Un viejo proverbio dice que un mal conocido es mejor que un bien desconocido. La sabiduría popular destaca nuestra tendencia a preferir que las cosas permanezcan como están, a menos que, por supuesto, sean terribles. De hecho, incluso en situaciones adversas, lejos de las ideales pero en las que hemos encontrado un cierto equilibrio, tendemos a preferir la continuidad al cambio, un pasado conocido a un futuro incierto. A veces es casi como si prefiriéramos la certeza de la banalidad a los peligros que implica la incertidumbre.
Por eso nos ceñimos a los viejos hábitos y defendemos tradiciones que, racionalmente, son inexplicables. Esta es también la razón por la que nos atascamos en relaciones y entornos tóxicos. Y por eso es tan difícil cambiar un sistema social, un modelo cultural o una forma arraigada de hacer las cosas. Esta tendencia a aferrarse a lo conocido tiene un nombre: sesgo del statu quo.
¿Cuál es exactamente el sesgo del status quo?
El sesgo del status quo es una preferencia irracional por la situación actual. En la práctica, una vez que se establece o reconoce una línea de base, se convierte en un punto de referencia y cualquier cambio se percibe como una pérdida o una amenaza, incluso si es positiva.
Curiosamente, la expresión deriva de la frase latina statu quo ante bellum (el estado de cosas antes de la guerra) que se utilizaba en los tratados de paz. La frase implicaba la retirada de las tropas del campo de batalla y el regreso al estado anterior a la guerra, retomando la vieja forma de hacer y el orden que reinaba antes del caos.
Hoy, el prejuicio del status quo impregna muchas áreas de nuestra vida. Un ejemplo del sesgo del status quo es cuando compramos un nuevo teléfono móvil. Curiosamente, cuantas más opciones tengamos, es más probable que dejemos las opciones predeterminadas que ha establecido el fabricante, simplemente cambiando el fondo de pantalla de la pantalla, el tono de llamada y otras dos o tres funciones. Esto significa que la inercia tiene un poder enorme sobre nuestras decisiones y comportamientos, desde los más importantes hasta los más triviales.
Dime por donde empiezas y te diré donde llegarás
El sesgo del status quo puede ser muy paralizante, limitando severamente nuestras opciones y perspectivas para el futuro. En la práctica, el punto de partida que establecemos determina a dónde llegaremos, simplemente porque no nos atrevemos a ir más lejos o ni siquiera lo pensaremos.
Así lo demuestra una regulación aplicada en los estados de Nueva Jersey y Pensilvania. Ambos estados (sin darse cuenta) llevaron a cabo un experimento a gran escala sobre el sesgo del statu quo. Ofrecieron a los ciudadanos la posibilidad de elegir entre dos tipos de seguro de automóvil: una póliza más barata que limitaba el derecho a demandar y una más cara que no establecía límites a las reclamaciones. A los conductores de Nueva Jersey se les ofreció la póliza más barata por defecto, aunque podían elegir una más cara, mientras que a los conductores de Pensilvania siempre se les ofreció la opción más cara por defecto, aunque también podían elegir la otra alternativa.
En 1990, un grupo de investigadores de la Universidad de Pensilvania analizó el efecto psicológico de esta línea de base y descubrió que solo el 23% de los conductores de Nueva Jersey eligieron la póliza más cara que incluía el derecho a demandar. Sin embargo, el número aumentó al 53% entre los conductores de Pensilvania.
En la práctica, la opción predeterminada con la que comenzamos influye en nuestras decisiones, incluso si somos conscientes de que podemos cambiar. Simplemente no lo hacemos por inercia, preferimos quedarnos anclados a la línea de base que ya conocemos o que otros nos han preparado. Esto, por supuesto, limita nuestras opciones y nos lleva a escenarios incómodos que no se ajustan a nuestras necesidades reales.
Los 3 pilares psicológicos que sustentan el sesgo del status quo
1. Aversión a las pérdidas
Cuando se trata de hacer un cambio, todos evaluamos las pérdidas potenciales y las comparamos con las ganancias. El problema es que no somos muy racionales en la comparación porque valoramos mucho más las pérdidas que las ganancias. Esto lo confirma un experimento realizado por investigadores de la Universidad de Stanford y la Universidad de Columbia Británica.
