Última actualización: 15 de diciembre de 2015
Me gustan los abrazos que me dan escalofríos, que hacen que el tiempo se detenga y aguanten la respiración. Me gustan porque me recomponen y quitan mis dolores y miedos.
Me gustan los abrazos que, aunque no solucionen nada, me ayudan a enfrentar las adversidades, evitando que me abrumen, rompan mis defensas y destruyan mis certezas.
Amo esos abrazos que acaban con la incoherencia, que me ayudan a mantener el equilibrio, que me dan consuelo y me desnudan de mi esencia. Los amo porque me transmiten tanto cariño que tengo que pellizcarme para entender si estoy soñando o si es verdad que mi mundo está en las nubes.
Entonces sí, lo confieso, esos abrazos son mi debilidad. Me derrotan solo de pensarlo. Me cubren, me visten, me hacen sentir que la vida no es injusta ni mala y que no hay mejor forma de sentir que a través de la piel.
La piel es de los que la hacen temblar
Sentir ese cariño me hace temblar y por un momento la piel deja de ser mia y empieza a pertenecer a la que me hace temblar. Porque lo cierto es que no todo el mundo lo consigue, solo aquellas personas que ostentan los roles más importantes en el ranking de nuestra vida.
Son esas personas que nos apoyan con sus palabras, con sus abrazos que llegan cuando las esperanzas se desmoronan, las ventanas crujen y las oportunidades juegan al escondite..
Entonces, cuando alguien nos da escalofríos, olvidamos las malas experiencias de la vida. Ya no recordamos el motivo del abrazo que nos hizo sonreír sin mirar atrás y nos hizo poner punto a los desafíos fallidos y batallas ganadas..
