Juzgar es fácil. Observar, sin sentir la necesidad de añadir adjetivos, es complicado. Por eso la mayoría de la gente se limita a juzgar, sin intentar comprender, dejando a un lado todo lo que genera disonancia, perturba y desdibuja su visión del mundo. Sin preguntarse si sus juicios aportan valor. Sin cuestionar de dónde viene la vara de medir que se usa para juzgar a los demás en dos etiquetas: "bueno" o "malo".
Nietzsche estaba consciente de esto. Por eso dijo que "el juicio moral y la condenación son la venganza preferida de las personas espiritualmente limitadas sobre las que lo son menos que ellos".
Es difícil para las personas que ven el mundo en blanco y negro comprender la perspectiva de quienes lo ven en color. Y este malentendido genera un rechazo, que se expresa a través de la condena moral. Porque cualquier cosa que no les guste o no se ajuste a su visión limitada del mundo los asusta. Y ese miedo es la brújula que utilizan para condenar a los demás cuando se quedan sin argumentos e ideas lógicas.
Cuanto menos piensas, más juzgas
La ciencia prueba que Nietzsche tiene razón. Aunque nos gusta pensar que los juicios son conclusiones bien razonadas, lo cierto es que se basan más en la intuición y las normas sociales que nos inculcan, que en un proceso de reflexión autónomo y profundo.
Los psicólogos de la Universidad de California han descubierto que nuestras emociones impulsan nuestras intuiciones, dándonos la sensación de que algo está "bien" o "mal". Creen que los juicios son el resultado de una reevaluación, un proceso mediante el cual atenuamos la intensidad de las emociones al enfocarnos en una descripción intelectual. Es decir, los juicios no serían más que una racionalización de lo que estamos sintiendo, un intento de "explicar" nuestra aversión.
En el experimento, los participantes leyeron historias sobre dilemas morales. Cuando permitieron que las personas juzgaran las conductas de los protagonistas, las catalogaron como negativas, desagradables e inmorales, pero cuando se les pidió que reevaluaran lógicamente la situación, se agotó la tendencia a emitir juicios morales.
Los investigadores concluyeron que "somos esclavos y amos, podemos ser controlados, pero también tenemos la capacidad de moldear nuestros juicios cargados de emociones".
Los neurocientíficos de la Universidad de Princeton lo demostraron. Vieron que cuando hacemos juicios de confiabilidad al mirar los rostros de las personas, áreas relacionadas con las emociones, como la amígdala, la ínsula anterior, la corteza prefrontal medial y el precuneus, se activan en nuestro cerebro.
Esto significa que cuando los juicios llevan a etiquetas simplistas, suelen ser el resultado de prejuicios e ideas preconcebidas. Es la aplicación automática de las normas sociales que hemos introyectado, la expresión de un mundo dualista en el que las cosas son buenas o malas, sin términos intermedios.
Al respecto, Nietzsche dijo: “en principio nos inclinamos a afirmar que los juicios más falsos (los juicios sintéticos son parte de ellos a priori) son los más esenciales para nosotros, que el hombre no podría vivir si no admitiera ficciones lógicas, si no midiera la realidad con la vara del mundo puramente inventado de lo incondicionado, idéntico a sí mismo, si no distorsionara continuamente el mundo ".
De hecho, los juicios a menudo esconden un miedo atávico a lo que no entendemos, o no queremos entender, porque requiere un arduo trabajo intelectual. Son la expresión del rechazo a lo diferente, buscando protección en un mundo hecho para nosotros.
Reemplazar juicios con observación y comprensión.
En el libro “Más allá del bien y del mal”, Nietzsche argumentó que el único criterio para decidir el valor de una prueba es su capacidad para preservar, pero sobre todo, para favorecer y mejorar la vida.
"La cuestión es saber hasta qué punto tal juicio favorece la vida", escribió el filósofo. Creía que los juicios valían tanto como contribuyen a mejorar al hombre, permitiéndole superarse a sí mismo, haciéndolo más fuerte, feliz, creativo, reconciliado y afirmativo ...
Para lograrlo, afirma que "debemos quitarnos el mal gusto de querer coincidir con los demás". Es necesario tener el coraje de pensar por uno mismo alejándose de categorías dualistas y dicotómicas como el bien y el mal o el bien y el mal. Es necesario abrirse a nuevas ideas y aprender a gestionar el miedo que generan los diferentes.
Un buen lugar para comenzar es aprender a observar. Hay varias formas de observar: observar con juicio y observar sin él.
Cuando observamos, es difícil separarnos de nuestra escala de valores, nuestros mapas mentales y nuestra forma de entender la vida. Esto no es necesariamente malo, pero debemos ser capaces de dar un paso adelante porque si observamos solo con el objetivo de juzgar, criticar y condenar, limitaremos nuestro aprendizaje y probablemente perjudicaremos a los demás. Si buscamos juzgar perderemos parte de la realidad.
Por el contrario, observar cuidadosamente para descubrir y aprender expandirá nuestro universo. Es un proceso enriquecedor que abre puertas y enciende la chispa del conocimiento. Por tanto, lo mejor es dejar los juicios a las personas que prefieren limitarse.