En 1976, dos psicólogos, Hamilton y Gifford, diseñaron un experimento que ahora se considera un clásico en la historia de la psicología. Estos investigadores crearon dos grupos, el grupo A (las flores de naranja) y el grupo B (las begonias), y luego elaboraron una lista de características positivas y negativas. Por ejemplo, indicaron que los miembros del grupo A solían ayudar a las ancianas a cruzar la calle mientras que las del grupo B orinaban en la acera.
Posteriormente se involucraron otras personas, se les pidió que leyeran estas características y que juzgaran a cada grupo. Curiosamente, todos consideraban al grupo B como una pandilla de gánsteres y su comportamiento era muy rebelde, mientras que los azahar (A) parecían mejores personas.
Lo interesante es que estadísticamente, ambos grupos tuvieron la misma cantidad de comportamientos negativos (alrededor del 44%) mientras que el resto fueron positivos. Para el grupo B se describieron 18 conductas negativas y 8 positivas, mientras que para el grupo A (los agujeros naranjas) se describieron 9 positivas y 4 negativas.
Claramente, las estadísticas no importan mucho para juzgar. Ni siquiera importó que la mitad de la información se ofreciera sobre el segundo grupo, lo consideraron mejor de todos modos. ¿Qué sucedió? ¿Cómo surgió esta generalización, que obviamente fue injusta?
En esencia, sucedió que los lectores vieron enumerados un mayor número de comportamientos negativos referidos a un grupo y por lo tanto concluyeron que este era peor que el otro. Independientemente del hecho de que los comportamientos positivos también fueron más numerosos.
¿Por qué somos tan parciales en nuestros juicios?
Una posible explicación es que nuestro cerebro no comprende mucho sobre estadística, especialmente cuando se trata de hacer juicios morales. Por ejemplo, si un extraterrestre vive en tu vecindario que escucha música fuerte, tira basura en la calle y no saluda a nadie, inmediatamente generalizarías pensando que todos los extraterrestres son así. Incluso si solo has conocido a uno de los extraterrestres: tu vecino.
El mismo problema existe con los extranjeros que provienen de diferentes culturas. Basta con conocer a dos o tres personas (o creer las noticias publicadas en los medios) para establecer que el resto también se comporta de la misma manera. ¡Nada mas lejos de la verdad!
El punto clave es que siempre intentamos darle sentido al mundo que nos rodea. Nuestros cerebros tienden a etiquetar todo porque, en una emergencia, podemos tener un estereotipo o generalización listo para usar. Este es un proceso perfectamente normal, todos lo hacemos.
De hecho, es una respuesta tan visceral que el problema no está en la generalización en sí, sino en cómo la usamos más adelante. ¿Nos esconderemos detrás de la generalización injusta y errónea o dejaremos espacio para el cambio? Por supuesto, la respuesta depende totalmente de nosotros.