Esta parábola zen nos revela cómo dejar de aferrarnos a lo que nos duele

Esta parábola zen nos revela cómo dejar de aferrarnos a lo que nos duele

Un discípulo Zen se quejó de que no podía meditar: sus pensamientos se lo impidieron. Estaba desesperado, no sabía qué hacer, así que decidió decirle a su maestra que buscara una solución:

- Maestro, los pensamientos y las imágenes mentales no me permiten meditar. Desaparecen unos segundos pero luego vuelven con más fuerza. No puedo meditar No me dejan solo.

El maestro le explicó que esta situación dependía de él mismo y que tenía que dejar de pensar en ello. 



Pero el discípulo no quedó satisfecho con la respuesta. Seguía quejándose de que sus pensamientos no lo abandonaban y de que su mente estaba confundida. Cada vez que intentaba concentrarse, una serie de pensamientos y reflexiones, a menudo inútiles y banales, estallaban en su mente ... 

Entonces el maestro le dijo: 

- Bien. Toma esa cuchara y sostenla en tu mano. Ahora siéntese y medite. 

El discípulo no entendió el propósito de esa extraña sugerencia, pero obedeció. Al rato, cuando el maestro notó que el joven se sentía muy incómodo sosteniendo la cuchara en la mano y no podía meditar, le ordenó: 

- ¡Deja la cuchara! 

El estudiante aflojó su agarre y la cuchara cayó al suelo. Miró a su maestra con asombro, sin comprender lo que había sucedido. Le dijo: 

- Ahora dime, ¿quién agarraba a quién? ¿Fue usted quien agarró la cuchara o fue la cuchara quien lo agarró a usted?

¿Por qué nos aferramos a lo que nos hace sufrir?

En la vida, muchas veces nos comportamos como el discípulo de esta historia: nos aferramos a las cosas que nos hacen daño y luego nos quejamos porque nos hacen sufrir. Puede ser una relación que se ha vuelto tóxica, un trabajo que representa una enorme carga de estrés e insatisfacción, un estilo de vida dañino o incluso un evento pasado por el que nos sentimos culpables.



Estas cargas emocionales nos impiden avanzar, son como sal en una herida, impide que se cure. Generalmente nos aferramos a situaciones que nos perjudican por miedo a salir de nuestra zona de confort, un espacio que puede resultar incómodo pero lo sabemos. Implica elegir un dolor "soportable" sobre la incertidumbre que representa lo desconocido.

Para mantenernos en esa zona de confort, inventamos excusas, a menudo de manera inconsciente. Decidimos centrarnos en los beneficios que aún nos ofrece la situación, a los que damos una importancia desproporcionada que no compensa el daño que nos está haciendo. En la práctica, nos dejamos deslumbrar por las pequeñas ventajas para no ver el mayor daño y por tanto no tener que tomar una decisión.

Nos decimos a nosotros mismos que no somos tan malos. Eso lo hemos exagerado. Y así seguimos aferrándonos a lo que nos duele. Para volver al ciclo de quejas nuevamente. Es un equilibrio malsano que debemos abandonar cuanto antes porque, a largo plazo, no solo sufrirá nuestra salud mental sino también la física.

¿Cómo cerrar los ciclos y curar las heridas emocionales?

“No soy lo que me pasó, soy lo que elegí ser”, dijo Carl Gustav Jung. No tenemos control sobre las cosas que nos suceden, pero podemos decidir cómo reaccionar, qué significado darle y qué impacto tendrán en nosotros.

Podemos tomar las riendas y soltar lo que nos duele o simplemente quejarnos de nuestras desgracias, desgracias o incapacidades, como el discípulo de la historia. Sin darnos cuenta de que parte de la solución está en nuestras manos.


Una de las estrategias para cerrar los ciclos dañinos es darnos cuenta de que somos nosotros los que nos aferramos a esas situaciones. Por alguna razón, no los dejamos ir, pero volvemos a ellos todo el tiempo. Lo curioso es que cuanto más nos quejamos, más insatisfacción y daño nos causarán estas situaciones.



Y cuanto más tratemos de borrar esos pensamientos o recuerdos en nuestra mente, más se fortalecerán porque se activa un mecanismo que continuamente nos trae de vuelta a los contenidos que queremos eliminar. Esto es lo que se conoce en Psicología como el "Efecto Rebote".

Por tanto, la aceptación radical es una de las formas más efectivas de curar heridas y dejar de hacernos daño. Aceptar es como dejar caer la cuchara. Cuando aceptamos algo, nos deshacemos de su influencia porque implica que somos plenamente conscientes y estamos dispuestos a cambiar. Aceptar implica dejar de poner excusas y mentir para aferrarnos a lo que nos daña.


Después de todo, ¿quién agarra a quién? ¿Se apoderó del problema o fue el problema lo que lo atrapó?

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