Un meteoro puede golpearnos mientras trotamos o viajamos al trabajo. Es una posibilidad, pero tan remota que normalmente no pensamos en ella. Los catastrofistas, en cambio, sí. Pasan la mayor parte del día imaginando las peores calamidades dibujando un escenario post-apocalíptico.
Lo cierto es que todos, de vez en cuando, practicamos un pensamiento catastrófico que nos sumerge en un océano de posibilidades aterradoras e inverosímiles. Esto es lo que hacemos cuando empezamos el día con el pie izquierdo y automáticamente pensamos que todo saldrá mal. Cuando esa forma de pensar se convierte en la norma, tenemos un problema y corremos el riesgo de sufrir ansiedad o depresión.
¿Qué es el catastrofismo?
El pensamiento catastrófico, o catastrofismo, es un sesgo cognitivo que nos lleva a imaginar los peores escenarios posibles, a nutrir una serie de creencias irracionales que acaban influyendo en nuestras actitudes, comportamientos y decisiones.
Es una creencia irracional porque asumimos que ocurrirá un desastre, incluso si no tenemos razones razonables o pistas confiables para confirmarlo. Es como cuando una persona hipocondríaca se diagnostica a sí misma con una enfermedad grave en cuanto siente un poco de dolor.
El catastrofismo, en psicología, implica asumir que ocurrirán eventos negativos que eventualmente no se materializarán, pero a pesar de que cometemos errores sistemáticos en nuestras suposiciones, no tomamos la evidencia y continuamos alimentando el pensamiento catastrófico.
¿Cuál es el origen del pensamiento catastrófico?
El pensamiento catastrófico tiene sus raíces en la evolución. Nuestros cerebros reaccionan automáticamente a las señales de advertencia más pequeñas porque podrían salvarnos la vida. También tenemos una extraordinaria predisposición a reaccionar con miedo ante escenarios ambiguos e inciertos. En la práctica, nuestro cerebro se prepara para lo peor para protegerse y defenderse.
Esto quiere decir que el catastrofismo es una respuesta natural, el problema comienza cuando la reacción se activa permanentemente y afecta a todos los ámbitos de nuestra vida. Entonces es cuando el catastrofismo se convierte en un estilo de afrontamiento desadaptativo que nos hace más daño que bien, porque nos mantiene en un estado de alerta constante, como si un peligro inminente nos aguardara a la vuelta de la esquina.
¿Por qué algunas personas quedan atrapadas en un círculo vicioso de pensamientos catastróficos?
Además de nuestro condicionamiento evolutivo, el catastrofismo también es algo que se aprende. Nuestras experiencias infantiles pueden dejar una huella profunda, especialmente si nos han dado el mensaje de que el mundo es un lugar peligroso y hostil, por lo que debemos estar preparados para defendernos en cualquier momento.
Las experiencias negativas posteriores de la vida también pueden dejar su huella, por lo que el miedo se generaliza para convertirse en un patrón de respuesta automática. Una vez establecido este patrón, los pensamientos catastróficos serán cada vez más comunes y desencadenarán una intensa respuesta emocional que nos hará sentir mal.
Haz una tormenta en un vaso de agua y ahogate en él
Los catastrofistas tienden a transformar un pequeño percance en un escenario de Dante, acabando haciendo una tormenta en un vaso de agua en el que acabarán ahogándose.
Sus creencias irracionales generan preocupación, ansiedad y miedo a la vida. De hecho, los pensamientos de ansiedad catastrófica se han relacionado con una mayor tendencia a enojarse y expresar enojo de manera desadaptativa. También se han relacionado con ideas de venganza y resentimiento, así como con una menor tolerancia al dolor.
Es obvio que si exageramos las consecuencias de las cosas negativas que nos suceden, nos sentimos tristes y enojados. También es obvio que imaginar todo lo que puede suceder genera un estado permanente de ansiedad y estrés que eventualmente nos destruirá.
De hecho, lo triste es que las predicciones catastróficas terminan siendo proféticas porque nosotros mismos, inconscientemente, nos preocupamos por transformarlas en realidad. Una persona hipocondríaca, por ejemplo, puede acabar desarrollando enfermedades más graves precisamente por el estrés constante que le produce su catastrofismo.
Técnicas para eliminar pensamientos catastróficos.
1. Active la mente racional. Usa estadísticas.
El primer paso es detectar el pensamiento catastrófico. Puede parecer trivial, pero lo cierto es que la mayoría de las personas que activan estas creencias están convencidas de que sus miedos están completamente fundados.
Necesitamos entender que nuestros cerebros están constantemente estimando las probabilidades de que ocurran eventos particulares. Para hacer esto, siga dos pautas: una lógica y racional y otra basada en sus experiencias.
Lógicamente, los aviones son el medio de transporte más seguro, pero una persona que tenga miedo a volar no se basará en estas estadísticas, sino en sus propios miedos o experiencias. En consecuencia, no distinguirá entre la realidad y sus miedos, entre lo que es objetivamente verdadero y lo que ha agregado su imaginación.
Por tanto, cabe preguntarse: ¿Qué evidencia confirma mis pensamientos? ¿Cuáles los contrastan? ¿Hago este tipo de juicios cuando me siento bien o simplemente cuando estoy ansioso, triste o frustrado?
2. Piense en las consecuencias del evento. Usa las palabras adecuadas.
Una vez activada la mente racional, debemos intentar pensar objetivamente sobre las posibles consecuencias del evento. Si el tren llega 10 minutos tarde, ¿es una molestia o una catástrofe? ¿Cuál es la peor consecuencia de este retraso?
En algunos casos podría causar serios problemas, pero en la mayoría de los casos no será más que un simple contratiempo. Los catastrofistas deben prestar más atención a las palabras que usan porque eventualmente afectarán su visión del mundo.
Por tanto, es importante poner las cosas en perspectiva y utilizar las palabras adecuadas para evaluar situaciones y sus consecuencias, evitando la tendencia a utilizar términos catastróficos. Una técnica para eliminar pensamientos catastróficos es pensar en lo que le diríamos a una persona que está pasando por algo similar, es probable que nuestras palabras sean más conciliadoras y tranquilizadoras que las que nos diríamos a nosotros mismos.
3. Cambie la idea catastrófica. Sin caer en un optimismo ingenuo.
Una vez que haya identificado el pensamiento catastrófico, vale la pena reemplazarlo por uno más realista. Pero es importante no minimizar las consecuencias y evitar el exceso de optimismo, porque nuestro cerebro no se deja engañar tan fácilmente.
Si nos ha sucedido algo particularmente decepcionante, no podemos tranquilizarnos diciéndonos que todo está bien y fingiendo que no ha sucedido nada. Esta actitud no es saludable. Necesitamos entender que las cosas pueden ser moderadamente negativas, pero también pueden volverse muy negativas, y cuando lo hacen, debemos reconocerlo para encontrar soluciones.
Pero cuando las cosas no están tan mal, debemos reestructurar nuestro pensamiento para analizar lo que está sucediendo desde una posición más objetiva. Por ejemplo, en lugar de pensar: “la lluvia me ha arruinado por completo el día”, podemos pensar: “Me siento decepcionado porque no he podido hacer lo que quería” y luego buscar una alternativa más satisfactoria.