Última actualización: 21 de enero de 2018
¿Has dejado de ser tú mismo para satisfacer a los demás? ¿Te has convertido en personas que no ibas a querer más? Cuando sacrificamos nuestra esencia nos perdemos hasta el punto de olvidar quiénes somos realmente. Ya no sabemos lo que nos gusta, lo que amamos. Entregamos nuestra vida a los demás y la vulnerabilidad nos diferencia.
Cuando sacrificamos nuestra esencia y nos mostramos como los demás quieren, pagamos un precio demasiado alto para obtener aprobación y un falso sentimiento de aprecio. Porque en realidad no somos nosotros los que nos gustamos sino nuestra apariencia. El reflejo que les mostramos.
No somos conscientes del hecho de que la vida no consiste en sacrificarse para ser aceptado por los demás, más bien en descubrirse a uno mismo y luego ofrecer lo mejor de uno mismo. Pues si decidimos ser lo que los demás quieren, nos harás vulnerables a sus manipulaciones y al malestar que genera ser quienes no somos.
“Hagas lo que hagas, nunca podrás complacer a todos. Créeme: no necesitas la aprobación de nadie para ser feliz”.
-Walter Rice-
Cuando uno sacrifica su esencia, uno comienza a sufrir
Desde el momento en que sacrificamos nuestra esencia, el sufrimiento se vuelve una constante en nuestra vida. Nuestra mirada comenzará a moverse hacia las personas que nos rodean y la preocupación nos invadirá junto con la culpa. Nos encontraremos en un estado de alerta permanente, especialmente ante posibles críticas y desaprobaciones.
Cuando sacrificas tu esencia, quieres agradar, ser un genio y ser aceptado a toda costa. A toda costa.
Esta situación, en lugar de hacernos felices, nos hará pasar noches enteras llorando. La ansiedad y el estrés se colarán de forma permanente, "debo hacer...", "debo ser..." se convertirán en nuestros pensamientos habituales. Ya no sabemos a qué viene este estado de nerviosismo y necesidad.
Casi parece que nuestra opinión no importa, que ni siquiera existe. Sólo lo que otros dicen está bien. Pero es más, no cuestionamos nuestra forma de actuar frente a los demás. Simplemente damos todo. Pero nos preguntamos por qué no estamos bien. ¿Por qué, a pesar de hacer todo lo que nos piden y se supone que es lo correcto, sentimos que siempre estamos fuera de lugar?
Más allá de la satisfacción de los demás
Desde muy pequeños nos han enseñado a complacer a los demás. Para tender la mano cuando el otro lo necesita, para ofrecer apoyo y apoyo, y para ser comprensivo hacia las faltas de los demás.
Somos muy flexibles con los demás ya veces perdonamos los grandes errores. Sin embargo, parece que el mismo trato no es el que nos reservamos. Nos obligamos a dar lo mejor de nosotros mismos, intentando ser perfectos… Creemos que si no hacemos las cosas bien no nos aceptarán ni nos querrán.
Pensamos que al decir “no”, nos rechazarán y nos odiarán, que los amigos nos darán la espalda. Pero, ¿y si alguien más nos hiciera esto? Lo entenderías, ¿verdad? Entonces… ¿por qué no nos damos permiso para ser como somos, para decir lo que pensamos y queremos y para ser sinceros de una vez por todas?
A menudo tenemos un concepto confuso de cómo deberíamos ser y por qué nos hacemos a un lado cuando en realidad deberíamos ser los únicos protagonistas de nuestra vida. Se pierde nuestro foco de atención, se ilumina un lugar equivocado y por ello pagamos un precio demasiado alto.
No nos cuidamos, nos preocupamos por los demás, nos engañamos, fingimos, mentimos… Y todo por un puñado de sonrisas y unos cuantos piropos. ¿Que estamos haciendo?
"Ser nosotros mismos en un mundo que constantemente trata de prevenirnos es el mayor de los objetivos"
-Ralph Waldo Emerson-
Es hora de dejar atrás la vulnerabilidad y fortalecer nuestra autoestima
Cuando hacemos de la vulnerabilidad nuestra dueña, nuestra autoestima se desploma. Por esta razón, dependemos de los demás para ser felices, pero ni siquiera podemos hacer eso.
¿Qué pasaría si ese amigo dejara de hablarnos? ¿Qué pasaría si nuestra pareja rompiera contigo? ¿Y si nuestro jefe nos despide mañana?
En cualquiera de estas situaciones debemos tratar con nosotros mismos. Solo. Estaríamos con la persona que apartamos por el puñado de sonrisas que nos brindan los demás. Esa a la que nos dirigimos con una mueca de tristeza y que a veces incluso hemos negado.
Hay momentos en la vida en que solo queda juntar las piezas de la propia persona por la poca atención que se le ha prestado. Es la única manera de fortalecer la autoestima.
Cuidarse y escucharse en momentos de desolación y tristeza no es egoísmo. Querer estar solo sin ver a nadie es absolutamente legítimo. Necesitamos mimarnos, escucharnos, estar con nosotros mismos.
Tenemos miedo del qué dirán, pero no tenemos miedo del riesgo de perdernos, de olvidarnos de ser felices por nosotros mismos. Incluso si esto es lo más importante...
El tiempo que perdemos tratando de complacer a los demás no es realmente fructífero. La vulnerabilidad siempre está presente y las personas tóxicas pueden usarla a su favor para manipularnos a su antojo. Dejemos de estar siempre ahí dispuestos para los demás y dediquémonos a nosotros mismos.
“Atreverse a poner límites significa tener el coraje de amarnos a nosotros mismos, incluso cuando corremos el riesgo de decepcionar a los demás”
-Brene de Brown-