La autenticidad se logra mirando hacia adentro, a través del desapego.
Según la paradoja del desapego, la clave para salir de este círculo vicioso es descubrir nuestra esencia a través del desapego. Analicemos algunas de las frases:1. Cuando dejo ir lo que soy, me convierto en lo que podría ser. Solo cuando nos liberamos de los estereotipos, creencias y preconcepciones que nos hemos formado a lo largo de los años sobre el mundo y sobre nosotros mismos, descubrimos nuestro verdadero potencial. Solo cuando esa voz en tu cabeza deje de decirte que no es posible o que no estás a la altura, podrás atreverte a hacer lo que realmente te gusta. Cuando te liberas del condicionamiento que te ata, puedes averiguar hasta dónde puedes llegar, porque dejarás atrás todos esos roles que te clasifican. Entonces te convertirás en una persona más completa.2. Cuando dejo ir lo que tengo, obtengo lo que necesito. Vivimos en una sociedad en la que gastamos dinero, no tenemos que comprar cosas que no necesitamos para impresionar a las personas que no se preocupan por nosotros. En esta carrera hacia el materialismo perdemos nuestra esencia. Pero cuando dejamos ir todas esas cosas que, presumiblemente, necesitaríamos para transmitir una imagen exitosa, ocurre un milagro: encontramos la libertad y con ella la tranquilidad. Cuando no necesitamos impresionar a los demás y no perseguimos cosas y metas que no son realmente necesarias, obtenemos serenidad, la que proviene del autoconocimiento y la confianza en uno mismo.
3. Cuando me complazco, soy mayor. La mayoría de las grandes religiones siempre han predicado la dedicación a los demás. Ahora, varios estudios psicológicos confirman que en el acto de ayudar a los demás crecemos como personas y nos ayudamos a nosotros mismos. Un metaanálisis de 40 estudios realizados durante los últimos 20 años reveló sin lugar a dudas que ayudar a las personas a través del voluntariado no solo reduce el riesgo de desarrollar depresión y aumenta la sensación de bienestar, también reduce en un 22% el riesgo de muerte. A una edad temprana. Sin duda, la conexión directa con los demás es muy útil porque activa la producción de oxitocina, una hormona que ayuda a combatir el estrés. Además, ayudar a los demás nos hace sentir mejor, dándonos un sentido de vida más amplio. Aquí surge la paradoja: cuanto más nos entregamos a los demás, más nos conocemos en profundidad.
4. Cuando me siento roto, crezco. Es normal hacer todo lo posible para evitar el dolor y el sufrimiento. A lo largo de los siglos, nos hemos preocupado por revestirlos de negatividad hasta el punto de que ya no somos capaces de apreciar sus aspectos positivos. De hecho, ¿sabías que las perlas son el resultado de una intrusión que sufrieron las ostras y reaccionaron cubriendo el cuerpo extraño con varias capas de una sustancia protectora? Asimismo, los problemas, los conflictos y los errores pueden convertirse en dueños de la vida que nos permitan ser más fuertes y más sabios. La clave es estar consciente de esto. Esto no quiere decir que la herida duela menos, sino que podemos usarla a nuestro favor para crecer. Por ejemplo, un ataque cardíaco puede hundir a una persona en una depresión profunda o puede ser el impulso que la impulse a adoptar hábitos más saludables que le permitan vivir más plenamente. No tienes poder sobre las circunstancias, pero siempre puedes decidir cómo reaccionar.
5. Cuando no deseo nada, todo me viene. La lucha por lograr ciertos objetivos solo sirve para crear tensión. Esta tensión te hará cometer errores, te hará más irritable y terminará dañando tu salud y tus relaciones. Por el contrario, cuando planeas una meta pero no la vives con ansiedad, sino aprendes a disfrutar del viaje, siempre ganarás algo, ya que aunque no llegues a la meta aún habrás aprendido mucho. No se trata de no tener metas, sino de no deslumbrar por ellas, para no perder el rumbo. Porque lo que realmente necesitamos no son cosas, sino experiencias, y cuando nos enfocamos en ellas podemos crecer.