Practicar la moderación es probablemente una de las cosas más difíciles en un mundo que nos empuja a los extremos y nos anima a adormecer los sentidos con un flujo incesante de estímulos. Pero para filósofos como Aristóteles, la virtud de la moderación es la piedra angular de una vida equilibrada y feliz. Sin moderación nos convertimos en hojas al viento que oscilan de exceso en defecto, sin encontrar la paz interior que nos ofrece el punto medio.
¿Por qué es tan difícil ser moderado?
La respuesta, o al menos parte de ella, se remonta a nuestros antepasados. Nuestros antepasados eran más propensos a lo que ahora consideraríamos excesos porque vivían en condiciones particularmente difíciles. Por ejemplo, tuvieron que usar todos sus recursos y energía para cazar o viajar largas distancias, por lo que tuvieron que descansar por períodos de tiempo más largos para recuperar energía. Esto los llevó a alternar fases de hiperactividad e inactividad. Algo similar sucedió con la comida.
Aunque esos tiempos ya pasaron, nuestro cerebro todavía está marcado por necesidades básicas, por lo que tendemos a atiborrarnos de nuestra comida favorita y luego comenzar una dieta estricta. Así que nos movemos entre los extremos, sin llegar nunca a la moderación.
Incluso la sociedad moderna nos anima a balancearnos entre extremos, pecando por defecto o por exceso, porque todo se configura en términos de contrarios. El concepto de familia es un ejemplo de esta falta de moderación. Hace apenas unas décadas, la familia era un concepto sagrado e inviolable, en el que el matrimonio era un vínculo esencial e indisoluble. En cambio, ahora predominan las relaciones líquidas en las que las personas pasan de una relación a otra sin sentirse completamente satisfechas.
Lo mismo ocurre en las relaciones entre padres e hijos. Hace algunas décadas, los padres ejercían un estricto control sobre la vida de sus hijos, cayendo en el autoritarismo. Hoy en día muchos niños tienen problemas de conducta, porque muchos padres han desarrollado un estilo educativo excesivamente permisivo en el que se entregan a todos sus caprichos sin poner los límites necesarios para un desarrollo equilibrado de la personalidad. De esta forma, la moderación es una virtud cada vez más rara.
Mesótes, la práctica de la moderación
En la antigua Grecia, la moderación era un valor muy preciado. De hecho, en el Templo de Apolo en Delfos hay dos frases, la primera muy famosa y la otra completamente olvidada. “Gnóthi seautón”, “conócete a ti mismo” y “Medèn ágan”, “nada en exceso”. Este último tiene como objetivo la moderación de los sentidos, las acciones y las palabras.
En realidad, ambos aforismos están conectados porque solo un conocimiento profundo de nosotros mismos puede decirnos hasta dónde podemos llegar y saber cuándo es el momento de parar para no exagerar. Por eso Aristóteles hablaba a menudo a sus discípulos del “mesòtes” o punto medio derecho, del que también hablaba en su tratado “Ética a Nicómaco”.
Para Aristóteles nada era bueno o malo en un sentido absoluto, pero dependía de la cantidad. Por ejemplo, tener muy poco valor conduce a desarrollar una personalidad cobarde, pero tener demasiado valor conduce a la imprudencia. Al practicar la moderación, encontramos el valor para hacer cosas que valen la pena y el sentido común para evitar exponernos a riesgos innecesarios.
Sin embargo, no nos damos cuenta de que muchas de las cosas que nos esforzamos por eliminar de nuestras vidas como malas, en realidad son mucho menos dañinas de lo que pensamos. El problema no son las cosas, sino su exceso o su defecto.
A menudo, la abstinencia de algo tiene el efecto contrario, lo que nos hace gravitar hacia lo prohibido. Es un fenómeno similar al "Efecto Rebote", según el cual, cuanto más tratemos de evitar pensar en algo, más se activará ese contenido en nuestra mente. Entonces, cuanto más nos privamos de los dulces, más queremos comerlos. Los defectos conducen a excesos. Y viceversa. Así que terminamos excluyendo la moderación.
Para comprender la relación entre excesos y defectos, podemos pensar en nuestra vida como un columpio. Cuando hay demasiado peso en un lado, el otro lado se mueve en la dirección opuesta y tira más de nosotros. O estamos arriba o abajo, pasando de puntillas por el punto medio.
Para practicar la moderación, debemos dejar de pensar en términos de todo o nada, blanco o negro, bueno o malo. La clave es permitirse todo, en la medida adecuada. Y conocernos lo suficientemente bien como para evitar que superemos nuestros límites.