Última actualización: 28 de enero de 2015
“El maestro dijo: las mejores cosas de la vida no se obtienen por la fuerza.
Puedes obligar a comer, pero no puedes obligar a tener hambre.
Puedes obligar a alguien a irse a la cama, pero no puedes obligarlo a dormir.
Puedes obligar a otros a escucharte, pero no puedes obligar a otros a escuchar.
Puedes obligar a los demás a besarte, pero no puedes obligarlos a desearte.
Puedes obligar a los demás a que te den una sonrisa forzada, pero no puedes obligarlos a reír.
Puedes obligar a los demás a que te sirvan, pero no puedes obligarlos a que te amen".
(traducido de La brújula interior, de Alex Rovira)
Yo creo eso hoy casi todos los nuestros sentimientos han muerto de miedo. Nuestras emociones más espontáneas y sinceras (besar, amar, soñar, llorar, reír, etc.) varían y se debilitan porque no pueden cumplir con las expectativas de quienes las esperan a cambio.
Varían tanto que a veces tratamos de forzarlos. Obligamos a los demás a modificar sus acciones (intentando que nos escuchen, nos acepten, nos ayuden, nos consuelen, nos sonrían, etc.) hasta el punto de que conseguimos que, en la gran mayoría de los casos, la respuesta es el desprecio, desinterés y distanciamiento de quienes nos rodean.
La miedo que nos empuja a la inseguridad es el mismo que nos obliga a imponer nuestra voluntad a los demás. Como si creyéramos que tener razón nos hará más poderosos y más fuertes. Pero todo lo que intenta lograr por imposición y fuerza, sin duda, será alterado y arruinado.
No tengo duda: hay que recuperar la ternura. La calidez de ofrecernos y ofrecernos a los demás ya nosotros mismos como personas amables, dulces, capaces de soportar las intolerancias ajenas y no imponer las nuestras.
El arte de vivir debe ser muy sencillo: yo vivo, tú vives, él vive, dejemos que cada uno viva a su manera y sin tener en cuenta los errores, sin inundar a las personas que tenemos cerca con nuestras necesidades o carencias.