¿Qué se entiende por secuestro emocional?
Todos, en mayor o menor medida, raras o frecuentes, han sido víctimas del "secuestro emocional". Es el momento en el que dejamos de pensar, nos dejamos llevar por los sentimientos y, tras la fase crítica, no recordamos muy bien qué hicimos ni por qué.
Cuando somos víctimas de un arrebato emocional, el centro del sistema límbico declara una especie de "estado de emergencia" y utiliza todos los recursos del cerebro para llevar a cabo sus funciones. Esta convulsión ocurre en segundos y crea una reacción inmediata en la corteza prefrontal, el área asociada a la reflexión, por lo que no tenemos tiempo para evaluar lo que está sucediendo y tomar una decisión racional.
Evidentemente, no todas las abducciones emocionales tienen una connotación negativa. Por ejemplo, cuando somos víctimas de un ataque de risa incontrolable o nos sentimos eufóricos, la amígdala también se apodera de nosotros y nos impide pensar. De hecho, no es la primera vez (y no será la última) que alguien ha hecho algo estúpido por euforia, prometiendo cosas que no puede guardar o que no puede arrepentirse.
La amígdala: sede de las pasiones y centinela del cerebro
El secuestro emocional se genera en la amígdala, que es una de las estructuras más importantes del sistema límbico, donde se procesan las emociones. De hecho, la amígdala se especializa en el procesamiento de estímulos emocionales y está vinculada al proceso de aprendizaje y la memoria. Se ha descubierto que cuando la amígdala se desconecta del resto del cerebro, somos incapaces de dar un significado emocional a las situaciones. Por ejemplo, podemos ver a nuestra pareja, pero no sentimos ninguna emoción. En la práctica, la amígdala es una especie de depósito de memoria emocional.
De cualquier manera, la amígdala juega un papel clave en las pasiones. Cuando esta estructura se daña, las personas no experimentan sentimientos de ira y miedo. Estas personas ni siquiera pueden llorar.
En este punto uno podría preguntarse: si la amígdala funciona perfectamente, ¿por qué nos abruman tan fácilmente las pasiones?
El problema es que la amígdala también desempeña el papel de centinela de nuestro cerebro, y una de sus funciones es examinar las percepciones en busca de una amenaza. La amígdala analiza cada situación preguntándose: ¿Es algo que odio? ¿Me puede hacer daño? ¿Me asusta? Si la respuesta a alguna de estas preguntas es afirmativa, la amígdala reacciona inmediatamente activando todos los recursos y envía un mensaje de emergencia al resto del cerebro. Estos mensajes, a su vez, desencadenan la secreción de una serie de hormonas que nos preparan para el hongo o para el combate.
En ese momento los músculos se contraen, los sentidos se agudizan y estamos en estado de alerta. El sistema de memoria también se activa para intentar recuperar toda la información que pueda ser útil para evitar el riesgo. Así, cuando se trata de un peligro, la amígdala toma el control de casi toda nuestra mente, incluso de la parte racional.
Por supuesto, en nuestro cerebro, todo está configurado para dar luz verde a la amígdala, porque cuando estamos en peligro, todo lo demás no importa. Por tanto, la amígdala es la primera estación cerebral por donde pasan las señales de nuestros sentidos, solo después de esta primera evaluación se envían a la corteza prefrontal. Es por eso que las emociones a veces se apoderan de nosotros y toman el control.
Un fallo en la activación de la mente racional.
Para implementar una convulsión emocional, no basta con que la amígdala esté activada, también es necesario que exista una falla en la activación de los procesos corticales que se encargan de equilibrar nuestras respuestas emocionales. De hecho, es normal que cuando la mente racional está sobrecargada por la mente emocional, la corteza prefrontal se activa para ayudar a manejar las emociones y evaluar posibles soluciones.
El lóbulo prefrontal derecho es el asiento de sentimientos negativos como el miedo y la agresión, mientras que el lóbulo prefrontal izquierdo los mantiene bajo control, actuando como una especie de termostato neuronal que te permite regular las emociones desagradables. Durante una convulsión emocional, el lóbulo prefrontal izquierdo se apaga y deja pasar las emociones.
Un sistema neuronal de vigilancia obsoleto
Uno de los principales problemas con este sistema de alerta neuronal es que en el mundo en el que vivimos ahora, donde no hay tan a menudo peligros graves que pongan la vida en peligro, casi nunca es necesario que la amígdala se apodere del resto del cerebro. Sobre todo si tenemos en cuenta que cuando se activa la amígdala se da cuenta de asociaciones muy burdas, utilizando incluso pequeñas partes de experiencias pasadas. Por lo tanto, si una persona ha desarrollado un miedo inconsciente al sonido de los petardos, dicho sonido puede desencadenar un ataque emocional.
De hecho, la escasa precisión de nuestro cerebro emocional se vuelve aún más pronunciada si tenemos en cuenta que muchos de nuestros recuerdos proceden de la infancia, cuando estructuras como la amígdala y el hipocampo aún no estaban del todo maduras y almacenaban información con una carga emocional excesiva.
En este sentido, no debería sorprendernos si algunas de nuestras reacciones emocionales más intensas son incomprensibles incluso para nosotros, ya que pueden depender de una experiencia vivida en la infancia, cuando nuestro mundo aún era demasiado caótico y aún no habíamos adquirido el lenguaje. Durante ese tiempo, cada experiencia puede haber sido registrada por una amígdala inmadura como un trauma, que luego puede reactivarse en situaciones similares.
¿Se puede evitar la abducción emocional?
Hay algunas situaciones en las que es prácticamente imposible evitar un secuestro emocional. Sin embargo, esto no significa que debamos resignarnos a ser víctimas pasivas de nuestras emociones. Por el contrario, podemos entrenar a nuestro cerebro para que aprenda a discriminar entre las señales que representan un peligro real y las que son inofensivas.
¿Cómo hacerlo?
Especialmente al tomar conciencia de que la mayoría de las situaciones de la vida cotidiana pueden ser estresantes o preocupantes, pero casi nunca representan un peligro real. Por lo tanto, no hay necesidad de estar tenso o enojado.
Por otro lado, también es necesario practicar el desapego, en el sentido budista del término, porque cuantas más cosas consideremos de nuestra propiedad y parte de nuestro "yo", más tendremos a reaccionar de forma exagerada cuando percibamos el peligro. de perderlos.