La estrategia de culpar a los demás por eludir la responsabilidad y el costo de los errores no funciona. En definitiva, al hacerlo falseamos las relaciones con los demás, poniendo trabas a nuestro crecimiento personal.
Última actualización: 29 de mayo de 2020
Culpar a los demás es una estrategia a la que suelen recurrir los niños. Su desarrollo cognitivo y moral les impide captar la importancia de asumir sus responsabilidades, más bien los incita a evadir el castigo cuando saben que han hecho mal.
Pero también hay muchos adultos que todavía muestran este comportamiento en diversas situaciones. Culpar a los demás se convierte primero en un hábito y luego en una estrategia en personas con altos niveles de narcisismo o baja autonomía.
Este comportamiento presupone una detención evolutiva de emociones y valores. Quien así actúa sufre y hace sufrir a los que le rodean.
A menudo, detrás de este patrón de desresponsabilización hay miedo, ira y tristeza reprimidas. Y si no optas por estrategias más sanas en el trato con los demás, estos sentimientos podrían persistir y volverse aún más intensos. Al mismo tiempo, no es una estrategia eficaz, pero sí que multiplica las dificultades.
Jugar limpio no es culpar a los demás de nuestros errores.
-Eric Hoffer-
Las razones que llevan a culpar a los demás
En términos generales, hay dos razones principales por las que algunas personas optan por culpar a otros como estrategia de gestión de conflictos.
El primero es el narcisismo, el segundo es la falta de autonomía. Podríamos pensar que estos dos aspectos son mutuamente excluyentes, pero no es así. Muy a menudo, de hecho, van de la mano.
Una persona puede desarrollar un narcisismo excesivo para compensar un sentimiento de inferioridad. Aquí surge una paradoja. Cree que debe ser amada o reconocida, pero no hace lo necesario para obtener tal amor o gratitud. No poder hacerlo le molesta y decide culpar a los demás de todo lo que no consigue.
La segunda razón para adoptar esta estrategia es la falta de autonomía. Como sucede en los niños, uno depende de la autoridad y uno teme el castigo. Luego se culpa a otros por evitar las consecuencias; el resultado es un aumento del grado de dependencia y se dificulta el desarrollo del sentido de la responsabilidad.
¿Qué se logra culpando a los demás?
Culpar a otros genera algunos éxitos aparentes. La primera es que el ego permanece intacto. Cuando cometemos un error y lo reconocemos, implícitamente estamos declarando que somos imperfectos, por lo tanto, que no siempre tenemos la razón. En ausencia de humildad, esta es una herida intolerable.
La dificultad de aceptar los errores no es fruto de un exceso de amor propio, sino de una gran inseguridad. Algunas personas sienten que cometer un error les quita valor o cuestiona sus habilidades o méritos.
Si por el contrario, mostramos confianza en nosotros mismos, un error o una equivocación se percibe como normal y se vive como fuente de aprendizaje.
Otros tiempos eliges culpar a otros porque al hacerlo escapas a las consecuencias de tus acciones y evitas pagar el precio. En otras palabras, una forma infantil de escapar tanto de la responsabilidad como de la culpa. Quienes hacen esto se esconden de sí mismos y pierden la oportunidad de aprender de sus errores y crecer.
Lo que perdemos con esta estrategia
Aquellos que sistemáticamente culpan a los demás por sus errores, sufrimientos y defectos, se dañan a sí mismos ya los demás.
En primer lugar, carece de sinceridad en las relaciones. Con estas premisas es muy difícil construir vínculos saludables, por el contrario la tendencia es favorecer las relaciones tóxicas. Construir vínculos genuinos es uno de los principales elementos que valora la vida.
Estos dan confianza, fortalecen la identidad y nutren el coraje. Los vínculos artificiales o manipulados, en cambio, solo generan el sentimiento de soledad frente a un mundo amenazante.
Por otro lado, quien se niega a asumir sus responsabilidades, renuncia a crecer aprendiendo de sus errores. Este estancamiento acaba afectando a las emociones y distorsionando la percepción de la realidad. Eventualmente, la actitud paranoica y dañina de uno es alimentada.
el antídoto pues esta tendencia a culpar a los demás es humildad. A diferencia de lo que muchos piensan, aprender a responsabilizarse de los propios actos, errores e incertidumbres no debilita, sino que fortalece, favoreciendo el desarrollo personal.