo y privado que nos habían robado.
Como dijo una vez Pearl S. Buck, escritora y Premio Nobel de Literatura, dentro de cada uno de nosotros brotan manantiales de gran belleza que de vez en cuando necesitan ser renovados para seguir sintiéndose vivos. Por extraño que parezca, es una tarea que sólo podemos realizar en esos momentos de soledad elegida, vital y complaciente.
El sentimiento de soledad en compañía: un abismo peligroso
La soledad asusta a la mayoría de las personas. De hecho, solo tenemos que imaginarnos entrando en un centro comercial desierto un sábado por la tarde para que el cerebro nos envíe una señal de alarma al instante. Sentimos angustia y miedo. Esta reacción se debe a un mecanismo básico, un instinto que nos recuerda que no podemos sobrevivir en soledad. El ser humano es un animal social por naturaleza, y es precisamente de esta manera que nuestra especie ha logrado avanzar y evolucionar: viviendo en comunidad.
La verdad, sin embargo, es que todos los días muchas personas se encuentran en situaciones mucho peores que un centro comercial sin clientes. Como revelan varios estudios, casi el 60% de las personas casadas se sienten solas. Y el 70% de los adolescentes, a pesar de tener numerosos amigos, se siente solo e incomprendido. Estos datos nos obligan a recordar que la soledad no sólo atañe a la cantidad de personas que forman parte de nuestra vida, sino a la calidad de la relación afectiva que hemos establecido con cada una de ellas.
Por otro lado, otro error en el que solemos caer es el de dar valor y llevar a lo largo del tiempo dinámicas relacionales inadecuadas, que generan en nosotros una clara infelicidad. Nos sentimos solos, incomprendidos y asfixiados en nuestro lugar de trabajo, pero ahí seguimos trabajando porque “de algo hay que vivir”. Salimos con viejos amigos aunque ya no nos sintamos en sintonía con ellos, porque son los de "siempre"... ¿Cómo nos alejaríamos de ellos ahora? Un Un error aún más grave es mantener una relación sentimental a pesar de sentirse solo, porque le teme aún más al vacío que no tener a nadie a su lado.
Todos estos ejemplos dan forma a esa soledad disfuncional, en la que muy a menudo creamos por nosotros mismos verdaderos mecanismos de defensa para no ver la realidad, para decirnos que todo está bien, que la gente que nos rodea nos quiere, nos quiere. y valorarnos. Somos como una persona que se ahoga y, a pesar de todo, sigue sacando la cabeza para pedir más agua.
La infelicidad no se cura con más sufrimiento. Nadie merece sentirse solo cuando está en compañía.
“No le tengo miedo a la soledad. Efectivamente, soy de esas personas a las que les encanta disfrutarlo".
-Charlotte Bronte-
Llegados a ese punto, la única opción posible es tomar conciencia de la realidad en la que vives y buscar una solución. La soledad elegida, que implica una sana distancia y un tiempo para dedicarse solo a uno mismo, es siempre positiva, necesaria y catártica. No estamos hablando tanto de tomar un aislamiento temporal, porque, en realidad, no se trata de escapar. La cuestión es mucho más sencilla: el secreto está en poder apartar lo que no nos es rentable.
Dedicarnos tiempo a nosotros mismos es una receta que nunca defrauda. Es recuperar la intimidad, recuperar la posesión de nuestros espacios, recordar quiénes fuimos y pensar en quiénes queremos llegar a ser a partir de ahora.. Tal viaje puede durar semanas o meses. Cada uno tiene sus propios ritmos y tiempos que deben ser aceptados y respetados.
La soledad elegida libremente en un período determinado de nuestra vida no solo cura, no solo recompone muchos de nuestros pedazos rotos: también es una forma de aprender a construir filtros personales adecuados. Esos filtros por los que mañana dejaremos pasar sólo las cosas y personas que nos harán sentir bien, que se asemejen a nuestras frecuencias emocionales, aptas para ser alojadas en los rincones privilegiados de nuestro corazón.