El estrés acumulativo es uno de los enemigos modernos más subestimados, pero el que más daño nos puede hacer. Suele crecer lentamente, escondido detrás de las obligaciones diarias y las prisas, por lo que cuando nos damos cuenta de su presencia suele ser demasiado tarde ya que sus ramificaciones han afectado nuestra salud y nos han dañado emocionalmente.
De hecho, un estudio realizado en la Universidad de Yale reveló que exponernos continuamente a situaciones estresantes puede provocar cambios en el cerebro que, a la larga, terminan aumentando nuestra vulnerabilidad al estrés. Investigadores de la Universidad de California también encontraron que el estrés acumulativo aumenta nuestra tendencia a la impulsividad, lo que nos lleva a tomar peores decisiones y a tener más problemas. Como resultado, estamos inmersos en un círculo vicioso estresante mientras observamos con algo de asombro e impotencia cómo la tensión psicológica y la angustia se acumulan en nuestras vidas.
¿Qué es el estrés acumulativo y cómo ocurre?
El estrés es una respuesta natural de la mente y el cuerpo a una situación que percibimos como amenazante o desafiante y para la cual no tenemos los recursos necesarios para enfrentarla. Hay diferentes tipos de estrés y no todos son negativos. El eustress, por ejemplo, puede darnos una dosis extra de energía para afrontar una situación nueva y desafiante ayudándonos a movilizar todos nuestros recursos para reaccionar de forma rápida y eficaz.
Sin embargo, cuando no liberamos estrés, pero se mantiene en el tiempo, es estrés acumulativo. Este tipo de estrés suele producirse por la acumulación de pequeñas situaciones que generan angustia y tensión emocional, como una carga de trabajo sostenida, conflictos familiares o relacionales no resueltos, frustraciones personales que duran años o cualquier otra circunstancia que nos haga sentir indefensos o limitados.
El estrés acumulado también puede ser el resultado de situaciones específicas que generan angustia que ocurren relativamente cerca en el tiempo, por lo que no hemos tenido tiempo suficiente para recuperarnos de su impacto. Es el caso de la muerte de seres queridos, la pérdida de un trabajo, la ruptura de una relación o el fracaso de un proyecto profesional. Cuando estos factores se juntan con el tiempo, es normal que el estrés se acumule y nos desestabilice.
También hay que decir que las situaciones que generan estrés no siempre tienen una impronta negativa. Por ejemplo, tener un hijo, mudarse con su pareja o mudarse a otra ciudad son cambios positivos que también traen algo de incertidumbre o ansiedad, por lo que pueden contribuir al estrés acumulativo.
Los principales síntomas del estrés acumulativo.
Lo que puede ser estresante y angustioso para una persona puede no serlo para otra. Todo depende de la percepción individual, del grado en que nos sentimos amenazados y del control que tenemos sobre las circunstancias. De hecho, lo más estresante para la mayoría de las personas es la sensación de no poder controlar la situación.
Por supuesto, cuando nos enfrentamos a situaciones extremas, como un desastre natural o la pérdida de un ser querido, es fácil darse cuenta de que está estresado y molesto. En cambio, el estrés acumulativo aumenta gradualmente, por lo que no siempre nos damos cuenta de que estamos atravesando un período de agotamiento físico y mental.
El estrés siempre desencadena una serie de respuestas fisiológicas mediadas por el sistema nervioso autónomo que terminan afectando nuestra estabilidad emocional al desencadenar síntomas físicos. Cuando experimentamos una situación estresante tras otra, nuestra mente y cuerpo no tienen posibilidad de recuperarse y se ven obligados a trabajar duro para afrontar el próximo desafío. Esto reduce nuestros recursos de afrontamiento y aumenta el riesgo de somatización.
Por tanto, el estrés puede manifestarse en el organismo de diferentes formas. Puede provocar náuseas, mareos, problemas gastrointestinales, tensión muscular, cefalea tensional, alteraciones del sueño o problemas cutáneos y caída del cabello. De hecho, no podemos olvidar que “el aumento prolongado de cortisol, principal biomarcador del estrés, está asociado a un deterioro de la salud física y cognitiva”, como subrayan los investigadores de la Universidad de Yale.
Desde un punto de vista psicológico, la ira patológica, los cambios bruscos de humor, la irritabilidad, la frustración y la sensación de estar continuamente abrumado son algunos de los síntomas más evidentes del estrés.
Sin embargo, el estrés acumulativo se puede detectar temprano prestando atención a otras señales más sutiles que normalmente pasamos por alto, como una sensación de fatiga permanente, incluso al despertar. La sensación de apatía o una sensación de vacío son otras señales de advertencia de estrés acumulativo. Las respuestas exageradas al menor contratiempo, la dificultad para concentrarse, la pérdida de motivación o incluso la confusión mental son otros signos de estrés en sus primeras etapas.
¿Cómo prevenir el estrés acumulativo?
La buena noticia es que el estrés acumulativo es evitable y reversible. Para ello, debemos partir del autoconocimiento. Necesitamos ser conscientes de nuestros recursos físicos y psicológicos, así como de nuestras limitaciones. Solo entonces podremos implementar las estrategias de afrontamiento más adecuadas en función de las circunstancias.
También debemos aprender a organizar nuestro día a día para dar lugar al descanso, la desconexión y la relajación porque esos momentos son los que nos permiten recargar nuestra batería emocional y evitar que el estrés se acumule en exceso.
Por supuesto, también debemos establecer límites y aprender a decir "no". Debemos aprender a no sobrecargarnos con tareas y obligaciones que no nos corresponden o que no son relevantes, porque terminarán sumando una tensión adicional que se sumará al estrés diario. Pero sobre todo debemos aprender a decir "basta" y tomarnos el tiempo que necesitemos. Tenemos que aprender a cuidarnos en serio.