Última actualización: 02 octubre, 2017
El apego es un vínculo estrecho que se forja con las personas que nos cuidan y nos dan seguridad. A veces, sin embargo, se desarrolla un apego evitativo.
En la fase inicial de la vida, por ejemplo, viene con mucha intensidad, cuando dependemos totalmente de la protección de las personas que nos rodean para poder sobrevivir. En ese sentido, el apego surge naturalmente como garantía o seguridad para la supervivencia, al mismo tiempo que marca el carácter de nuestras primeras relaciones.
Cuando los adultos que nos cuidan hacen bien su trabajo, es probable que desarrollemos un apego seguro, independientemente de nuestro temperamento. Dependemos del otro, pero esto no genera ningún sentimiento de ansiedad o frustración. Viceversa, cuando somos desatendidos o rechazados, es fácil desarrollar vínculos de apego inseguros. Es una forma de adicción cargada de angustia y ambivalencia.
“Los enemigos como el odio y el apego no tienen piernas, brazos u otras extremidades, y no tienen coraje ni habilidad. ¿Cómo, entonces, me hicieron su esclavo?
-Shantideva-
La forma en que se formen esos lazos en los primeros años de nuestra vida afectará en gran medida la forma en que nos relacionemos emocionalmente con los demás., salvo para emprender una intervención consciente al respecto.
Por tanto, podemos decir que estos lazos dejan en nosotros una huella muy profunda, casi indeleble. En la edad adulta es posible encontrar una tendencia a replicar el estilo de apego experimentado en la infancia: de alguna manera, las primeras relaciones de apego nos enseñaron qué esperar de los demás y qué no, sea cierto o no.
La teoría del apego
John Bowlby, psicoanalista inglés, se interesó por el tema y desarrolló una teoría al respecto. A partir de sus observaciones, logró establecer que el ser humano tiene una predisposición filogenética para el desarrollo de vínculos, dirigido principalmente a personas que nos dan protección y seguridad o que, por el contrario, nos la deberían dar.
Posteriormente, la psicóloga Mary Dinsmore Ainsworth identificó tres tipos de apego: seguro, ambivalente o resistente y evitativo. Según su investigación, la mayoría de las personas desarrollan el primer tipo, pero también hay un buen número de personas que tienen el segundo o tercer tipo.
El apego seguro te permite construir lazos emocionales cercanos y espontáneos. Los apegos inseguros (resistentes o evitativos), por otro lado, dan lugar a una fuerte represión y dificultades en la construcción de vínculos íntimos.
El origen del apego evitativo
Cuando los padres tienen una actitud positiva y una buena disposición hacia su hijo, el niño desarrollará un vínculo seguro. En estos casos se lleva al niño a actuar de forma predecible: si la madre se va, llora y siente malestar durante unos segundos, antes de concentrarse en otra cosa a su alrededor. Cuando la madre regresa, está feliz, expresándolo con cariño y alegría.
Si los padres se muestran distantes o de alguna manera vienen a rechazar a su propio hijo, o por el contrario si se prueban a sí mismos demasiado apegado a él, es probable que el bebé se desarrolle un apego inseguro. Cuando esto ocurre, el niño percibe que sus necesidades no están siendo satisfechas o teme que en el futuro queden insatisfechas: de ahí una sensación de ansiedad o evitación como forma de protección frente al abandono o la indiferencia anticipada.
El pequeño puede incluso aprender que las muestras de afecto perturban a los seres que más quiere, es decir, a sus padres. El niño, por lo tanto, comienza a guardar sus emociones para sí mismo. En estos casos, cuando la madre se va, apenas reacciona. Cuando el vuelva, permanece distante y absorto en sus pensamientos. De esta manera desarrolla una falsa independencia.
Apego evitativo: cómo superarlo
Los efectos del apego evitativo se prolongan hasta la edad adulta. Niños criados con este modelo. se convierten en adultos prácticamente incapaces de expresar emociones y mucho menos de sentirlas e identificarlas. Adultos que tratan de alejarse de todo y de todos, muchas veces indolentes con los demás y muy indiferentes a sus propios sentimientos.
Estas personas intentarán encontrar una solución a los problemas del mundo exterior, ya que la dimensión interior es de poca relevancia para ellos.
Esta situación tendrá consecuencias particulares en el ámbito de las relaciones amorosas. La persona siente angustia ante la idea de perder a un ser querido. Cree que al no mostrar sus emociones o minimizarlas, se protegerá de cualquier sufrimiento.
Se escapa de los diálogos reales y se asusta con el pensamiento de los que vendrán. En lugar de expresar su malestar con palabras, actúa de mala gana y escenifica falsos conflictos. Sufre mucho porque es incapaz de amar con serenidad; al contrario, ama siempre como si una grave amenaza pendiera sobre su cabeza; una amenaza que a veces es incapaz de identificar.
Aunque los patrones de apego internalizados tienden a permanecer, siempre es posible moderarlos y reducirlos. En ocasiones, la pérdida de una de las figuras queridas puede dar lugar a reflexiones y cambios al respecto. A veces esto se puede lograr a través de la psicoterapia. También es posible tomar conciencia del problema y trabajar individualmente para aprender a relacionarse con el mundo de una forma más constructiva.
Para superar el apego evitativo es necesario restablecer la relación que existe entre la persona y su mundo interior, en muchos casos para recuperar una autoestima fuertemente dañada que provoca un dolor sordo (no identificado). Solo cuando esta relación se cura, la persona puede dar valor al mundo interior de quienes lo rodean. Aprender a evaluar las propias emociones da lugar a la posibilidad de considerar las de los demás.
En este sentido, es importante cambiar los estándares de comunicación. Apertura, para bien o para mal, que conduce a la creación de una expresión controlada de emociones al dar la oportunidad a otros de aceptarlas, validarlas y, en algunos casos, acompañarlas.
Dijo que parece fácil, pero sabemos que aprender es fácil, pero desaprender lo es aún más. Todo lo que aprendimos en la infancia, o gran parte de ello, sienta las bases sobre cómo construimos el resto de conocimientos y hábitos que nos caracterizan. Por ello, muchas veces se recomienda pedir la ayuda de un profesional, con el fin de evitar que al mover un elemento importante como es el tipo de apego, se genere un terremoto que marque nuestra destrucción.