Menos es más, dijo el arquitecto Mies Van der Rohe. Sin embargo, es difícil para nosotros aceptar que debemos quitar más y agregar menos. Y tampoco debería sorprendernos ya que vivimos en una sociedad que mide nuestro valor por la cantidad de dinero, posesiones y éxitos. Este condicionamiento crea una trampa para nuestro cerebro y hace que desarrollemos un pensamiento aditivo que acaba haciéndonos perder oportunidades.
Pensando que más siempre es mejor
Para mejorar determinados objetos, ideas o situaciones o simplemente para encontrar soluciones a problemas, es necesario iniciar un proceso de pensamiento que genere cambio. En general, debido a que nuestra capacidad cognitiva es limitada, no podemos considerar una gran cantidad de opciones, por lo que tendemos a centrarnos en las ideas más prometedoras o limitarnos a las que consideramos mejores.
Lo curioso es que cuando elegimos estas oportunidades, tenemos la tendencia a sumar. Esta fue la conclusión a la que llegaron los investigadores de la Universidad de Virginia tras realizar ocho experimentos diferentes en los que pidieron a los participantes que mejoraran varias cosas, desde proyectos y cuestionarios hasta recetas, itinerarios, estructuras e incluso los hoyos de un campo de golf.
Estos psicólogos encontraron que nos enfocamos más en agregar algún elemento, independientemente de su utilidad o relevancia para el problema en cuestión. "Lo curioso es que esta tendencia es la misma en ingeniería que en escritura, cocina y todo lo demás", observaron los investigadores.
De hecho, cuando pensamos en mejorar un objeto o una situación, casi siempre lo primero que nos viene a la mente es la posibilidad de añadir algo. Este pensamiento aditivo puede explicar por qué llenamos cada vez más nuestra agenda, proliferan los trámites burocráticos en las instituciones y todo parece ser cada vez más complejo.
¿Por qué nuestro cerebro activa el pensamiento aditivo de forma predeterminada?
Las ideas aditivas vienen a la mente más rápida y fácilmente, mientras que las ideas sustractivas requieren más esfuerzo cognitivo. Como no disponemos de mucho tiempo todos los días y necesitamos encontrar soluciones rápidas a los problemas que surgen, tendemos a aceptar las primeras ideas que nos vienen a la mente, que son las aditivas, por lo que terminamos aceptando las soluciones aditivas, sin pensar en robar algo.
Más tarde, cuando tenemos que resolver problemas más importantes de la vida, nuestro cerebro está tan acostumbrado al pensamiento aditivo que ni siquiera se plantea buscar soluciones por sustracción. Es víctima de un refuerzo continuo que comienza cuando somos pequeños y nunca termina porque el mundo que nos rodea nos dice que debemos hacer más, tener más y ser más.
En consecuencia, siempre pensamos en sumar. Creemos que más siempre es mejor. El problema es que cuanto más dependemos de las estrategias aditivas, más accesibles cognitivamente se vuelven y, con el tiempo, podrían convertirse en la única solución en la que podamos pensar.
Esto termina impregnando nuestra visión del mundo y el crecimiento. Pensamos que la vida es sumar más y más cosas, vivir más experiencias y conocer más personas, cuando muchas veces el verdadero cambio se da cuando aprendemos a restar.
Si no concebimos la resta, no solo se nos escapa otro mundo de posibilidades alternativas para encontrar soluciones a nuestros problemas, sino que también nos privamos de la posibilidad de simplificar nuestra vida y encontrar el equilibrio mental a través del minimalismo.
¿Cómo equilibrar el pensamiento aditivo?
Es normal sentirse atraído por sumar porque nuestra civilización se ha construido sumando más y más y nuestro sistema económico prioriza el crecimiento. Sin embargo, debemos ser conscientes de que muchas veces menos es más.
Entonces, el primer paso es reconocer la urgencia de agregar. La simple conciencia nos permitirá romper con el hábito, pensar diferente y abrirnos a la posibilidad de restar.
El segundo paso es manejar las emociones que nos asaltan cuando pensamos en quitarnos. Debido a que estamos tan apegados a la suma, muchas veces la mera perspectiva de restar genera una enorme ansiedad. Esa ansiedad nos lleva a aferrarnos a la situación que queremos cambiar y nos impide solucionar el problema. Por tanto, debemos aprender a sentirnos cómodos con la posibilidad de quitarnos y eliminar todo lo superfluo.
El tercer paso consiste precisamente en detectar todo aquello que no es necesario y complejo. ¿Estaríamos mejor sin esto? ¿Podríamos eliminarlo? ¿Cómo podríamos hacer? Tenemos que tomarnos nuestro tiempo. El pensamiento aditivo nos ofrece soluciones más rápidas porque está automatizado mientras que la eliminación lleva más tiempo. Pero los resultados merecen la pena.