Última actualización: 22 2017 noviembre
Sentir la tristeza recorriendo todo el cuerpo es natural. Preocupando la mente y luchando por salir. Sin embargo, muchos de nosotros persistimos en reprimir y ocultar lo que sentimos, en una vana preocupación que desaparece sin dejar rastro. Esto empeora la situación y no permite que nos liberemos de la tristeza, al contrario, permite que se arraigue en nuestros pensamientos, de los que se empieza a alimentar.
La sociedad nos ha enseñado a actuar de manera ideal. Tan ideal que podemos considerarlo artificial. Tratamos de movernos en el campo emocional entre límites muy estrechos. La risa, por ejemplo, es una gran señal de alegría, pero puede volverse molesta e indeseada cuando adquiere tonos discordantes o muestra poca contención, ya sea a propósito o por falta de autocontrol.
Si ocurre con una emoción positiva, todas las negativas, como llorar o estar deprimido, simplemente se evitan. Esta contención se lleva a tal punto que ni siquiera en el calor de nuestro hogar, en total soledad, nos permitimos dar rienda suelta a lo que nos atormenta. Tenemos miedo de que se cumpla el mantra que nos repetían nuestros padres cuando éramos pequeños: repetir fuera lo que hacemos en casa.
La tristeza puede aparecer por varios motivos: un despido, una ruptura amorosa, una gran pérdida de dinero o incluso una enfermedad inesperada.