"La renuncia es un suicidio diario", escribió Balzac. Y no se equivocó. Cuando la vida nos golpea duro y los problemas se acumulan, podemos pensar que la resignación es la única alternativa. Creemos que no tenemos más remedio que apretar los dientes y resignarnos a la mala suerte.
Pero la resignación no alivia el sufrimiento, sino que lo perpetúa sumergiéndonos en una visión pesimista. De hecho, un estudio realizado en la Universidad de Manitoba encontró que las personas que responden con resignación a un diagnóstico de cáncer tienen un mayor riesgo de sufrir trastornos psicológicos a largo plazo.
¿Qué es la resignación? El significado psicológico
Renunciar es renunciar a cambiar las cosas, estar satisfecho con lo que sucede, aunque nos lastime. Es una entrega ante los obstáculos, no porque sean insuperables sino porque prevalece el pesimismo o la crisis nerviosa. Por tanto, implica una actitud pasiva ante los hechos.
El concepto de resignación no implica una respuesta adaptativa a la realidad, sino sumisión a una realidad que nos supera. Al resignarnos corremos el riesgo de asumir el papel de víctima o empezar a sentir lástima por nosotros mismos, diciéndonos que no podemos hacer nada para cambiar la situación en la que nos encontramos.
Pensando que “esto es lo que nos ha tocado y no podemos hacer nada para cambiarlo”, estamos atrapados, no nos movemos en la dirección que queremos, pero orbitamos en torno a la mala suerte.
3 diferencias entre resignación y aceptación que todos deberíamos conocer
1. La resignación genera impotencia, la aceptación conduce a la serenidad
Los estados emocionales que generan resignación y aceptación son muy diferentes. Cuando nos resignamos, solemos sentirnos derrotados. Al darnos por vencidos, sentimos que no podemos hacer el cambio necesario. Esto crea una sensación de fracaso e impotencia que incluso puede conducir a la depresión.
En cambio, cuando practicamos la aceptación, se genera un estado de calma y serenidad. La aceptación nos ayuda a concentrarnos en las cosas que podemos controlar para cambiar lo que podamos, de modo que nos sintamos seguros de nosotros mismos.
2. La resignación surge de la entrega, la aceptación de la reflexión
La resignación surge del desistimiento, del sentimiento de no poder hacer nada para cambiar lo que nos pasa porque todo esfuerzo será inútil. Muchas veces es el resultado de una actitud pesimista o derrotista ante la vida, es pensar que “esto es lo que me tocó y no puedo hacer nada para cambiarlo”. La resignación, de hecho, a menudo surge de un ataque de nervios.
En cambio, la aceptación suele ser el resultado de un análisis más profundo de las circunstancias. Implica reconocer que las cosas no van como nos gustaría y aceptar la realidad, pero con una actitud resiliente. Aceptamos lo que no nos gusta porque sabemos que es el primer paso para cambiar nuestra situación de alguna manera.
3. La resignación nos condena al sufrimiento, la aceptación nos ayuda a curar las heridas.
La resignación suele ser el golpe de gracia a la motivación, que nos condena a la inmovilidad y a sufrir pasivamente lo que sucede. Procedente de un sentimiento de impotencia, por lo general no implica un análisis profundo de la causa raíz, lo que nos impide aprender de nuestros errores. La resignación, de hecho, nos mantiene atascados en el problema, sufriendo sin encontrar una salida, condenándonos a una especie de samsara continuo.
La aceptación, por otro lado, nos permite tomar una distancia psicológica para ver las cosas en perspectiva. Es un proceso consciente en el que nos sumergimos en la situación y la entendemos mejor. Esto nos permite comprender nuestro papel, descubrir nuestros errores y aprender de ellos. Por tanto, la aceptación es fundamental para volver a juntar las piezas y recuperarnos.
El paso de la resignación a la aceptación
Comprender las diferencias entre resignación y aceptación nos permitirá elegir cómo reaccionar ante los problemas de la vida. La aceptación implica ver las cosas como son y también como no son. La resignación, por otro lado, implica decidir que las cosas son como son y no se pueden cambiar.
Practicamos la aceptación cuando decimos: “Hoy está lloviendo, me llevo un paraguas”. Nos resignamos cuando decimos: “Hoy está lloviendo, el día será un desastre”. Mientras que con aceptación asumimos una actitud pragmática, neutral y sin prejuicios, con resignación asumimos una actitud negativa que se suma a nuestros problemas.
El problema es que no nos damos cuenta, así que seguimos acumulando resignación tras resignación, hasta llegar al punto en que el peso nos impide seguir adelante. El primer paso es darnos cuenta de esto y comprender que necesitamos más aceptación y menos resignación.
Un estudio realizado en la Universidad de Milán encontró que cuando los problemas se vuelven crónicos hay un punto de inflexión en el que elegimos resignarnos y sufrir en silencio o tomar el camino de la aceptación y la resiliencia.
Cuando elegimos la aceptación radical, vemos la realidad de manera más objetiva. Analizamos los problemas y decidimos cómo actuar. Somos conscientes de la adversidad y el daño que nos hacen, pero en lugar de sufrir pasivamente, nos preguntamos cómo limitar su influencia.
Cuando nos resignamos solo vemos el lado negativo de la situación y asumimos que lo que nos pasa es algo inmutable, lo que nos condena a seguir sufriendo. Para salir de la resignación debemos dejar de juzgar las cosas que nos pasan clasificándolas en términos de "buenas" o "malas". También debemos entender que todo cambia y evoluciona continuamente, incluida la situación que nos hace sufrir hoy. Entonces, la próxima vez que alcancemos ese punto de inflexión, debemos recordar que la alternativa a la resignación es la aceptación.