Última actualización: 11 septiembre, 2016
Pedir ayuda no es sinónimo de debilidad o vulnerabilidad. En reversa, pedir ayuda es un acto de valentía a través del cual no solo reconocemos nuestras limitaciones, sino que también comprendemos y aceptamos el papel que tienen los demás en nuestro crecimiento personal.
En este sentido podríamos decir que pedir ayuda es, en realidad, un acto de fortaleza y humildad, porque a veces es precisamente a través de la petición de apoyo que reconocemos el valor de los demás y luchamos contra la presión que muchas veces se nos transmite. por la necesidad de ser "Autosuficientes".
Como ya hemos observado varias veces, el ser humano, con su complejo sistema psicológico, está diseñado para la cooperación y la relación con el medio que lo rodea, lo que tiene como objetivo lograr el desarrollo colectivo.
Confianza: un pilar
Cuando pedimos ayuda, expresamos nuestra confianza en los demás, porque exponemos una parte importante de nosotros mismos para que alguien más la sane. A través de este simple gesto, fortalecemos nuestros lazos. Somos honestos y nos preocupamos por quienes nos rodean, porque sabemos que pueden hacer algo por nosotros.
Tendemos a pensar en pedir ayuda socioemocional como un arma de doble filo., lo que podría llevar a que otros se aprovechen de nosotros o dañen nuestra independencia, amenazando seriamente nuestra capacidad de hacer las cosas por nosotros mismos.
Muy a menudo son las malas experiencias pasadas, ese conjunto de expectativas y decepciones, las que nos hacen pensar de esta manera y nos vuelven reticentes a la hora de pedir ayuda y mostrar a los demás nuestras necesidades.
Sin duda es un razonamiento sensato, pero no podemos vivir con el miedo a que se nos caiga un jarrón en la cabeza cada vez que salimos a la calle. Y esto significa que los límites que nos ponemos solo sirven cuando nos encontramos en una situación en la que realmente es necesario protegernos, no más allá.
Pedir ayuda también es una gran forma de empezar a relacionarnos con alguien, además de ser una habilidad social básica e indispensable para nuestro bienestar. Así como nos gusta ayudar, los demás también pueden sentirse bien al ayudarnos.
Lejos de ser egoísta, ayudar a los demás es una forma de contemplar la belleza de las relaciones humanas y los lazos que se establecen entre las personas y que surgen de nuestras acciones.
Por eso, es bueno dejar de lado el orgullo y la necesidad de sentirse infalibles, así como las excesivas reservas a la hora de compartir lo que sucede en nuestro interior. Y no olvidemos que incluso la vergüenza no es un sentimiento útil en estos casos.
Por otro lado, otro de los factores más influyentes a la hora de pedir ayuda es el miedo a que nos la nieguen. En ese punto el miedo a ser juzgado nos asusta, al igual que la posibilidad de que los demás se den cuenta de nuestra "debilidad" y que todo ello nos haga vulnerables. Por eso, para pedir ayuda se necesita una buena dosis de confianza, y necesitamos sentirnos cómodos frente a esas personas. Si no trabajamos sobre estos dos pilares, el intercambio nunca se realizará de forma fluida y natural.
Por todas estas razones, no vale la pena perder la oportunidad de tocar la bondad de los demás y mejorar nuestra visión del mundo. Cuando pedimos ayuda, todos ganamos, porque tanto dar como recibir es sumamente enriquecedor. Ayudar es maravilloso, pero dejarnos ayudar no es diferente. ¡Vale la pena intentarlo!