Última actualización: 24 de diciembre de 2016
Comencemos diciendo que la ira no es negativa desde todos los puntos de vista, de hecho en ocasiones puede ser decisiva para oxigenar el cuerpo. Sin embargo, hay una línea muy fina que divide esta perspectiva de otra que refleja nuestra incapacidad para controlarnos.
Hoy hablaremos de este aspecto más negativo: lo que surge con la ira y el enfado, mostrando nuestro lado oscuro. En este sentido, cuando nos enojamos, tenemos una reacción voluntaria, por lo tanto evitable, a una provocación: nadie nos hace enojar, nos enojamos.
La ira que lleva a la ira nos confunde
A grandes rasgos y resumiendo la introducción, la ira deja de ser positiva cuando se vuelve tóxica al no poder controlarla más. El problema surge cuando dejamos de tener el control y cedemos a la ira: el sentimiento nos invade y nubla la razón.
La consecuencia de la pérdida de la razón es alejarnos del camino de la discusión olvidando las verdaderas razones por las que estamos molestos. La ira y la rabia se convierten en las guías de nuestros movimientos. y esto puede llevarnos a cometer errores.
Un error que luego implica arrepentimiento por haber hablado más de lo necesario y por haberlo hecho de mala manera. Un error porque nos enojamos en beneficio de la arrogancia y el egoísmo (no escuchamos y miramos hacia abajo). En última instancia, cuando nos enojamos, nos encontramos en un lugar sin saber exactamente cómo llegamos allí ni por qué. Un lugar donde, entre otras cosas, no queremos estar.
Confía en que hay otras formas de afrontar las situaciones
¿Qué hacer entonces? Esta pregunta surge espontáneamente ya que somos conscientes de que la carga negativa de la ira es difícil de neutralizar. Entonces, necesitamos poder tener confianza en la posibilidad de encontrar otras formas de enfrentar las situaciones. Debido a algunas circunstancias, como el estrés constante, enfadarse se convierte casi en un hábito.. Sea esta la situación o no, una opción es buscar otras herramientas que nos preparen psicológica y emocionalmente para un conflicto.
La principal estrategia es saber que en cualquier momento puede ocurrir algo que nos haga alterarnos y, por tanto, aceptarlo como posibilidad. Las discusiones no pueden dejar de existir, así como la sensación de irritabilidad que nos invade cuando nos sumergimos en un conflicto.
Sin embargo, conocer nuestros puntos débiles, los que duelen, nos ayudará a gestionar las discusiones cuando sea necesario. En este caso, podemos desahogarnos escribiendo, despidiendo a todo el mundo con técnicas como el yoga o cultivando una visión más positiva del mundo donde el protagonista es el sentido del humor, etc.
La paradójica falta de control sobre lo controlable
Como hemos adelantado, es cierto que en un conflicto con una persona se genera la situación de acción-reacción y es difícil controlarse. Al final, sin embargo, somos los maestros de la ira. En este sentido, cada uno de nosotros es dueño de sus propias emociones y actitudes y, paradójicamente, no puede controlarlas.
Por un lado parece que hay personas más propensas a enfadarse que otras: se exaltan con mayor intensidad que los demás (gritan, muestran mal humor y se insultan con más facilidad). En el otro, es común expresar a través de la ira otros sentimientos negativos considerados peores desde el punto de vista de la sociedad, como la envidia.
Cometemos errores: la ira es parte de nuestra naturaleza humana, pero es bueno saber controlarnos para no dejarla a la suerte del juego. En última instancia, su mejor opción es tratar de evitar la ira y sus sinónimos, productos de la frustración.