Efecto cascada, ¿la causa de los malos momentos que vivimos?

Efecto cascada, ¿la causa de los malos momentos que vivimos?

Todos pasamos por malos momentos en la vida. Por lo general, no es porque el universo esté conspirando contra nosotros, sino porque hemos dado pasos en esa dirección, aunque no siempre es fácil darse cuenta de esto y asumir la responsabilidad de la cadena de decisiones desafortunadas. En esos casos, cuando surge un problema tras otro, podemos ser víctimas de lo que se conoce como el "efecto cascada".

¿Qué es el efecto cascada?

El efecto cascada es un fenómeno que se manifiesta de manera escalonada, partiendo de un evento inicial hasta una conclusión aparentemente inevitable. En el campo de la biología, se conceptualiza como "un proceso que, una vez iniciado, avanza paso a paso hasta su conclusión completa y aparentemente inevitable".



Este término también se usa en el campo médico para referirse a una cadena de eventos diagnósticos o terapéuticos desencadenados por la ansiedad del paciente o del médico. En muchos casos, estos eventos se desencadenan por un resultado inesperado o una prueba innecesaria que tenía la intención de tranquilizar al médico o al paciente.

Una vez iniciada la cadena de acontecimientos, es difícil detenerla y, aunque las consecuencias son previsibles, muchas veces acaban provocando un daño físico o psicológico al paciente. De hecho, a veces estas consecuencias van más allá del propio paciente y afectan a su familia, que arrastra consigo.

El efecto cascada es relativamente común en hipocondríacos, ya sea porque el médico sospecha que puede existir una enfermedad, porque quiere tranquilizar al paciente o simplemente por ceñirse a los protocolos clínicos. En esos casos, puede iniciar una serie de intervenciones diagnósticas o incluso terapéuticas que hacen más daño que bien.

Pero el efecto cascada no se limita solo al campo médico, a menudo lo sufrimos también en la vida cotidiana. Ocurre cuando pasamos por un "mal momento" sin tener una idea clara de cómo llegamos a ese punto.



Malos tiempos: ¿Por qué se juntan todos los males?

Un "mal momento" no es más que un período de tiempo en el que confluyen más acontecimientos desfavorables de los habituales. Normalmente, comienzan con una pérdida o un problema particularmente difícil de resolver, pero a continuación de ese evento o en paralelo, surge otra serie de situaciones problemáticas que nos hacen sentir que "todo va mal".

Es común que estos momentos sean una manifestación del efecto cascada porque problemas que comenzaron en un ámbito limitado de nuestra vida se han extendido a otros, probablemente por la angustia y el estrés que generan y nos impiden pensar con claridad., Desencadenando conductas desadaptativas que a su vez generan nuevos conflictos o problemas.

Cuando pasamos por un “mal momento”, muchas veces un pensamiento, sentimiento o creencia infundada genera malestar y angustia, desencadenando una serie de eventos negativos. Generalmente seguimos, sin ser plenamente conscientes de ello, un proceso preciso:

• Estamos viviendo un evento que nos preocupa y estamos tratando de hacer algo para remediarlo.

• Cuando intentamos remediarlo, se produce una cadena de eventos que, cuanto más avanzan, más imparables se vuelven, como si tuvieran vida propia.

• Las consecuencias de nuestras llamadas "soluciones" generan nuevas preocupaciones y ansiedades que a su vez dan lugar a nuevas cadenas de eventos

• Comenzamos a ver los efectos negativos de estos eventos, consecuencias que probablemente se extiendan a otras personas cercanas.

Una persona celosa, por ejemplo, puede notar que su pareja se ha alejado un poco. En lugar de pensar que tiene problemas y preguntarle qué le pasa, inmediatamente sospecha que él podría estar engañándola. Esa perspectiva la alarma y la angustia.


Luego comienza a "seguir el rastro" de la supuesta infidelidad, desarrolla conductas controladoras y comienza a sospechar. Este comportamiento le quita el oxígeno psicológico a su pareja, por lo que se alejará cada vez más. Comienzan las discusiones y recriminaciones. La relación se deteriora, no por "infidelidad", sino por el miedo que genera la sospecha.


En muchos casos, el efecto cascada se debe a una baja tolerancia a la incertidumbre, como revela un estudio realizado en la Universidad de Washington. Cuando somos incapaces de hacer frente al nivel de incertidumbre y angustia que generan ciertos eventos, nos apresuramos a hacer algo para tratar de exorcizarlos y encontramos que el remedio puede terminar siendo peor que la enfermedad.

¿Cómo detener el efecto cascada?

En lugar de pensar en términos de buenos o malos momentos, el efecto cascada nos muestra que hay una serie de causas y consecuencias en la vida de las que es difícil escapar una vez que el mecanismo está en movimiento. No todos son predecibles o aleatorios, muchas veces siguen una secuencia lógica, por lo que se pueden analizar con claridad asumiendo la distancia psicológica adecuada.

Por eso, cuando los problemas parecen acumularse, nos sentimos atrapados y no vemos la salida, es importante preguntarnos si no somos víctimas del efecto cascada. Si es así debemos detenerlo, para ello es necesario identificar el evento original.

Debemos tener en cuenta que en la mayoría de los casos lo que genera un "mal momento" no es tanto el hecho negativo en sí mismo, sino la angustia, ansiedad o miedo que genera. Por eso, muchas veces reaccionamos a esas emociones, más que al evento en sí.


De esta forma, las "soluciones" que buscamos no están tanto orientadas a resolver concretamente el problema original sino a mitigar la angustia psicológica. Esto puede mantener el problema latente mientras multiplicamos nuestros esfuerzos por escapar de sus consecuencias negativas, entrando así en un círculo vicioso.

Por lo tanto, es importante darse cuenta de que debemos detenernos. Si no lo hacemos, el mal momento probablemente no terminará y los problemas continuarán multiplicándose a la sombra del evento inicial. Como dijo la escritora Molly Ivins: "cuando estés en un hoyo, deja de cavar".

El primer paso es tomar conciencia de las emociones que han surgido durante el proceso. Pregúntate: ¿qué siento? ¿Me siento angustiado? ¿Ansioso? ¿frustrado? ¿Tengo miedo?


El segundo paso es comprender el patrón de pensamiento que acompaña a esas emociones. ¿Qué me está diciendo mi mente? ¿Está alimentando la angustia? ¿Quizás me está tomando el pelo? ¿O tal vez me está chantajeando?

El tercer paso es detener el proceso de toma de decisiones. Antes de hacer algo, pregúntate si te dejas llevar más por lo que sientes que por la razón. ¿Es esta la mejor estrategia? ¿Te ha ayudado en el pasado? Se trata de recordar que el simple hecho de tener pensamientos o emociones no te obliga a actuar en consecuencia.

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