Digamos que tiene la opción de realizar una apuesta. Si lanza una moneda y sale cara, gana X euros y si sale cruz pierde 100 euros. ¿Cuánto tiene que ser X para estar dispuesto a apostar? La mayoría de los participantes respondieron unos 200 euros. Esto significa que solo la perspectiva de ganar 200 euros compensa la pérdida de 100. Tenemos un fuerte deseo de conservar lo que nos pertenece y nos negamos a incurrir en pérdidas, a menos que las ganancias puedan duplicarlas. Esta aversión a las pérdidas nos ata a situaciones subóptimas y nos impide aprovechar nuevas oportunidades.
2. Miedo a la incertidumbre
El status quo es algo con lo que estamos familiarizados. Es esa zona de confort en la que nos movemos con relativa comodidad o con conocimiento de los hechos. Tenemos cierto control sobre las circunstancias porque podemos anticipar con precisión lo que sucederá. Esto nos da una cierta sensación de seguridad a la que no estamos dispuestos a renunciar tan fácilmente.
Sin embargo, cambiar el status quo a menudo significa abrazar la incertidumbre. Cuando nos atrevemos a dejar lo conocido, no sabemos a ciencia cierta qué nos espera ni qué sucederá, y esto genera ansiedad y miedo. Por eso preferimos quedarnos en esa zona familiar, aunque somos conscientes de que podríamos hacerlo mejor o mejorar las circunstancias. El miedo a la incertidumbre es simplemente demasiado grande y paralizante.
3. Resistencia al cambio
La mera exposición a situaciones nos hace acostumbrarnos a ellas. Por eso, en nuestra mente, los estados existentes son generalmente mejores que los nuevos. Hemos acumulado algo de experiencia y sabemos cómo reaccionar, por lo que solo tenemos que activar las plantillas de respuesta predefinidas que ya han funcionado.
El cambio implica una alteración de ese sistema y significa tener que buscar respuestas alternativas cuya efectividad no hemos comprobado. Esto requiere más esfuerzo. Por eso nos resistimos. A esto se suma que tendemos a percibir las situaciones existentes como más verdaderas y auténticas, para darles mayor peso que situaciones hipotéticas que aún no hemos vivido.
El equilibrio entre el statu quo y el cambio inevitable
Un estudio llevado a cabo por neurocientíficos del University College de Londres examinó las vías neuronales involucradas en el sesgo del status quo y encontró que cuanto más difícil es la decisión que enfrentamos, es más probable que no actuemos y dejemos que otros o las circunstancias lo hagan por nosotros.
En la práctica, sufrimos de parálisis de análisis. La mera perspectiva de tener que sopesar muchas opciones con sus pros y sus contras nos bloquea. Por eso hemos elegido la forma más sencilla: mantener el statu quo, ceñirse a lo conocido. Esto significa comprar siempre la misma marca, votar siempre por el mismo partido, seguir la misma religión, permanecer siempre en el mismo círculo de amigos, en la misma ciudad de por vida, siempre haciendo el mismo trabajo ...
Por último, estos neurocientíficos también encontraron que el sesgo del statu quo no suele ser la mejor solución, ya que conduce a más errores en la toma de decisiones. En otras palabras, pensar que lo que sabemos siempre es mejor es un gran error. Permanecer dentro de los límites de lo conocido puede ser conveniente en algunos casos, pero aferrarse a él lleva a negar la única verdad inherente a la vida: el cambio. Si nuestras necesidades, aspiraciones, expectativas y formas de ver la vida cambian con el tiempo, es ilógico aferrarse al status quo.
Cuando negamos el cambio y permanecemos anclados a lo que nos es familiar, corremos el riesgo de aferrarnos a patrones de comportamiento que rápidamente pueden volverse anacrónicos y desadaptativos. Es por eso que necesitamos reevaluar constantemente nuestras decisiones y creencias, preguntándonos si siguen siendo ciertas en las circunstancias actuales. Necesitamos encontrar un equilibrio entre la seguridad del status quo y las posibilidades de cambio. Debemos aprender a usar el pasado como un trampolín y no como un sofá, como dijo Harold MacMillan.