Todos tenemos desencadenantes emocionales que activan ciertos sentimientos y nos hacen actuar de manera impulsiva. A veces podemos enojarnos sin tener una razón válida. En otras ocasiones, podemos sentirnos estresados, tristes o frustrados por cosas insignificantes sin saber la razón subyacente.
Probablemente hayas notado que ciertos temas de conversación siempre provocan las mismas emociones desagradables. Tal vez se enoje cuando se trata de asuntos financieros o se sienta culpable cuando se trata de asuntos familiares. Estos problemas no son simples puntos "sensibles", sino desencadenantes emocionales que esconden un problema más profundo.
¿Qué son los desencadenantes psicológicos?
Los desencadenantes son eventos que ponen en marcha ciertos procesos psicológicos. No son una causa en sí mismos, sino el "empujón" definitivo para sacar a relucir un problema psicológico subyacente. Los desencadenantes emocionales son como "botones rojos" que, cuando se presionan, activan ciertas emociones y sentimientos.
Cualquier estímulo puede convertirse en un detonante. Puede ser un asunto que nos cause malestar, pero también puede ser una persona con la que tengamos un conflicto latente, un recuerdo o incluso un olor particular. De hecho, los olores son desencadenantes emocionales particularmente intensos porque actúan directamente sobre nuestro sistema límbico, engañando a la mente racional.
¿Qué reacciones provocan los desencadenantes emocionales?
Los desencadenantes emocionales no suelen ser estímulos amenazantes o perturbadores. El problema es que activan contenido emocional que sí lo son. Por ejemplo, una melodía puede desencadenar un recuerdo traumático o desagradable. La canción en sí no es peligrosa, pero la memoria que activa sí lo es. El poder de los desencadenantes emocionales es que activan traumas o experiencias pasadas que generan una intensa respuesta de rechazo, ansiedad o enfado.
Cuando nos exponemos a una situación desencadenante, el eje hipotálamo-pituitario-adrenal pone en marcha un complejo proceso de autoprotección que nos prepara para tres posibles acciones: luchar, huir o paralizarnos. Luego se activa la producción de hormonas como la adrenalina y el cortisol, que inundan nuestro torrente sanguíneo. Cuando se liberan las hormonas del estrés, la ansiedad se dispara y experimentamos un secuestro emocional que nos roba nuestras habilidades de afrontamiento. Esto hace que dejemos de pensar racionalmente y nos dejemos llevar por los primeros impulsos.
La mayoría de los desencadenantes emocionales son sutiles y difíciles de detectar. Probablemente ni siquiera se dé cuenta de que se han desencadenado algunas reacciones emocionales. Por ejemplo, podemos reaccionar con enojo cuando se nos hace una pregunta aparentemente inocua porque se trata de un tema delicado que queremos ignorar o que nos hace sentir particularmente incómodos.
La pregunta es el desencadenante emocional, pero no es la causa ni el problema. El origen de estas reacciones emocionales es mucho más profundo y requiere de un arduo proceso de introspección para comprender por qué determinados temas generan una respuesta afectiva tan intensa. Es probable que descubramos que estos son aspectos de nuestra vida con los que nos sentimos insatisfechos, sombras nuestras que no queremos aceptar o traumas que no hemos superado por completo.
Un estudio realizado en la Universidad de Illinois encontró que las personas que responden a un mayor número de desencadenantes emocionales tienen más probabilidades de desarrollar compulsiones y obsesiones, lo cual no es sorprendente porque estos contenidos psicológicos ejercen una presión constante sobre nuestra mente.
La importancia de los desencadenantes emocionales en algunas enfermedades físicas, como el infarto de miocardio, también está en discusión, porque se ha visto que inmediatamente antes del infarto muchas personas refieren experimentar sentimientos particularmente intensos de ira, ansiedad, tristeza, dolor agudo o estrés. Esto significa que aprender a reconocer y manejar los desencadenantes emocionales es esencial para nuestro equilibrio psicológico y nuestra salud.
