Somos una empresa con el colesterol alto y el ánimo bajo

Somos una empresa con el colesterol alto y el ánimo bajo

Somos una empresa con el colesterol alto y el ánimo bajo

Última actualización: 24 de abril de 2017

Somos una empresa en la que el sufrimiento sigue siendo un estigma silencioso. Nos colamos pastillas para los dolores de la vida, tratamos el colesterol alto y los estados de ánimo bajos mientras nos preguntamos "¿cómo estás?", como si esto fuera una depresión, un simple resfriado o una infección a tratar con antibióticos.  


Los profesionales de atención primaria dicen que no es suficiente, que hoy en día atienden a decenas de personas con claros síntomas de depresión o algún problema de ansiedad. Es como si la sociedad fuera una pupila que se dilata al entrar en una habitación con poca luz, donde la oscuridad de repente se apodera de nosotros.


El sufrimiento se adhiere al cuerpo y a la mente, nos duele la espalda, los huesos y el alma, nos arde el estómago y sentimos un peso en el pecho. Las mantas nos atrapan en su cálido refugio, como los tentáculos de un pulpo, invitándonos a quedarnos ahí, lejos del mundo, de las conversaciones y del ruido de la vida.

Como nos advierte la OMS (Organización Mundial de la Salud), en los próximos veinte años, la depresión será el principal problema de salud de la población occidental, y para frenar este impacto no solo necesitamos medios, herramientas o profesionales bien formados. Necesitamos conciencia y sensibilidad.

Es necesario recordar que ninguno de nosotros es inmune a sufrir un trastorno psicológico en algún momento de nuestra vida. No podemos banalizar el sufrimiento; es bueno entenderlo, manejarlo y, sobre todo, prevenir enfermedades como la depresión.

La depresión como estigma y fracaso personal

Marco tiene 49 años y es auxiliar médico-social. Hace dos días le diagnosticaron un cuadro ansioso-depresivo. Antes de pedir cita con el especialista, ya intuía la sombra de esta depresión, quizás porque reconocía los síntomas en los recuerdos de su infancia, cuando su madre pasaba esos horribles momentos caracterizados por el mal humor y el aislamiento en su habitación. Un período que marcó gran parte de su infancia.



Ahora es él quien hospeda a este demonio; incluso si le sugirieron que se enfermara, Marco se niega. Tiene miedo de tener que explicar a sus compañeros (médicos y enfermeras) lo que le pasa, le da vergüenza, porque para él la depresión es como un fracaso personal, una debilidad heredada. De hecho, solo llegan a su mente pensamientos repetitivos, insistentes y persistentes, que se suman al recuerdo de su madre. Una mujer que nunca fue al médico y que pasó la mayor parte de su vida sometida a una vertiginosa noria emocional de altibajos.

Marco, en cambio, fue al psiquiatra y se dice a sí mismo que está haciendo las cosas bien, porque los psicofármacos le ayudarán, porque es simplemente una enfermedad más a tratar, como lo son tu hipertensión, tu colesterol o tu hipotiroidismo. Sin embargo, nuestro protagonista se equivoca, pues las pastillas para el dolor de la vida ayudan, pero no son suficientes; porque la depresión, como muchos otros trastornos psicológicos, necesita de tres elementos adicionales: psicoterapia, un proyecto de vida y apoyo social.

El alma baja, el sufrimiento alto y la ignorancia externa

Estamos acostumbrados a escuchar que el sufrimiento es parte de la vida y que a veces una experiencia dolorosa nos ayuda a ser más fuertes, a invertir en nuestro crecimiento personal. Sin embargo, lo extrañamos hay otro tipo de sufrimiento que nos emborracha sin motivo aparente, sin detonador, como un viento frío que nos apaga el alma, las ganas y la energía.

El sufrimiento existencial es el gran virus del ser humano actual. No puedes verlo, no puedes tocarlo, pero duele. Luego un manual de diagnóstico le da un nombre a lo que nos pasa y nos transformamos en una etiqueta más hasta el punto de que muchos profesionales de la salud yerran del lado del modelo científico. se olvidan de eso cada paciente con depresión es único, con sus propias características clínicas, con su propia historia y que, en ocasiones, la misma estrategia no es válida para todos.



Por otro lado, otro problema que encontramos en el tratamiento de la depresión es que aún hoy en día muchos países no cuentan con un protocolo adecuado. Los médicos de atención primaria generalmente diagnostican la afección y la tratan con medicamentos. Si el paciente no mejora, se le remite a un psiquiatra. Todo esto nos demuestra una vez más que los problemas de salud mental no están suficientemente reconocidos, aunque son más que evidentes: 1 de cada 6 personas sufrirá depresión en algún momento de su vida.


Asimismo, al estigma social ya mencionado se le suma el abordaje en ocasiones deficiente del sistema médico en este tipo de enfermedades. De hecho, hay un dato curioso que nos explica el artículo de la revista Psychology Today y que sin duda nos invita a una profunda reflexión.

Si se explica a la población de una ciudad concreta que la depresión es "exclusivamente" de causas neurobiológicas, hay una mayor aceptación de la misma. Es más, las visitas al psicólogo o al psiquiatra aumentarían porque el individuo solo dejaría de atribuirse esa "presunta" debilidad, esa falta de coraje por haberse dejado subyugar por el desánimo y el sufrimiento.

Desgraciadamente, como vemos, seguimos enraizados en el subsuelo de la ignorancia, donde ciertas enfermedades siguen siendo sinónimo de locura, debilidad o defecto a ocultar. Ha llegado el momento de normalizarnos, de comprendernos a nosotros mismos y, sobre todo, de reflexionar sobre estos trastornos que no requieren yesos ni suturas ni infusiones cada 6 horas.


Debemos dejar de subestimar el sufrimiento y aprender a comprenderlo, a ser agentes activos y, sobre todo, prójimos.

Imágenes cortesía de Samy Charnine

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