¿Alguna vez se ha preguntado por qué una persona puede hablar con confianza en público sin sentir ninguna presión, mientras que otra se vuelve un manojo de nervios tensos? ¿Por qué algunas personas sufren un bloqueo emocional en determinadas situaciones, mientras que para otras la misma situación es un incentivo que les ayuda a mejorar su desempeño? Podemos encontrar respuestas
en un curioso y controvertido experimento desarrollado allá por 1973.
El puente del amor
El experimento fue muy simple: los investigadores reclutaron a un grupo de hombres que generalmente se ponían muy nerviosos en ciertas situaciones sociales y que tendían a exagerar los hechos enfocándose solo en los aspectos negativos. Al parecer, la única tarea de estudio de estos hombres fue cruzar un puente colgante suspendido a 230 metros de altura sobre un río.
Pero de repente, antes de cruzar el puente, una atractiva mujer se acercó a los voluntarios y les pidió que respondieran una encuesta. Después de que los hombres respondieron el cuestionario, la mujer (que en realidad era actriz) les dio su número de teléfono y les dijo que podían llamarla si querían más explicaciones sobre el estudio.
En un segundo escenario, había otro grupo de hombres experimentando la misma situación, con la única diferencia de que el puente era más estable y estaba solo unos metros por encima de un pequeño arroyo. La pregunta era, ¿afectaría el miedo a cruzar el puente la decisión de llamar a una mujer hermosa?
¡Sí! De los hombres que cruzaron el puente del establo, solo 2 la llamaron. En cambio, del grupo que se enfrentó al puente más peligroso, hasta 9 llamaron a la mujer. Estos son números pequeños ya que cada grupo estaba formado por 16 personas, pero desde un punto de vista estadístico, la diferencia es significativa. ¿Porque? Los investigadores están convencidos de que los humanos confundieron el miedo con la atracción. Es decir, interpretaron sus reacciones de miedo como atracción. En la práctica, confundían el estrés y el nerviosismo (provocado por el puente) con las sensaciones que muchas veces provoca la atracción física, por lo que después de enfrentar el peligro era más probable que llamaran a la mujer.
Si lo pensamos, podemos ver que no es una idea tan absurda, solo piensa en lo que sentimos cuando estamos en una montaña rusa. Nuestras pupilas se dilatan, nuestro corazón se acelera, comenzamos a sudar y nuestras piernas tiemblan. Estas son exactamente las mismas sensaciones que experimentaríamos durante un robo. Sin embargo, pagamos algo de dinero para montar en la montaña rusa y estaríamos dispuestos a pagar para evitar un robo.
Se trata de dos situaciones que provocan las mismas reacciones fisiológicas pero que tienen lecturas diferentes, por lo que una es sumamente placentera, mientras que la otra puede convertirse en un trauma.
Los resultados de este experimento son muy controvertidos, pero nos permiten ver que nuestras emociones no son simplemente declaraciones que surgen desde adentro y sobre las que tenemos poco control. Como ocurre con los pensamientos, nuestras emociones también dependen de la interpretación consciente que les demos, de lo que sentimos y del entorno.
Las emociones no son contrarias a la racionalidad, como siempre hemos pensado, pero están indisolublemente ligadas a nuestra percepción del mundo y de nosotros mismos. Entonces, la próxima vez que experimente un estado de ánimo muy negativo, recuerde que la forma en que etiqueta esos sentimientos puede cambiar radicalmente la marca que dejan atrás.