Última actualización: 05 de enero de 2017
"yo soy el culpable Todo es mi culpa". En consecuencia, todo lo que me pasa, "me lo merezco". Todas estas son frases que hemos pronunciado al menos una vez y con las que nos hemos castigado más de lo necesario.
El lenguaje que usamos tiene un impacto directo en nuestra comprensión de la vida. Las personas rara vez son conscientes de este efecto y, por lo tanto, se arriesgan a llevar muchos de los eventos que ocurren al extremo. Esto se debe al condicionamiento que ejercían las palabras que se usaban para expresar esas adversidades.
Todos hemos pasado por momentos en los que no nos gustaba la forma en que nos comportábamos, la forma en que resolvíamos algunas situaciones o cómo nos lastimaban las palabras o los comportamientos de alguien. A veces hemos sido demasiado duros con nosotros mismos, pisándonos o juzgándonos duramente.
Además, a menudo los eventos en cuestión pertenecen al pasado y no tienen un impacto real en el presente. Aun así, nos sentimos culpables y nos torturamos a nosotros mismos. Reflexionemos sobre esto...
El boicot a nuestra interioridad
"Todo es mi culpa. Yo soy el culpable". Son frases llenas de connotaciones negativos que nublan la capacidad de razonar de nuestro cerebro, dada la gran intensidad de la emoción que provocan. Al mismo tiempo, bloquean nuestra capacidad de reacción impidiendo que afrontemos la situación de forma ganadora, llegando a hacernos creer con absoluta certeza que merecemos todo lo negativo que nos sucede.
Si optamos por convencernos de que todo anda mal y refugiarnos en el “no puedo evitarlo”, ¿qué razón tendríamos para intentar salir de este agujero que nos cavamos?
Podemos encontrar, en esta creencia, más que una similitud con la superstición: creencias irracionales a través de las cuales las personas culpan de sus desgracias a incidentes externos -como tirar sal al suelo, romper un espejo o ver un gato negro cruzar la calle-. Según algunos, estos peligros traen mala suerte y no se pueden evitar.
Debemos comenzar a entender que somos responsables, no culpables, de lo que nos sucede en la vida, con nuestras acciones y con nuestras palabras.. Este concepto tiene una connotación positiva y nos ofrece la posibilidad del control interno. Pensando así, entraremos en una situación que nos predispone a actuar para intentar resolver, cambiando o mejorando, una situación desfavorable, hayamos tocado hierro o no.
La trampa de la mala suerte
Si decidimos atribuirle a la suerte la tarea de decidir nuestro destino, ya no seremos responsables de nuestras vidas. De hecho, nos pondremos en el lado opuesto al que deberíamos estar, en una situación de control externo en la que atribuiremos nuestros sufrimientos o nuestras alegrías al puro azar oa la intervención de otras personas.
Al dar lugar a esta forma de pensar, nos volveremos pasivos frente a los éxitos que obtengamos, con la consecuencia de que nuestra autoestima y nuestro respeto personal pierdan solidez.
La capacidad de posicionarnos permanentemente en una situación de control interno está en nuestras manos. Es precisamente cuando actuamos de esta manera que nuestras experiencias, positivas o negativas, dejan de escapar a nuestro control, por mucho que nos esforcemos.
No olvides que de ti depende un alto porcentaje de tus éxitos y que la forma en que se desarrollen tus relaciones interpersonales está en tus manos. No te cierres, resalta tus habilidades personales para que se reconcilien con todo lo que te rodea.
A ustedes, que no saben (o quizás sí), les digo que dejen de castigarse, que dejen de cuestionarse, que se sientan culpables. Deja de perder el tiempo sintiendo que te mereces todo lo malo que te pasa. Ámense y respétense unos a otros. Sé responsable de tu vida, para no comprometer tu autoestima.: sólo así podrás poner en marcha todo lo que no puede faltar -y quizás más- para obtener una mejora, un progreso o un cambio en lo que te atormenta.
"El carácter, la voluntad de aceptar la responsabilidad de la propia vida, es la fuente del respeto por uno mismo".
-Joan Didion-