- Lo resumiré en dos palabras - dijo el jefe - Buenas decisiones.
El secretario no quedó satisfecho con una respuesta tan vaga, por lo que para obtener el secreto le preguntó de nuevo:
- ¿Y cómo se las arregló para tomar las decisiones correctas?
- Lo resumo en una palabra: experiencia.
El empleado no se rindió y volvió a preguntar:
- ¿Cómo consiguió esta experiencia?
En ese momento el jefe sonrió y respondió: - Puedo resumirlo en dos palabras: malas decisiones.
Quien nunca se ha equivocado, lanza la primera piedra. Cuando miramos hacia atrás y examinamos nuestro pasado, es virtualmente imposible no vislumbrar al menos una mala decisión. De hecho, es fácil dejarse llevar, actuar impulsivamente y tomar una mala decisión o simplemente dejar que otros decidan por nosotros. El caso es que las malas decisiones forman parte del proceso de vida e incluso nos acercan a nuestro objetivo porque nos ayudan a entender cuál es el camino a seguir, aunque sea a través de un proceso de exclusión.
Sin embargo, esto es puramente racional. Lo cierto es que cuando las malas decisiones rompen el velo del pasado y nos asaltan, las emociones se apoderan de nosotros y llega la etapa de la llamada "resaca". Esta es la etapa en la que nos arrepentimos de lo que hemos hecho, nos sentimos culpables y nos ponemos ansiosos. Si somos incapaces de avanzar y quedamos atrapados pensando en estas malas decisiones, corremos el riesgo de estancarnos sufriendo innecesariamente y quejándonos de algo que no podemos cambiar.
Cosa possiamo tarifa?
1. Maneja la avalancha emocional. Es normal sentirse mal cuando se da cuenta de que ha tomado una mala decisión y ha tenido un impacto significativo en su vida o en la vida de los demás. Es posible experimentar diferentes emociones, desde la ira hasta la tristeza. Sin embargo, torturarse o culparse a sí mismo es tan inútil como un baile indio para atraer la lluvia. No intente ocultar estas emociones, pero no las alimente con pensamientos recriminatorios. Simplemente no permita que tome el control y enturbie sus emociones. Para lograrlo, imagina que eres un observador externo que te mira. Descubre las emociones que estás experimentando, ponles un nombre y no temas experimentarlas. Si no te resistes y los observas aunque sea con un poco de curiosidad, verás que poco a poco el efecto negativo se irá desvaneciendo.
2. Detenga las voces conflictivas que surgen en nuestra mente. Cuando tomamos una decisión equivocada y nos damos cuenta de ello, se activa inmediatamente un pensamiento recriminatorio. Esta voz interior intensifica las emociones negativas y te hace sentir peor. Pero lo curioso es que a menudo esta no es nuestra voz interior, sino la voz de alguien a quien consideramos nuestra y nos castiga, arraigada en algún lugar de nuestro pasado. Por tanto, no reprimas este pensamiento interior, al contrario, dale rienda suelta y escucha lo que te dice. En algún momento del discurso es posible que escuches algunas frases que no son tuyas pero que pertenecen a otra persona, que podría ser un padre, maestro o incluso una ex pareja. Cuando desenmascares esa voz interior que no te pertenece, inmediatamente perderá su fuerza.
3. Evalúe la extensión del daño. Una vez que hayas logrado un cierto equilibrio emocional, es el momento de pensar con frialdad. Evalúe hasta qué punto le ha perjudicado esta decisión. ¿Son las consecuencias tan terribles como parecen o estás exagerando? En la situación en la que se encontraba y con el conocimiento y la experiencia que tenía, ¿podría haber tomado una decisión diferente? ¿En qué medida eres realmente responsable del daño causado? Vale la pena recordar que no se trata de escapar de tus responsabilidades, sino que a menudo exageramos las consecuencias de nuestras acciones solo porque nos hacen sentir mal. A veces pensamos que tenemos el control de todo y que la responsabilidad es solo nuestra, cuando en realidad no lo es. Por eso, a la hora de asimilar las malas decisiones, siempre es importante mirarlas en perspectiva para darles la importancia que realmente tienen, ni más ni menos.
4. Aprenda del error. Una decisión negativa solo es verdaderamente negativa si no aprendemos nada de ella. Por tanto, analiza cuáles fueron los pasos que te llevaron a ese punto. ¿Ha sido influenciado por factores externos? ¿No tenías suficiente experiencia? ¿Te apresuraste a tomar la decisión? ¿Te dejaste llevar por tus emociones o tu instinto y esto te jugó una mala broma? ¿Tuviste miedo y dejaste que otros decidieran por ti? Este ejercicio no tiene la intención de hacerle sentir culpable, sino de detectar errores y ayudarlo a evitar cometerlos nuevamente en el futuro. Por tanto, recuerda que la sinceridad es fundamental y que los mecanismos de autosabotaje no merecen la pena. Recuerde que el verdadero error no es la decisión equivocada, sino el hecho de que no ha aprendido nada de ella.
5. Repare y continúe. Si puede reparar algunos de los daños, hágalo. Piense si hay algo que se pueda hacer para cambiar lo que sucedió y las consecuencias. A veces no es posible deshacer el error, pero disculparse puede ser suficiente para que las heridas comiencen a sanar. Otras veces, la decisión equivocada se ha convertido en una bola de nieve que, descendiendo como una avalancha, lo invierte todo y a todos a su paso. Si es así, piense en los efectos negativos actuales y cómo limitarlos. Si el daño no se puede reparar, no se hunda en la frustración, continúe. Perdonarse a sí mismo es probablemente el paso más complicado, pero es fundamental para poder liberarse del sentimiento de culpa. Los errores no nos debilitan, al contrario, nos transforman en personas más resistentes, pero solo si somos capaces de superarlos y seguir adelante. Toma la parte buena, atesora lo que has aprendido y sigue adelante.
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