Evitar o confrontar, esa es la pregunta
Conocer nuestros desencadenantes emocionales nos da poder sobre ellos. Si somos conscientes de lo que nos irrita, enoja o desestabiliza, podemos decidir qué hacer para proteger nuestra cordura.
En este punto tenemos dos opciones: evitar las situaciones que activan estos factores psicológicos para prevenir las emociones que generan o hacer un trabajo psicológico más profundo para que dejen de activar esas reacciones emocionales.
Evitar los desencadenantes emocionales es la solución más sencilla, pero no siempre es posible o eficaz. Hay problemas o situaciones que no se pueden evitar eternamente. Además, la evitación nos lleva a vivir en una zona de confort demasiado estrecha, de la que tememos salir porque no queremos enfrentarnos a los estímulos que nos incomodan.
Escapar de la realidad tratando de vivir en una burbuja no es realista. Podemos encontrar desencadenantes emocionales donde menos lo esperamos y terminarán lastimándonos si no aprendemos a lidiar con ellos. Por tanto, a la larga, lo más conveniente es trabajar con los contenidos psicológicos que generan esta reacción desproporcionada.
Considere que lo que resiste persiste. Cuanto más empujamos hacia abajo un contenido psicológico para tratar de ocultarlo, más fuerza tendrá cuando resurja en la conciencia. La evitación a largo plazo aumenta la posibilidad de quedar atrapado en un ciclo de hipervigilancia en el que siempre estamos atentos a lo que puede salir mal, lo que aumenta las posibilidades de desarrollar estrés postraumático.
¿Cómo desactivar los desencadenantes emocionales en 3 pasos?
A medida que trabajamos en el contenido psicológico problemático, es útil aprender a desactivar las reacciones que causan los desencadenantes emocionales.
1. Conozca el "punto sin retorno"
Todos tenemos un punto de no retorno, del que las emociones toman el relevo y nos impiden actuar de forma racional. Necesitamos aprender a detectar los primeros signos de estrés, enfado, frustración o ansiedad para evitar que crezca y nos lleve a ese punto. Estas marcas se ven en el cuerpo pero varían de persona a persona. Algunos pueden experimentar una gran tensión muscular, otros una sensación de opresión en el pecho o respiración rápida. Solo necesita encontrar los signos físicos de que el desencadenante emocional ha dado en el blanco y está desencadenando una intensa reacción afectiva.
2. Calma el cuerpo
Cuando entendemos nuestra respuesta emocional, podemos erradicarla tomando la acción opuesta. Si el estrés o la ira aumenta, podemos aplicar técnicas para relajarnos en diez minutos o realizar ejercicios de respiración, por ejemplo. Calmar el cuerpo es un paso fundamental para centrarse en el aquí y ahora porque estas emociones dan lugar a una mentalidad agitada y desorganizada que nos impide implementar estrategias de afrontamiento adaptativas. Debemos recordar que interpretamos la realidad en función de nuestro estado de ánimo, por lo que cuando estamos ansiosos o enojados, nuestra percepción de la amenaza será mayor y no seremos capaces de resolver el problema de manera objetiva. Por tanto, calmar el cuerpo nos ayudará a calmar la mente.
3. Etiqueta las emociones sin juzgarlas
Una vez que nos hemos calmado y nuestra mente está más relajada, podemos analizar lo sucedido. Tenemos que preguntarnos: ¿qué situación, pensamiento o imagen nos llevó al punto de perder el control? ¿Qué sentimos antes, durante y después del evento? Es importante poder etiquetar las emociones sin juzgarlas. Debemos tener en cuenta que no son ni buenos ni malos, sino solo portadores de un mensaje más profundo. Nos ayudan a descubrir cuál es el desencadenante subyacente y nos guían hacia el problema real a resolver.
Aprender a calmarnos y explorar nuestros desencadenantes emocionales, poder analizarlos y procesarlos de manera desapegada, nos dará una tremenda confianza. De esa manera, la próxima vez que estemos expuestos a estos factores desencadenantes, no nos sentiremos amenazados y las emociones no serán tan abrumadoras. De esta forma podemos decidir cómo actuar, en lugar de reaccionar impulsivamente.